Era el árbol más frondoso del bosque, su tamaño y su espeso follaje resaltaba notablemente entre los demás árboles vecinos, y él les miraba altanero sabedor de que ninguno le igualaba en belleza. Los demás árboles siempre cuchicheaban sobre él, sabían que era un engreído y que no merecía la pena intentar ser sus amigos.
Cada primavera, los pajarillos revoloteaban alegres buscando un lugar para poder hacer sus nidos y casi todos se fijaban en aquel árbol frondoso pensando que allí sus crías estarían seguras. El árbol orgulloso, apenas notaba que algún pajarillo se acercaba a él, empezaba a sacudir sur ramas de tal modo que los pajarillos se alejaban asustados en busca de árboles más agradecidos que les brindaran cobijo.
Nuestro árbol se estiraba entonces todo lo que sus ramas le permitían y se reía para sus adentros pensando que cómo se les habría ocurrido a los estúpidos pajarillos pensar que él permitiría que estropearan su estupendo follaje.
En ocasiones, miraba con disimulo a sus compañeros del bosque y sentía un poco de envidia al ver la felicidad que éstos sentían al tener pajarillos revoloteando entre sus ramas, pero luego se alegraba de no tener que soportar a esos molestos ocupantes que le volvían loco con sus trinos.
Fueron pasando los años, y el árbol fue perdiendo belleza, sus ramas, agotadas del esfuerzo enorme que él les exigía se fueron desprendiendo poco apoco y empezó a sentir nostalgia y a recordar que una vez fue el árbol más hermoso y deseado del bosque y como su corazón con los años fue ganando en bondad cada vez que veía un pajarillo que se acercaba, movía con las pocas fuerzas que le quedaban sus cansadas ramas para que se fijara en él y acudiera allí a hacer sus nido, pero ya no ofrecía confianza a ninguno, ellos buscaban árboles más jóvenes y frondosos y pasaban de largo en su vuelo sin siquiera mirarle. Se sentía viejo y cansado, como aún tenía algo de orgullo, intentaba disimular todo lo que podía pero los enormes esfuerzos que tenía que hacer para mantenerse erguido lo estaban agotando. Sentía que se había perdido una de las cosas más importantes de la vida, dar y sentir amor y que el tiempo se le estaba acabando. De pronto sintió un pequeño cosquilleo y vio como un pajarillo se posaba en una de sus desnudas ramas. Se sintió tan agradecido que imploró al cielo que le diera fuerzas y en un último esfuerzo consiguió que empezara a brotar en su rama una tierna hoja, la hoja más hermosa que jamás tuvo, porque fue una hoja que nació gracias al milagro del amor.
Un cuento muy humano, brinda en sus líneas la importancia de dar para recibir, permite desdibujar las pasiones del hombre. Bonito y humano cuento.