Era Domingo de madrugada, aún no había salido el sol. Una pandilla de chicos regresaba a casa, después de pasar una noche de juerga en una discoteca a las afuera del pueblo. Todavía se reían y bromeaban recordando las anécdotas ocurridas a lo largo de la noche.
Estaban caminado por la carretera, cuando Jenny reparó en un edificio medio derruido que apenas se dejaba ver desde el camino.
Pablo, que conocía bien el lugar, les contó que era una antigua discoteca. Según le había dicho su abuelo, llevaba más de 20 años cerrada tras un extraño incendio en el que murió una joven del lugar.
-¡Mmmmm, qué interesante! ¿por qué no lo exploramos? -Dijo Saray. La idea gustó a todos y se alejaron del camino principal. A medidas que se acercaban, un presentimiento extraño empezó a invadirlos.
Aun así, decidieron entrar. La primera censación fue de asco. Un horrible hedor viciaba el aire que allí se respiraba. Apenas veían, la penumbra se había instalado en todo el edificio. Sin embargo, la poca luz del exterior se acumulaba justo al final de la pista.
En un mortículo polvoriento y lleno de telaraña había un viejo radio-cassete. Mónica se dio cuenta de que dentro había una cinta y guiada por una fuerza iresistible, pulsó el "play". De pronto, sonó una música, una canción extraña que nunca habían escuchado.
Al tiempo, un foco se encendió y cerca de la puerta apareció una chica vestida de blanco con el rostro palidísimo.
La muchacha empezó a bailar dando vueltas, y la pandilla observó petrificada que parte de su rostro tenía horribles quemaduras.
Ella tarareaba la melodía con una terrible expresíon mientras se asercaba cada vez más a los chicos. Rodrigo apagó la música de un manotazo y la chica desaparecío . Al instante, todos corrieron en dirección a la puerta de salida, lo más rápido que pudieron.
-Pero ¿qué era eso? -balbuceó Rodrigo, una vez fuera de la discoteca. pero no pudo decir nada mas, ni tampoco el resto de sus amigos. De nuevo comenzó a sonar aquella extraña melodía, cada vez un poco más alta. Ninguno de los muchachos volvió a su casa aquella mañana. La policía los encontró en un barranco...
¡¡¡Muertos!!! Sus oídos habían estallado y tenían los ojos fuera de las órbitas y la exprecíon desencajada. Extrañamente sólo, Rodrigo sobrevivió. Ahora pasa sus días en un centro psiquiátrico, donde tratan de descubrir la horrible enfermedad que le consume.
No habla, no oye, sólo da vueltas mientras tararea una canción, una siniestra melodía que nadie conoce.
Esta es otra original historia de terror, en este caso es una melodía la que siembra el pánico. Los demás temas de muertos y de fantasmas se repiten, pero no por eso deja de ser una buena historia. Saludos.