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Carta para Julieta

La carta le llegó tres días después del desconsuelo telefónico de su madre.
No recuerdo cómo ni cuándo conocí a Julieta aunque, supongo, ello debió suceder al poco tiempo de arribar a este país. Un día cualquiera llamó a mi casa y desde entonces comenzamos una amistad en la cual, precariamente, nuestras vergüenzas hallaron un continente de adopción. Para ambos éste era el segundo peregrinaje; ella, cordobesa, había vivido desde los quince años en Buenos Aires, yo -salteño- desde los dieciocho. Los dos migramos del Sur por idénticos motivos, el Gran Éxodo se ponía en marcha.

En lo relativo a las preocupaciones propias de la expatriación, cada cual cargaba con su cruz. A Julieta le obsesionaba el dilema de las cartas con la familia distante, con los afectos remotos; cualquier oportunidad era buena para charlar ese tema.

- Llegan demasiado tarde - enfatizaba -, a veces nos cruzamos mintiendo novedades y cuando el otro se resuelve a escribir, dando motivos para la respuesta, la idea ya es ilícita; son anticuados la alegría o el dolor. Sin embargo, es allí donde el círculo se abre; no una espiral, Marquito: un círculo al lado del otro; todos reales pero ninguno cierto.

La inquietaban hasta el cansancio físico; me llamaba al trabajo y decía:

- Marcos, escribió mi hijo menor ¿no te vendrías hasta el departamento a conversar un rato?

Y allá iba yo a cuidar la payasada. Era preferible - era necesario - sonreír, alimentar la nostalgia, reencontrarnos en pacíficos espejos que nos copiaron sin parches, suavemente monótonos.

La tarde en que abordamos a fondo esta cuestión de las cartas no fue una tarde más; un cielo desconocido, rústico, suspendía nubes de calaveras, de lechuzas y lobizones, moldes que -ingenuos- creíamos no impresos en el cielo de allá. Desde el tocadiscos, Vivaldi nos concertaba, nos reunía y separaba al capricho de un juego de guitarras. En tanto la música subía por octavas tercamente puntuales, Julieta fue bajando en el repaso, con la mirada colgando del balcón, de rodillas hacia el azul hollín.

Se levantó para dar vuelta el disco y vio la carta sobre la mesa del comedor; Roberto, su hermano mayor, le escribía cada treinta días exactos. Me la cedió un instante con una irónica sonrisa desconfiada.

- Mirala bien -dijo-, es casi lo único que nos queda.

Reconocí un sobre cruzado con la leyenda " Por Avión " en una esquina, varias estampillas con filigranas y capillitas de quién sabe dónde pues el matasellos había derrumbado esos edificios casi seguramente familiares. La letra de Roberto era simpática y torcida hacia la izquierda.

- Raro que aún esté aquí -dijo ella-, raro que no la haya quemado como a las otras.

Yo sabía que no hablaba conmigo sino con otra Julieta, con aquella que detentaba un lugar privilegiado dentro de Julieta, la celosa vigilante de sus sueños.

Arrebató la esquela de mis manos y releyó en voz alta:

- Nada importante -dijo-, lo de siempre: "... papá sigue molesto con vos y tus ideas pero - continuaba la carta - de cuando en cuando se le escapa un gruñido orgulloso; mamá te escribirá clandestinamente a espaldas de papá quien, a su vez, sabe que mamá te escribe clandestinamente a sus espaldas. Ya sabés, el jueguito de los viejos..."

Estrujó el papel y presentí que algo en ella luchaba por desenredar un empedernido bozal de la memoria. Volvió a leer : "papá molesto ... mamá clandestinamente ... a espaldas que sabe ... jueguito viejo..." Su recuerdo tropezó con un miedo obstinado que quiso distenderse, retroceder ; Julieta no le dio tiempo.

- Cartas, cartas -repitió con voz demasiado aguda, como evocando un conjuro que, prudente, se negara a mostrarse.

- ¡ Cartas de muertos ! -gritó de pronto, y el estómago me golpeó en la cabeza.

Julieta regresó a mi lado; los almohadones - que desde hacía mucho eran cojines - la recibieron sin alboroto y pude seguir su pensamiento literal, sin misticismos, como si otra persona nos fuera dictando, descodificando el sentimiento.

- Cartas de muertos, Marquito ¿cómo no lo vimos antes? Cartas que denuncian reproches largamente evitados; cartas con sabor a bronca, con hedor a furias contenidas; espantando la realidad como a un mal bicho con tal de sobrevivir en medio de la infamia. Exorcismos desbocados donde esconder amores u odios no resueltos...

Me escuché respondiendo sin querer hacerlo, la impotencia disputando a la tristeza los costados y rincones del escenario:

- Cartas de muertos, sí; cartas que inventan códigos circulares, aderezados para despistar al sanguinario: "... el Ruben enfermó de gravedad, los médicos se lo llevaron a las tres de la mañana; no creemos que se salve de semejante quiste, vos me entendés..."

Muertos... muertos que comen, se jubilan, rentan, son rentados, empiezan la escuela o la adolescencia ; compran seguros de vida, envejecen, miran televisión, hacen demasiadas preguntas...

-...papá -decía Julieta - ¿ cuándo murió papá por primera vez ? ¿ Cuántas veces ?

A su padre lo habíamos eliminado cruzando una calle imaginaria, bajo las ruedas de un imprudente colectivo ; rodando distraído las escaleras de la Universidad o destrozado en alguna carretera como consecuencia de una infortunada velocidad. Los rastreábamos en las páginas de los diarios del país lejano; con sensual apetito pasábamos las crónicas policiales, los avisos fúnebres, la noticia roja. Esperábamos el alivio, la confirmación; éramos auténticos asesinos, profesionales de la muerte, de lo innombrable. Cartas ...

Ellos y nosotros - a 15.000 kilómetros - habíamos arribado a la consumación del crimen perfecto, sin armas delatoras ni cuerpo del delito nos matábamos cada día para poder escribirnos al siguiente ¿Qué muerte habremos sufrido los de aquí? ¿Qué habrá ideado mi padre para mí? Comencé a girar con el disco de Vivaldi que giraba.

-... y en ese ínterin morirá mamá, Juan, Silvina, papá, Estela -proseguía Julieta-; seguiremos adelantando muertes cada vez más complejas a fin de no sufrir un funeral sin presencia; y escribiremos otras cartas que serán tarde o demasiado temprano o no serán.

Por un momento la razón se distrajo; una intuición grotesca nos ganó la boca e hicimos el amor sin estridencias. La lluvia, afuera, obscurecía el contorno de esta ciudad por cuatro años vieja, extranjera a pesar suyo.

La noche en que su madre le dio el llanto y la noticia nos hallábamos en mi casa; incorregible transgresora de las reglas, en vez de carta fue un llamado telefónico.

Julieta sonreía con impetuoso dolor y el tubo en una mano; preguntó un par de veces cómo fue, por qué no me avisaron; colgó el auricular y sin mirarme dijo:

- Murió mi hermano; cáncer al cerebro,che ... murió Roberto.

Fueron dos días de pésames y amigos. Al tercero, Julieta me aguardaba a la salida del trabajo con un pájaro blanco cruzado " Por Avión " en una esquina. Me alcanzó el sobre con gesto repugnante y placentero. La carta le había llegado esa misma mañana; el matasellos denunciaba un atraso normal de veinte días.

Era escueta porque : "... no quería contártelo para no afligirte, ahora ya pasó y pienso que es mejor decírtelo: anduve un poco enfermo. Nada serio, che, quedate tranquila; si te lo digo por carta es que no pasa nada. El doctor dice que debo seguir haciendo una vida normal y he organizado un viajecito a ésa para comprobar si es cierto cuanto me contás en las tuyas..."

La letra de Roberto era simpática y un tanto torcida hacia la izquierda.
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
Darkphantom_kaoru
invitado-Darkphantom_kaoru 18-11-2002 00:00:00

muy profundo... muy vacio me dan ganas de llorar que triste.

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