Y qué puedo decir ahora, si la razón me huye como los segundos que fabrica mi reloj y me impide pensar cómo sucedió.
En qué momento cesó su lucha, por qué en este triste instante debo conformarme con verlo abatido, yaciendo cansado, como si no tuviera vida, inerte... ¿Y es que acaso está vivo?, ¿se puede llamar a esto vida? Verlo así tendido, arrugado, echado de lado; intentando reanimarlo con todas mis fuerzas, esperando mientras la angustia recorre mi piel y un vértigo atroz azota mi cabeza y lanza a mi mente la idea de que ya nunca volverá a ser como antes. Como antes, como cuando adolescente le conocí sus fuerzas, sus ímpetus de cuerpo henchido de energía, presto a la lucha, a la aventura, al renovado goce de la vida misma... Y he aquí esta desoladora imagen de mísera carne inmóvil incrustándose en mis ojos y perforándome los ánimos.
Podrá ser que sus ánimos se oscurecieron esta noche al recordar otras tantas perdiéndose casi en una monotonía. O podrá ser mía la culpa. O será culpa de estas abyectas paredes envolviéndome en esta soledad. En esta soledad. Y es que acaso la soledad se aleja por unas horas a cambio de algo. Es que acaso hubo ocasión en que la hiciera a un lado, en que de veras emprendiera la lucha, la aventura, aquel renovado goce... Si, quizás por eso ahora esté ahí tirado, arrugado, abatido; mientras ella viste sus ropas y yo no se qué decirle.