Adoraba las calles vacías, la neblina y las películas de vampiros...
Se despertó luego de su eterna lucha entre el bien y el mal. Estos sueños, simplemente eran pesadillas para Frank, que no lograba dilucidar su verdadera esencia, ese odio por levantarse temprano y ver la aurora. Ese amor por la noche, el misterio, la luna… No era que no saliera de día, lo hacía a menudo; pero a qué costo. Recordó a su antigua novia, la forma tan grotesca como terminaron, o mejor dicho, la forma como ella salió de él:
_ Te huele la boca a cebolla, odio la cebolla.
Esta frase se quedó grabada en su mente.
Después de este contratiempo, Frank dejó de comer hamburguesas que tuvieran cebollas, dejó de ver televisión y comenzó a salir más activamente por la ciudad. Adoraba las calles vacías, la neblina y las películas de vampiros. Pasaron tres meses en una adorable armonía con la noche, las estrellas, los callejones solitarios. Una vez, al llegar a su casa, quedó petrificado. Eran como las 7 am, el sol comenzaba a salir. Frank quedó pálido al ver al astro Rey. Fue en ese momento cuando presintió que algo ocurría. “Creo que soy un vampiro”, se decía a si mismo, claro, ahora entiendo algunas cosas, mi amor por la noche, la luna, las rumbas nocturnas. Ahora recuerdo cuando estaba con mi antigua novia María, todos mis amigos decían que era un clásico del terror. Ellos se dirigían a mí con el apodo de “Ultraman”, en mi época un famoso comics, porque “atacaba a puros monstruos”. Este comentario realmente me destruyó durante mi adolescencia. Todas mis novias eran pálidas como un muerto, y todas noctámbulas. Esas preferencias pueden ser una señal de algo. De esta manera, Frank empezó a unir detalles de su pasado como las piezas de un rompecabezas, sus complejos comenzaron a salir a la luz y llegó a la conclusión que debía buscar a un especialista, un psicólogo, alguien que abriera su psiquis de par en par y diera un diagnóstico para su mal.
Frank habló con un psicólogo, después de dos semanas de terapias, que consistían en el antiguo esquema: el diván y las preguntas, el psicólogo le dijo: _Estimado amigo, usted tiene y desde hace mucho tiempo, incluso desde su adolescencia, un caso de vampirismo no reconocido, la solución a su mal tiene dos realidades: 1. Debe aceptarlo, usted es un vampiro. 2. Cuando lo acepte, comenzará a mejorar, pero estará contra las normas sociales, religiosas y morales vigentes y comenzarán otros problemas. Pero comience por aceptarlo: usted es un vampiro, solo tiene que reconocerlo internamente. Si tiene que chuparse a alguien, hágalo sin complejos -dijo el psicólogo- con una sonrisita maliciosa en su expresión. De esta manera comenzaba, por decirlo de alguna manera, su carrera oficial de vampiro.
Esa noche no encontró victimas, pero la noche siguiente una chica que se parecía a sus novias anteriores caminaba por una calle solitaria con una desenvoltura pasmosa. Él le hizo señas para que se detuviera y le preguntó por una dirección. De esta manera comenzaron a hablar de cosas intrascendentes, lo que le permitió a Frank acercarse más a su víctima. Lo extraño, era que la chica daba la impresión que lo disfrutaba al máximo, una vez que él comenzó a mostrar su verdadera personalidad de vampiro. Al terminar el ataque, si es que se puede llamar así, la chica soltó una extraordinaria carcajada y le dijo: “Papi, tengo Sida. Eres el primer vampiro con sida”.
A los seis meses de este acontecimiento Frank continuaba con su amor por la luna, la noche y la rumba, había aceptado que era semi-inmortal, con sida y había cambiado su deseo de sangre por un agradable helado de uva que le hacía recordar el líquido vital.