Con gran sopresa me encuentro con un sin número de "caballos por la carretera".
Andaluces, criollos, paso fino, de todas clases y colores, unos ejemplares magníficos;los jinetes les van sacando, su paso "fino"; demostrándole a todos los concurrentes del pueblo y forasteros lo bien entrenados que están. Con su "crin" todas onduladas, que les caen como cascadas al lado del cuello, llenas de cintas de colores entrelazadas, lo mismo que sus hermosas colas, largas y abundantes, sus cascos bien pulidos, sus cuerpos llenos de pelo bien cepillado; las monturas adornadas con toda clase de metales preciosos y con trabajos en cuero "arrepujado" de los mejores y en diversas formas; sus amos y señores bien montados sobre esas monturas, con sus trajes criollos originarios de la región, con mucho garbo y orgullo, en un gran despliegue de armonía y belleza, entre "el amo y la bestia". Algo digno de admirar.
Pero nuestro rumbo es aún más lejos y vamos dejándolos atrás.
Me empiezo a interesar en esa vegetación tan verde y increiblemente abundante.
"Verde, que te quiero verde", así dice un poema de mi tierra, y así es en esta maravillosa tierra, verde, llena de savia; así es la gente, llena de amor y hospitalidad, ternura y sabiduría, porque esta gente es muy culta.
Me encuentro en el camino con gentes de todas las tonalidades, lo mismo que las casitas que son de todos los colores, pero yo me intereso solamente por las muy sencillas, pintadas de cal, azul celeste y blanco, las de los labriegos sencillos, con su caballo atado al frente de la casa, en el "palo", al lado, la carreta llena de leña, un perro flaco ladrando afuera a las gallinas y un gallo que merodea el "solar"; los niños correteando con la felicidad reflejada en sus rostros y adentro, enfrente del fogón la mujer, torteando las tortillas del almuerzo y sus frijolitos negros en la cazuela...
Todo esto hace que me invada el "ayer" y como consecuencia, me tome de la mano y empiezo mi camino por la calle del recuerdo... Esa que nos lleva a remontar a antaño, la que nos hace suspirar profundamente y nos permite revivir dulces momentos o quizás hasta tristes, pero siempre serán nuestras vivencias, dejándonos un sabor dulce-amargo...
Mayró