Y la muerte llego cabalgando en su corcel llamado esperanza, toco a nuestra puerta en una triste tarde invernal y se hospedo ahí con nosotros, hasta el ocaso que despedía a la ilusión y daba la bienvenida a la incertidumbre de los años venideros… de los años que habré de vivir sin ti, sin tu compañía de brisa que envolvía mis cabellos en tardes magistrales, en historias que no se escribirán jamás, porque he perdido a mi maestro, a mi poeta, el que me incito a escribir con la tinta de la dicha, con las hojas de la eternidad, la misma que hoy me parece tan absurda, tan vacía…
De que me sirve ser un inmortal en un mundo que zozobra entre historias con final, de que me sirven las hojas del otoño si tu ausencia me las hace ver igual, en cada siglo de espera en esta nuestra colina de ensueño, que los atardeceres delinearon solo para nosotros en la perfección de las sombras, nuestras sombras, que cobijadas por aquel viejo árbol parecían una sola… y ahora míralo, pronunciando mi desdicha en el contorno de tu lapida, en el contorno de mi alma desquebrajada… porque ella te llevo en invierno y a mi… a mi me dejo en el infinito de la nada…
Bravo, Tzunami-san. Domo arigato gozaematzu. (Me indican que haga un comentario mas extenso; No obstante, opino que es suficiente con lo expuesto, y no rellenaré la página con palabras que no digan nada)