La que voy a relatar a continuación, es una historia (o una especie de fábula) bastante popular por mis pagos. Tiene una parte muy impresionante, pero el mensaje que al final deja la misma es interesantísimo.
¡Para reflexionar!.
Espero que les guste.
Yo, particularmente, dedico esta historia a todas las madres que aman, sufren y luchan por sus hijos.
- Mamá, te quiero mucho.
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En una casa muy humilde, vivía una señora que había dado a luz a un hermoso varoncito, a quien bautizó Tomás. Desde el primer momento que vio su carita, supo que iba a amarlo y a cuidarlo toda su vida, pasara lo que pasara.
El pequeño fue creciendo rodeado del amor de sus padres, hasta que un día su papá falleció. Así, continuó viviendo junto a su madre, a quien aprendió a querer mucho.
Pasaron los años y el pequeño se volvió adolescente. Comenzó a rodearse de amigos con los que compartía gratos momentos.
A su madre, sin embargo, estas amistades mucho no le gustaban, y se lo hacía saber a su hijo cada vez que encontraba una ocasión. Pero Tomás no le daba bolilla, y seguía saliendo y divirtiéndose con su barra de amigos predilectos.
Contaba ya con veintitrés años, cuando decidió irse a vivir solo. A su madre esta decisión le causó mucha tristeza, pero no podía hacer demasiado, pues su hijo ya era grande y tenía la libertad para elegir su camino. Así que se despidieron, y Tomás partió hacia su nueva casa.
Pasaron los días y Tomás se comenzó a volver una persona huraña y grosera, sobre todo con su madre. Pobre, ella estaba segura que la culpa era de sus amigotes, que lo llevaban por el mal camino. Por eso siguió insistiendo en que Tomás se separara de ellos, pero menos caso él le hacía.
Al mes y medio, más o menos, Tomás perdió el trabajo que tenía (debido a su mal genio) y tuvo que rebuscárselas de alguna manera. Sus amigos le dieron entonces algunos “consejos”, y siguiéndolos, Tomás salió a robar.
Se le hizo una muy mala costumbre que no podía dejar; porque era fácil, porque cuando lo hacía le corría la adrenalina, y además porque “ganaba” muy bien. Al final del día llegaba con una suma importante de dinero, cosas de oro, y otras cosas que le podían servir.
Su madre se enteró de este nuevo “trabajo” de Tomás, y trató por todos los medios de que dejara el mal camino. Pero no lo logró... A pesar de ello, seguía amando a su hijo (cómo no amar a alguien que es producto del amor y que sale de adentro de una)
Con el paso del tiempo, Tomás se envició con el dinero. Le gustaba tanto que cuando veía la fácil oportunidad de obtenerlo, no tenía reparos en lastimar a cualquier persona, con tal de obtener lo que quería.
Hasta que un día se enteró de una banda que andaba por la ciudad, y que traficaba órganos. Pagaban muy bien por eso, y por la parte del cuerpo humano que mejor pagaban (era una interesante suma) era por el corazón. Ese órgano vital de todas las personas.
Entonces Tomás pensó al instante en conseguir un corazón... Y enseguida le vino a la mente su madre. Le tenía afecto, pero el dinero era más poderoso, MUCHO más. Por un momento se dijo “No, es una locura”. Pero al instante posterior reflexionó “Mamá ya es anciana, de todas maneras va a tener que morir. Y que mejor para una madre que morir por el bien (económico) de su hijo”.
Así, esa noche bien tarde se dirigió hacia la casa materna con un gran cuchillo guardado en su campera. Cuando llegó, entró sigilosamente, sin hacer un solo ruido, y se dirigió al lecho de su mamá. Allí estaba ella, durmiendo plácidamente.
Por un momento sintió asco de sí mismo y quiso salir de ahí, pero durante sus 40 años se había transformado en una persona bastante horrible y sin escrúpulos, así que ¿por qué no?.
Entonces tomó el cuchillo, se acercó a su madre, y en una sencilla operación logró sacar su órgano vital. A los pocos minutos tuvo el corazón de la mamá entre sus manos.
Colocó el mismo en una bolsa, y sintiéndose ahora bastante culpable y asqueado de sí mismo -y con cierto remordimiento por lo que acababa de hacer-, salió corriendo del cuarto dejando el cuerpo de la anciana, ya sin vida, en la cama.
Atravesó la puerta de entrada y comenzó una agitada carrera (sosteniendo la bolsa con el corazón en su mano) hacia su casa.
Y en esa corrida, al ser de noche, no vio una piedra que se atravesaba en su camino. Por lo que tropezó con la misma y cayó hacia delante.
Y estando ya en el suelo, sintió la dulce voz de su mamá que salía de adentro de la bolsa –y del corazón- que le decía, preocupada:
-¿Te has lastimado, hijo mío?
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Cómo el amor de una verdadera madre no tiene límites. Amará a sus hijos siempre, pase lo que pase, hagan lo que hagan.
Este cuento es sencillamente bello, me he quedado sin aliento, no me queda otra que felicitarle con toda mi admiraciòn.