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Benito, tras un grave accidente que ya conté en su momento.
Benito decide que ya no va a aguantar nada de lo que se soporta siendo un ciudadano normal.
Tiene el carácter agrio, está harto de que le pregunten por lo suyo y de que le compadezcan.
La conmiseración le produce arcadas, y él la siente como una sombra por todas partes, la haya o no la haya.
Piensa en cambiar de geografía como le recomendaba alguno de sus allegados, pero no tiene ganas de emprender.
A partir de ese momento la vida de Benito sería imprevisible. No iba a reprimir sus impulsos como había hecho siempre, como todo el mundo hace para que la cotidianeidad sea algo soportable.
Por eso no tardó en llegar el día en que sacó agarrado de los pelos al funcionario de una ventanilla oficial, porque era un estúpido arrogante, porque no le gustó su tono y porque se lo merecía de todas a todas. Ni el día en que se enzarzó a pie de semáforo con un mastuerzo que estaba acorbardando a una conductora nerviosa.
No le preocupaba estar cada dos por tres metido en pleitos, pagando multas y cumpliendo arrestos. Incluso se le agravaban por desacatos repetidos.
Se metía en conversaciones que lo indignaban si así se lo pedía el cuerpo, sin mesurar en absoluto las consecuencias.
Benito pensó que se estaba quedando solo y era comprensible, por eso le dijo a su esposa que ella no merecía ser partícipe de tanta desgracia.
Él ya nunca le daría motivo alguno de alborozo, por lo que era de sentido común que la dejara rehacerse si podía.
Benito no quiso nada y se marchó.
Ella se quedaría llorando y él se iría con azufre en la nuez, pero en cierto modo consolado porque su mujer lo entendería y porque sabía que la liberaba de una larga y fatigosa condena.
Benito decide que ya no se va a molestar en decidir siquiera. Decide que ya verá...
Con el paso del tiempo, Benito se convirtió en uno de esos vagabundos que vemos callejear.
MENDIGO (UN PASAJE CUALQUIERA)
Benito está medio sentado, medio apoyado, en el palmo de mármol que sobresale del escaparate de una zapatería.
Iba andando por andar, pensando en qué pensar y mirando de encender por enésima vez la colilla del puro barato que le regalase Arturo, el del quiosco, como detalle por la comunión de su chiquillo.
Benito se lo aceptó de inmediato y asumió también que como precio habría de pagar la paciencia de prestarle oído a los tópicos que siempre le largaba el buen hombre:
"Ya ves, Benito, el chaval me ha hecho la comunión, ya tiene nueve años. Casi nada cómo pasa el tiempo. El tiempo vuela. Y aun más después del servicio militar. De la mili para acá yo no me he enterado de nada, y anda que no hace años de eso. Nosotros vamos en picado, macho."
Benito asentía rutinariamente, examinando el puro de vez en cuando y acababa por conceder:
"Vaya que sí, vaya, vaya. El tiempo cada vez corre más, es de ley. Así es la vida. Hala, felicidades Arturo y gracias, hombre. Me largo un rato por ahí.."
Y andando por andar, terminó pudiendo pensar de la forma en que quería. Se detuvo en la tienda de zapatos, aspiró hondo y satisfecho del cigarro y se independizó del entorno como un yogui chapucero y autodidacta.
Ahora Benito está como deseaba:
Cuando la mente se fija y concentra, es capaz de atravesar con los ojos el automóvil que se esfuerza por aparcar delante suyo en un espacio imposible, es capaz de perforar el edificio de detrás del coche y de traspasar todos los bloques de la manzana. Entonces la ciudad entera se torna transparente.
Ni siquiera repara en el pequinés que casi le mea, ni en la oronda señora que lo lleva a rastras como un maletín con su correíta de cuero verde, riñéndolo por malo.
Todo se difumina hasta quedar disuelto por completo ante la mirada ausente de Benito
Piensa ahora, mientras vuela libre sobre un cielo sin obstáculos, limpio de arquitecturas, en cuántas veces habrá mentido, en cuántas veces miente un hombre, el más honesto incluso, a lo largo de su vida.
Si todo es mentira al fin. Si hasta las verdades son sólo mentiras que alguien ha creído.
Benito no está en estos momentos. Ausencia, vapor, nicotina, qué más da.
Continuarán otros pasajes.
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Luis Jesús, te muestras triste, Y yo, que me siento tu amigo, Noto en corazón como un quiste, Cuyo dolor comparto contigo. (“Decisión (Benito)”, de Luis Jesús)