Todo era mentira, pura mentira. Si estuvieran a mi lado seguramente opinarían igual, pero, no es así, ustedes pertenecen al mismo barco mentiroso que va rumbo a la mar de la inconciencia, bajo un de acuerdo, unas reglas, normas dadas por un grupo de sabios para hacer de este paso por la vida algo agradable, bebible, soportable... Recuerdo una película en donde uno de los personajes es una persona que había pasado más de cincuenta años en prisión es dado de alta, es decir: le otorgan su libertad, pero libertad condicional. Este hombre es ahora ya un octogenario. Se suicida. ¿La razón? Porque no sabe qué hacer con su vida. Uno de sus compañeros de celda comenta entre todos los que aún están en igual condición que vivir dentro de una cárcel por años y años llega a institucionalizarte, hace que la vida de los presos tenga sentido si están bajo cadenas y barrotes, y sin libertad. Recuerdo que uno de los personajes principales de aquella película le habla acerca de la esperanza, que ella es lo que puede liberar a cada persona sin importar si está o no encerrado. Pueden encerrarte en una caja, dice el personaje principal, pero no pueden amarrar tus pensamientos, recuerdos, anhelos, sueños de vivir buscando tu libertad… En la película este personaje logra escapar, y su amigo, posteriormente, también lo hace, no sin antes dudar y sentir el llamado de las olas de la muerte elegida. Al final de la película se les ve a ambos, ex-compañeros de celda, libres, sonrientes, hermanados, en una apacible playa cubierta de arena y de gente desconocida y amigable, es decir, la esperanza los llevó al paraíso... No sé si esto sea verdad, si ocurrió, o simplemente es una película que ganó premios y se hizo película de culto como único resultado. Lo cierto es que uno ve a la gente que va y viene de sus casas, con ese impulso por ser algo en la vida y se olvida de lo importante, de lo que anhelan en verdad. Hablo del amor, la verdad. Y lo que hacen es postergar aquel sentimiento por llenar sus vidas de sueños por realizar, de ambiciones sin fondo, de razones, olvidándose o dejando de lado sus verdaderos sentimientos, aquellos que brotan cual perfume de una rosa de la flor del corazón. Sus vidas se vuelven mentiras, falsas, y viven y duermen y mueren de esa manera, es decir sirviendo a una mentira, a la ilusión de encontrar la felicidad bajo la luz del Sol y la sombra de la noche y la Luna…
Desde que mis padres fueron enterrados y a mi me condenaron a la cárcel de menores por haberlos quemado vivos, mi vida se lleno de odio al mundo y a sus satélites, y un rencor a toda organización que tratara de hacerme su semejante. Tenía veinte años cuando escapé de aquel antro correccional, que así le llamaban a esa jaula de enfermizos muchachos. Creo haber robado, matado, mentido y demás a muchas personas conocidas y de las otras... Muchas de estas acciones las hice en estado etílico, drogado, pues nunca estuve lúcido como para saber lo que hacía en verdad. Llegaba a mi hueco con las manos ensangrentadas, la cabeza rota, con unos cuantos dientes menos, y la ropa hecha jirones… Total inconciencia, total oscuridad. Mi vida era extraña, insensible, viviendo entre el filo de la realidad y el ensueño, tan solo el dolor avivaba mi existencia. Era un placer quemar vivos a los perros, gatos y todo tipo de animales y bichos. ¡Cómo gemían! Todos lo hacían menos los bichos… por ello, admiraba a los bichos como yo. Creo que esto lo hacía porque recordaba el sentimiento que tuve cuando quemé la casa de mis padres mientras se extinguían asfixiados, quemados… ¿Si ellos dormían? No lo supe en verdad, tan solo llegué a ver dos trozos de carbón abrazados que sacaban con retazos de sus pijamas sin quemar. Me sentía atraído ver el fuego por la noche, era como un acto sagrado, como esperando el movimiento de algún demonio escondido tras sus lengüetas doradas escapando de su hogar, prisión, infierno… y poder contemplarnos, quizá volver a ser como ellos... Nunca ocurrió, quizá yo no fuera tan digno… De impotencia ante esta singular demencia, gustaba incendiar carros, árboles, borrachos, vagos, tan solo por curiosidad, por aquel extraño placer de espera…
Todo iba como las ruedas de un tren sino fuera porque una noche, un conocido, casi un hermano, me dio una señora paliza que casi me mata… no recuerdo la razón de su acción pero qué importaba, me gustaba el dolor. Apenas recuperé mi salud, lo quemé vivo, y tal como un bicho no se quejó, más bien reía, reía sin parar hasta que todo su cuerpo se hizo humo y cenizas… Aún escucho su extraña risa, sonidos que emitía como una lengua perdida que, como el humo de un cigarro, se perdían en la oscuridad de la noche. Aún me causa placer recordar aquellas escenas, me hacen recordar a mis padres… No vayan a pensar que mis padres eran unos angelitos, no, eran terribles. Él, era un borracho natural y gustaba golpearme sin razón, mandándome continuamente al hospital… Extrañamente gusté o me familiaricé con el dolor. Mi madre era una loca que gustaba cocinar para vivir, vendiendo su comida a la gente del barrio, también buscaba hombres para satisfacerse... Gustaba que yo la observara masturbarse con un rodillo que usaba para hacer sus macitas de pan mientras reía sin parar, y cuando estaba con un hombre me llamaba para que le limpiara todo el semen que le chorreaba por el cuerpo y la boca. Como verán, mi vida era un vómito, apestaba tanto que la gente del barrio se apartaba de mi lado. Tenía quince años y yo sentía que mi vida era una porquería, pero una de esas que valía la pena mandársela a la cara a toda la gente que se cruzaba por mi lado...
No supe jamás cómo averiguaron que había matado a este compañero. Lo cierto fue que me condenaron a cadena perpetua. Al principio me puse a reír, tenía veintiún años, y no cesaba de reír al igual a un bicho o a un demonio. Estuve en la cárcel por cerca de diez años porque pude escapar gracias a la ayuda de ciertos amigos que no consiguieron escapar así como yo.
Ya afuera, y en otra ciudad, encontré un interesante trabajo en donde mi vida dio un extraño giro. Se volvió en una mentira social, aceptada por el grupo de gente en donde residía. Me casé con una extraña mujer que a todo decía que si. Tuve un hijo varón con ella. Monté un buen negocio de venta de cigarros y cerillos de fuego y todo tipo de lumbre, algo que siempre me apasionó. La innata habilidad para encender e incendiar todo tipo de objetos, como mí propio cabello… ante los ojos consternados de la gente a mí alrededor. Por ello produje una pequeña fortuna gracias a la ayuda de los padres de mi mujer que nunca cesaron de ayudarnos. Todo iba sobre ruedas sino fuera porque unos ex – convictos y compañeros de jaula me encontraron, reconociéndome y tratando de extorsionarme. Tuve que abandonar mi familia para escapar hacia otro país para empezar otro tipo de vida… no sin antes quemar a uno por uno de mis compañeros de jaulas… Era gracioso verlos gemir como perros, por ello, mientras ardían, no cesaba de reír y reír…
Allí, en otro país y en las zonas rurales de aquella otra ciudad, volví a casarme, produciendo dos hijos más. Todo iba tranquilo sino fuera porque una tarde mientras araba mi huerta vi al hijo de mi primer compromiso caminar por la puerta de mi casa. Estaba de turista... Mi hijo logró reconocerme, y luego, acercándose hacia mí, me narró lo que había pasado desde que desaparecí. Me quedé pensando largo rato mientras miraba sus ojos que parecían ser los ojos de un demonio. Jamás imaginé aquel encuentro entre el demonio encarnado en mi hijo y yo. El sentimiento del odio se avivó entre ambos y tomando la hoz que guardaba bajo mi sacón de trabajo le arranqué la cabeza de un tajo… Fue extraño pues la cabeza no cesaba de reír y reír… mientras que algo dentro de mí empezaba a iluminarse y entender que yo, era el mismísimo demonio encarnado… Quemé aquel cuerpo y luego lo enterré bajo las siembras que aún faltaba por cosechar. Desde aquella revelación no volví a dormitar jamás… pues mis sueños eran atroces, por lo tanto prefería abrir los ojos y no vivir aquella pesadilla, infierno, esperándome apenas cerrase los ojos…
Por lo que durante las noches paseaba por los campos al igual que los lobos que al verme aullaban. De pronto, mientras paseaba por uno de los puertos de aquel lugar, percibí un barco que estaba por zarpar a la mar. Me sentí atraído por el ruido del mar al que nunca había prestado atención. Me acerqué al marinero y pregunté si necesitaban personal de trabajo. Me aceptaron… Y desde aquella fecha jamás he vuelto a bajar del barco. ¿La razón? ¡El mar! El mar apagó el fuego, el odio que incineraba mi alma… Nunca más he vuelto tocar tierra, y mientras navego por las profundidades pienso en que algún día mi vida encuentre sosiego, la paz, así como los atardeceres en el mar…
Lince, febrero de 2006