Mi nombre es Conrado de Hohenstaufen, nací en el año de Nuestro Señor de 1080, quince años antes de la primera cruzada. Mi padre, Duque de las tierras de nuestro linaje, participó en el primer llamado que hizo el Papa Urbano II a conquistar Tierra Santa.
Mi educación fue muy estricta, conforme a lo que se debe de esperar de un noble de nacimiento. A la edad de 11 años comencé a ser educado en el arte de las armas, las letras y la equitación, y siempre fui un alumno excelente y lleno de ambiciones, pero la desgracia llegó a mi familia.
Un Prelado de la Iglesia, encargado de dar las noticias y entregar todo el correo proveniente de Tierra Santa a las familias nobles, se enteró de la muerte de mi padre en el sitio de Antioquia contra los Turcos y con sólo un poco de ambición y sus influencias
hizo despojarnos a mí y a mi madre de nuestras tierras, levantando falsas acusaciones de adulterio sobre mi madre. Yo con tan sólo 14 años de edad no era lo suficientemente fuerte para defendernos de tales calumnias y nos quedamos sin nada.
Partimos hacia las tierras de Provenza en Francia, en donde un tío de mi padre se apiadó de nuestras almas dándonos cobijo y alimento, y gracias a sus influencias, fui aceptado en un convento de la orden del Cister, para terminar mis estudios y dedicarme de lleno al sacerdocio.
La idea me pareció fatal, yo siempre quise ser un caballero y entregar mi alma y mi Fe a la lucha en Tierra Santa, pero después de la desgracia todo se vino abajo, y no tuve más remedio que aceptarlo y vivir lo que se me tenía destinado.
Mi llegada al convento fue muy dura, estaba acostumbrado a privilegios y dar ordenes, pero tuve que sumirme en la humildad y sencillez que un lugar como este pone como única opción.
El Abad Renaud, era un viejo déspota e intolerante, tenía alrededor de noventa años y a pesar de su cansancio y decrepitud hacía pasar a todos los novicios por castigos deplorables y humillantes no importando el tamaño del error cometido.
Mis compañeros del convento hablaban mucho de un hermano llamado Jacques de Fournier, decían que era un monje encargado de seleccionar a los mejores novicios de todos los conventos de Francia, para llevarlos a la Corte del Papa como investigadores y estudiosos. Todos ellos se referían hacia él como un gran señor de familia noble el cual inspiraba respeto y terror a la vez.
Dos años después de mi confinamiento en el convento, después de los rezos de completas, me dirigía hacía mi claustro, cuando una voz de detrás de los arcos del patio principal me llamó por mi nombre. Volteé sin ninguna sorpresa y pude ver que me llamaba un monje alto, de cabellos rubios y unos ojos verdes que evocaban al más imponente de los caballeros.
Me dirigí a él y con un ligero asentamiento de cabeza le repetí mi nombre y me puse a su servicio. Me dijo que era el hermano Jacques y que conocía mi historia y las razones por las cuales estaba en el convento, que tenía mucho interés en mí y que después de mi ordenamiento como sacerdote estaría dispuesto a llevarme con él y a participar en su proyecto. Con un leve saludo se despidió de mi.
Yo nunca tuve el más mínimo interés en ir a la Corte Papal, mi odio y amargura contra todos por mi desgracia pesaba más que cualquier aspiración a algo más elevado de lo que me esperaba.
No puedo negar que me sorprendió su interés, había más personas que yo con buen comportamiento y con más aptitudes para ese tipo de trabajo. Además de que todo mundo sabía que yo era un alcohólico, y ya en varias ocasiones me habían descubierto borracho. Esto me había valido reprensiones muy severas, flagelaciones, y castigos inconcebibles.
Cierto día, fui a visitar a mi madre a casa de mi tío, era el mes de agosto y hacía un calor infernal. Antes de llegar a la casa me encontré en el camino a una campesina que llevaba una garrafa con agua. Le pedí amablemente un trago del agua que llevaba, me preguntó si yo no gozaba de los mismos privilegios algunos de mis hermanos, ya que le sería de mucho agrado pasar la noche conmigo, porque hace más de un año que su esposo había partido en una peregrinación a Tierra Santa y estaba muy sola. La reprendí con severidad por su insolencia, pero traté de calmarme y ser amable con ella para enterarme bien de lo que había dicho antes.
Ella me dijo que era de conocimiento de todo el pueblo que cada vez que llegaba el hermano Jacques, se reunían él y algunos hermanos del convento y personajes de la nobleza en el castillo de un noble que estaba no muy lejos del convento y era imposible contar la cantidad de doncellas y jóvenes campesinos que en él entraban. Ella daba gracias a Dios de ser un poco mayor porque jamás se les volvía a ver con vida a aquellos pobres inocentes.
Me alejé de ahí sorprendido y no quise comentar esto con nadie más, porque sabía que se me tomaría por loco, mucho menos quería convertirme en enemigo del hermano Jacques.
Yo conocía demasiadas historias de sacerdotes y grandes autoridades de la Iglesia que cometían este tipo de pecados, pero jamás escuché que se sospechara de ellos como asesinos.
Transcurrieron algunos años más y mi odio y amargura cada vez crecía más, ya no soportaba encontrarme en esa situación, viviendo una vida la cual yo no quería vivir, además de no soportar el dolor de que se me había despojado de una vida llena de privilegios y un futuro prometedor.
Aún así me ordené sacerdote a la edad de veinte años y esperaba mi traslado al convento del Santo Spirito en Milán. Pero una noche a los seis meses de haberme ordenado sacerdote me desperté en plena madrugada. Me sentía muy mal y mi cama no podía brindarme ya ningún tipo de comodidad a pesar de estar ya acostumbrado a ella.
Después de cinco años de un asqueroso encierro, esa noche ya no pude soportar la situación.
Pero trataba de hacerme entrar en razón, habían pasado ya cinco años y me había resignado a vivir esa vida, a cargar con ese sufrimiento y desprecio a todos y por todo en la vida. No podía ser posible que en una noche todo se viniera a tierra. Pero yo sabía que esta percepción era creada y no sólo por mi mente.
Tomé varios tragos de aquel vino Provenzal y después de algún rato comencé a pensar en los maravillosos efectos del elixir, sentía que podía escuchar más allá del pasillo, de los claustros, podía oler la tierra mojada y sentir los fuertes fríos de octubre, a pesar de encontrarme entre cuatro paredes.
Algo me decía que no se debía a tan preciada bebida, sabía que una fuerza extraña a mí, pero no muy lejana, me proveía de esa sensibilidad tan sutil y agresiva a la vez.
Y digo agresiva porque a pesar de esa sensación de paz y tranquilidad, el odio guardado durante tantos años, me quemaba por dentro como un pedazo de leña seca sobre el fogón.
Mi desesperación era tanta que decidí ponerme a rezar, a repetir las mismas oraciones del día a día, pidiendo que me liberaran de este odio y rencor que guardaba en mi alma.
Me encontraba hincado al lado de mi catre y me solté a llorar después de haber rezado y maldecido al Dios Todopoderoso que me había hecho esto.
De repente, una voz suave pero fuerte pronunció unas palabras en latín.... . “Potissimus irae fructus peonitentia” “ La cólera nace con locura y acaba con arrepentimiento...”.
Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, me quedé inmóvil y sin poder voltear, trataba de reconocer la voz de esa persona en mi cabeza pero no lograba identificarla, además, había sonado tan fuerte que debía haber despertado a todos los demás hermanos, pero no se escuchaba nada.
Traté de pensar que provenía directamente del pasillo, pero no, estaba consciente que era de dentro de mi claustro, y eso me aterrorizaba más. Tomando fuerzas decidí voltear a la ventana, pero algo más fuerte que yo me obligaba a voltear hacía la esquina derecha de mi claustro. Doblé la mirada pero sólo logré ver la oscuridad y decidí pensar que era parte de mi imaginación.
Tiré la garrafa de vino al suelo y me dije en voz alta que esto me pasaba por tomar tanto, que estaba a punto de volverme loco por tanta estupidez que yo permitía que habitara en mi alma y me hacía débil emocionalmente hasta perder la razón, pero de pronto la misma voz repitió las palabras... . “Homo extra corpus est suum cum irascitur”... “Cuando un hombre entra en cólera la razón desaparece.”
Desesperado grité exigiendo se me presentara el causante de tan terrorífica acción, y de la esquina derecha de mi claustro, de la oscuridad más negra salió la silueta de un hombre vistiendo un hábito café de la orden del Cister.
En el momento que vi la silueta, lo único que pudo hacer mi ingenua mente fue dar explicaciones por el estado en el que me encontraba y la procedencia del vino que yacía derramado en el suelo con pedazos de cristal.
Después de no recibir contestación alguna, caí en la cuenta de que no podía ser el Abad Renaud y mucho menos alguno de los hermanos del convento, ya que la estatura y corpulencia de la silueta era anormal.
Decidí enfrentar la situación otra vez y exigí que se identificara quienquiera que fuera y cual era la causa de su visita tan inesperada. La silueta salió de la sombra y me preguntó con voz tenue si ya no me acordaba de él. Después de unos segundos de mirar bien al intruso me di cuenta que se trataba del hermano Jacques.
Me pidió que me calmara y que lo escuchara con atención, me dijo que ya había llegado el momento de cobrarme los favores y las protecciones de antaño.
Le contesté que no entendía muy bien a lo que se refería y que yo lo respetaba como el gran señor el cual todo el mundo admiraba, por los privilegios e influencias tan fuertes procedentes de la Santa Sede de las cuales gozaba, pero que en ningún momento recordaba haber recibido algún favor suyo.
Él me dijo que era un estúpido, que no podía ver más allá de mis propias narices, que él era el que había convencido al tío de mi padre para que cuidara de nosotros, que de él provenía el dinero para alimentar a mi madre y a mis hermanas, y que si no fuera por sus influencias yo ya estaría fuera del convento por conducta impropia y vagando como un borracho por
cualquier lugar, que gracias a él todavía tenía un poco de dignidad mi vida.
Yo le dije que mi madre jamás me había comentado nada al respecto, que le pedía disculpas, y le agradecía todo lo que había hecho por nosotros. Él me contestó que mi madre no sabía nada y que de alguna manera ya llegaría la oportunidad de cobrarle esto a ella también.
Se paró a mi lado y me habló de un Dios Todopoderoso el cual odiaba a los de su “Especie”, y los había castigado de la manera más cruel y dolorosa; la búsqueda de la vida, pero en otros seres humanos, y de la manera más vil y despiadada; robada y sin el menor remordimiento por el dolor causado a estos inocentes, los cuales morían destrozados física y moralmente por servir de alimento a esta “Especie”y por lo cual servían sus inocentes y buenas vidas para causar más odio y destrucción.
Yo le dije que el efecto del alcohol me proveía muy poca capacidad de entendimiento. Me contestó de una manera agresiva, diciendo que no podía entender todo el poder que se me ofrecía, pero que no importaba, ya que en algún momento con el tiempo lo entendería y que a pesar de todo yo era el elegido para ser su siguiente hijo.
Dijo que mis rezos habían sido escuchados y que se me estaba otorgando la manera de liberar todo ese odio y rencor hacia los hombres.
Yo seguía sin comprenderlo muy bien, pero esas palabras me dieron una tranquilidad y una confianza que no sentía desde la última vez que estuve en los brazos de mi padre, en ese momento pude comprender a lo que se refería cuando me llamó hijo.
Se acercó más a mí y en ese momento sentí que la vida se me iba, que esos eran los últimos instantes en los cuales podría disfrutar del vino Provenzal, del olor a tierra mojada, de los recuerdos gratos de infancia al lado de mis padres y que todo eso cambiaría por el horrible sentimiento de vivir en el orgullo y el egoísmo total, destruyendo todo tipo de vida con tal de satisfacer la mía, ya que eso sería así por toda la eternidad.
Tomó mi mano izquierda, con su afilada uña que parecía la de un animal salvaje me cortó suavemente las venas de la muñeca y con un movimiento fuerte y lleno de ansia llevó mi mano hasta su boca y bebió con ira y dolor toda la sangre que de mi brazo emanaba.
Cuando estuvo a punto de cesar mi dolor, cuando por fin sentía de cerca la paz y tranquilidad que otorga la muerte, dejó de beber y me tiró al suelo.
Tratando de recuperarse del frenesí en el que se encontraba, sollozaba sin derramar ni una sola lagrima. Unos minutos después me tomó del suelo y haciendo una hendidura igual a la mía pero en su brazo, me dio a beber, saciando una sed que sentía inconteniblemente desde el momento en que me tiró al suelo. No podía despegarme de su brazo y tuvo que quitarme de ahí con un golpe que dio justo en mi cara, pero para ese momento ya no sentía ningún dolor.
De su boca salieron unas palabras llenas de odio y sufrimiento a la vez: “Yo te condeno a vagar por la oscuridad, a vivir en las tinieblas, a morir cada vez que busques tu alimento y a revivir cada vez que lo obtengas. A vivir en la juventud eterna, pero con el dolor profundo de no tener un alma y jamás poder sentir Amor o Misericordia por criatura alguna”.
“De la manera en que yo te he contado esto, es como me sucedió a mí. Y bien, ¿estás satisfecho “hijo mío”? He cumplido con mi palabra de contarte cómo ocurrió mi “Abrazo”, pero ha llegado el momento de transformarte en sangre de mi sangre, que es la sangre de mi Sire, que a su vez es la sangre de muchos Sires, que tal vez alguna vez fueron nobles... pero de linaje, porque ninguno de nosotros ha sido escogido por ser noble de corazón, eso nunca. Ahora yo te doy la bienvenida como mi nuevo hijo, al Reino de la Oscuridad”.
Estuvo muy interesante la trama , al final me desiluciono. :(