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Categoría: Románticos

Una tarde cualquiera

Aquella parecía una tarde más del mes de mayo, tal vez algo más calurosa que las precedentes, pero la suave brisa que acariciaba con sus dedos invisibles las hojas de los árboles y los cabellos de la gente y el cobijo de las sombras que los añosos castaños de indias creaban un ambiente agradable. El parque bullía de gente por todas partes, por delante de mis ojos cruzaban continuamente en ambos sentidos, un niño trotaba tras una pelota, dos jóvenes en bicicleta, esquivaron hábilmente a una patinadora y a una joven pareja que paseaba por el parque su floreciente amor, como las bellas rosas que surgían entre las espinas de un cercano rosal.

Algunos metros mas allá junto al lago había un coqueto quiosquillo rodeado de veladores blancos que se me antojaron gigantescas setas, bajo cada una de las cuales departían animadamente grupos más o menos numerosos y diversos de personas. Una pareja con un revoltoso niño de unos dos años que iba infatigable de un lado para otro. Como un arma cargada de curiosidad su pequeño dedito señalaba cada hoja, cada perro, cada flor y cada piedra que veía a su alrededor, mirando en cada ocasión a sus resignados padres, mostrándoselo como si ellos, al igual que él, descubrieran también el mundo por primera vez a través de sus ojos.

Fue entonces cuando, entre aquella abigarrada mezcolanza, entre aquel bullicioso barullo de gentes, de ruidos, de perros y de bicicletas, la vi. Estaba sentada bajo uno de aquellos ciclópeos hongos blancos, parecía estar charlando animadamente con otra persona, otra chica, de quien desde mi posición tan solo podía contemplar su espalda y su largo y ondulado pelo. Con un elegante gesto de la mano apartó el pelo de su cara y sonrió. Fue entonces cuando me di cuenta de que no podía dejar de mirarla. De los cientos de personas que cruzaron aquella tarde por el parque ella, como nunca antes lo había hecho nadie, llamó mi atención de forma tan inesperada e intensa que no pude hacer otra cosa que seguir mirándola fascinado, absorto como incapaz de apartar mis ojos de ella.

Era hermosa, el sol de la tarde hacía surgir bellos reflejos azules de su pelo oscuro, casi negro como de azabache, brillante y lacio que se derramaba suavemente por ambos lados de su delicado rostro hasta la altura de los hombros. Sus facciones eran, aun vistas a cierta distancia, suaves y agradables, los ojos, cuyo color no podía distinguir, eran grandes y expresivos, su nariz recta, pequeña, algo respingona, y sus labios no demasiado gruesos y encendidos en grana, se arqueaban ligeramente hacia arriba en una tímida sonrisa mientras asentía a su acompañante. Su tez clara aún no había sido dorada por el sol primaveral. Sin embargo, no fue solo su belleza lo que me atrajo, había algo en ella, inexplicable, incomprensible y que nadie más parecía ver, que me impedía dejar de contemplarla. Pero, lo cierto es que ahí estaba yo, el mismo que siempre había desdeñado todas esas patrañas sobre flechazos a primera vista como engañifas para lerdos, mirando a aquella muchacha como hipnotizado. No acierto a recordar por cuando tiempo estuve contemplándola extasiado, inmóvil sin atreverme a más, pero sin poder dejar de hacerlo. Cuando, al fin me di cuenta empezaba ya a anochecer.

Entonces ella apartó ligeramente su silla hacia atrás empujándola con los talones y se incorporó, lo cual me permitió verla con mayor claridad. Vestía una sencilla camiseta de manga corta de color azul celeste, como el cielo de aquella plácida tarde y una falda vaquera no demasiado ceñida que le llegaba por debajo de la rodilla, dejando ver unas piernas finamente moldeadas, que al igual que su rostro, aún no habían sido doradas por el sol.

Las dos chicas comenzaron a caminar una al lado de la otra, continuaban conversando animadamente y con paso lento pero continuo enfilaron el paseo flanqueado a ambos lados por bancos de madera en uno de los cuales yo me encontraba apostado. Era mi oportunidad, pero no me veía capaz de abordar a una desconocida y por otro lado, tampoco sabía muy bien que decirle. Ella se iba acercando más y mas por la alameda y yo seguía aún sin decidir que iba a hacer, miraba sus pasos aproximarse inexorables mientras crecía al mismo ritmo mi inquietud y desazón. Mas al final, y justo a tiempo de evitar un desagradable encontronazo de sus ojos con los míos desvié la mirada al suelo, justo donde había quedado mi coraje.

Cuando al fin levanté la mirada pude verlas de nuevo, aún a poca distancia de donde yo me encontraba y casi instintivamente me levanté y caminé tras ellas pensando en el mejor modo de entablar una conversación.

La gravilla crujía bajo mis suelas al mismo ritmo que los latidos de mi corazón y yo aún seguía sin decidirme. Sin dejar de caminar aparté por un momento la vista de su espalda para tratar de aclarar mis ideas y fue entonces cuando reparé en el libro que durante todo aquel tiempo había sostenido en mi mano izquierda. Era una pequeña y aún no demasiado manida guía de Madrid que me había agenciado en una de las tiendas del aeropuerto nada mas llegar. Esa sería la coartada perfecta para enfrentarme a ella.

Algo más decidido, pero no menos inquieto, apresuré mi paso hasta alcanzarlas, con la fortuna de que, a su vez, ellas habían aminorado considerablemente su marcha hasta casi detenerse para contemplar a una osada ardilla, que aferrada al tronco de un vetusto castaño de indias fisgoneaba curiosa la concurrida avenida para desaparecer tras unos instantes en lo alto del árbol. Era mi oportunidad, así que respiré hondo, repeiné hacia atrás mis cabellos con las manos y con mi mejor sonrisa y la pequeña guía bien a la vista me dirigí hacia ellas.

- Perdón, señoritas – dije tratando de aparentar la seguridad de la que carecía.
- Si?- respondió la amiga volviéndose hacia mi.
- Podrían ayudarme un momento?- Ella se volvió también hacia mi, hizo un leve asentimiento con la cabeza y de nuevo aquella cautivadora media sonrisa acudió a sus labios.
- Claro, como no- respondió con una dulce voz, algo grave, pero agradable y aterciopelada.
- Podrían indicarme por donde ir hacia la Plaza Mayor – Ella miró a su compañera y esta se dirigió a su vez a mi y comenzó a indicarme el camino.

Yo la miraba sin verla, guardando la distancia suficiente para que la otra chica no advirtiera que a quien realmente estaba admirando era a Ella. De cerca resultaba ser aún más atractiva de lo que me había parecido antes. Era más alta de lo que en un principio me había parecido, sus ojos, al fin podía verlos de cerca, de color avellana, eran transparentes, claros y limpios como el agua que brota del manantial, vívidos, alegres, con un brillo de inteligencia, pero al mismo tiempo, con un halo de timidez. Sus oscuras cejas, altas y finas enmarcaban aquellas hermosas ventanas resaltándolas y embelleciéndolas aún mas si cabe. Sus labios, tal y como me había parecido antes eran suaves, ,apenas resaltados por un leve rubor de brillo. Apenas llevaba maquillaje o si lo llevaba era tan sutil que apenas se distinguía y eso la hacia parecer natural y fresca como las flores que en aquel mes de mayo crecían por doquier y denotaba en ella un carácter discreto, sencillo, pero en modo alguno insulso o necio, sino por el contrario, lo bastante firme como para no tener que disimularlo con maquillajes y afeites innecesarios, aunque si los suficientes como para poner de manifiesto un punto de coquetería.

Entonces me di cuenta de que su amiga había ya concluido sus explicaciones, pero, con voluntad renovada por la cercana contemplación de aquella hermosa muchacha y negándome a renunciar a unos segundos más de su presencia hice un breve comentario sobre el tiempo, dándome a su vez el mío para reunir el coraje suficiente para consumar mi propósito. Así finalmente, giré levemente mi cuerpo hasta colocarme frente a frente con ella y tomando aire dije:

- No se muy bien como decir esto, pero...lo cierto es que vengo fijándome en usted desde hace un rato y... quisiera, saber... quisiera preguntarle – mis palabras resonaban en el aire mucho más estúpidas y vacías de lo que segundos antes retumbaban en mi cabeza y mi voz salía de la garganta de forma torpe y atropellada, como si mis pensamientos no acertaran a transformarse en palabras- si...si, querrías tomar un café conmigo.

Ella parpadeó, su mirada se fijó en mis pupilas traspasándolas como una imperceptible, pero lacerante aguja, tratando de averiguar mis pretensiones. Después ladeó ligeramente la cabeza hacia su hombro derecho y esbozando una leve sonrisa mientras un discreto rubor asomaba a sus mejillas, apartó la mirada. Creo que mis palabras le sorprendieron sobremanera, de modo que tardó algunos instantes en recuperarse de su estupor y responderme.

Pero su respuesta no fue la que yo tanto anhelaba, sino, por el contrario, un escueto, no. Tal vez había sido demasiado directo y eso la había amedrentado. Sin embargo, yo ya había perdido para entonces todo el temor que anteriormente me había atenazado y estaba decidido a hacer todo lo posible por no perderla, así pues insistí, convencido como estaba ya, en el colmo del disparate, de que Ella era mi destino y por tanto del mismo modo que yo lo había echo, se daría cuenta de ello, y cometiendo con ello un nuevo error:

- Esta bien, lo comprendo- dije- tratando de evitar que se fuera, pues ya había comenzado a girarse para enfilar de nuevo el camino de la soleada y concurrida avenida en la que nos hallábamos- no, pretendía que fuera hoy.... no, tal vez otro día... mañana, o cuando quieras, yo... – para mi fortuna ella se volvió de nuevo hacia mi, y eso hizo renacer un halo de esperanza en mi interior, pero su amiga me obsequió con una mirada nada afectuosa y bastante impaciente – ... te daría mi teléfono – continué tratando de mantener el interés de Ella, como fuese – pero estoy alojado en una pensión y no tengo uno para darte – lo cual era completamente cierto – pero tal vez, podrías – aquí dudé algunos segundos, pues sabía que lo que dijera a continuación podría suponer un error fatal, pero, también era la única oportunidad que tenía para lograr su atención, para no perderla definitivamente – darme el tuyo.

Ella dirigió entonces su mirada hacia su compañera y arqueó ligeramente las cejas, y fue entonces cuando comprendí mi desatino, la había perdido, y acababa de malograr mi última y única oportunidad, a causa de mi poca sutileza y mi mucha precipitación. A ciencia cierta, ahora ella estaba convencida de que yo era un chiflado, o un obseso, o tal vez, incluso, algo peor.

- Lo siento – me dijo, dirigiendo de nuevo su mirada hacia mi, en sus profundos ojos de miel había desconcierto mezclado con un cierto tinte de simpatía, quizás ella se había sentido halagada por mis palabras, pero la timidez o la sensatez ahogaba los sentimientos, o puede, simplemente, que mis sentidos me engañaran, que quisiera ver en sus ojos algo que no era otra cosa que lástima, la misma que se siente por el pobre perro abandonado que se acerca a la gente por un poco de cariño y un mendrugo de pan o incluso mofa ante mi lamentable exhibición de desatinos. Sin embargo, la mirada de la otra chica, no ofrecía ninguna duda acerca de sus sentimientos y ella tampoco se esforzaba lo más mínimo por disimularlos y exhibía con descaro una mezcla de sorna con un cierto grado de inquietud y un incipiente rictus de enfado en su frente – pero yo no doy mi teléfono a desconocidos.

Aun a sabiendas de que la batalla estaba perdida, insistí de nuevo, desenfundando mis últimas, pero no menos torpes, palabras mientras en mi interior me lamentaba de mi infinita desmaña:

- Tienes, razón, perdona, pero... es que, no me gustaría...- trataba por todos los medios de no estropear mas lo que ya era irreparable y las palabras se atoraban en mi garganta- me gustaría volver a verte, tal vez, tal vez... un día de estos podrías pasarte por aquí, suelo venir por las tardes...

- Perdona, pero tenemos que irnos –me interrumpió, creo que mi desatino había colmado al fin su paciencia – y bueno...de todos modos no vengo por aquí muy a menudo, lo siento.... – y me volvió definitivamente la espalda, y se alejó de mi, con paso firme, pero no demasiado rápido y sin volver, ni tan siquiera una sola vez, la vista atrás.

Yo la observé alejarse, vi como se hacía cada vez más y más pequeña ante mis ojos hasta disolverse como un diminuto punto en la lejanía entre la multitud. Desee correr hacia ella, y asirla fuertemente entre mis brazos para no dejarla escapar, soñé despierto en un instante, mientras se diluía lentamente su figura, que como en el final de una de esas melifluas películas de Hollywood, yo rompía a correr como loco, como poseído, hacia ella gritándole que por favor no se fuera, y ella al fin conmovida detenía su paso, tan solo un instante antes de desaparecer en la nada, y se volvía hacia mí, pero su mirada, antes dura, se había tornado ahora dulce y me sonreía.

En cambio, tan solo pude despedirme de su espalda, clavando mis ojos en ella hasta que no pude distinguirla, sin cerrarlos, hasta que me dolieron. La había perdido, probablemente nunca volvería a verla, la había perdido y era Ella, estaba seguro, lo había estado desde que la vi aunque pueda parecer absurdo, a mi me lo hubiera parecido hasta aquella tarde, pero sucedió. Ella me arrebató el alma con su mirada en un segundo y ni siquiera se dio cuenta. Tan solo sería para ella una historia divertida que contar a sus amigos, un incidente sin importancia que en tan solo unos días sería desterrada de su memoria como las nubecillas de verano son barridas por el viento.

Y yo en mi torpeza ni siquiera había sido capaz de preguntar su nombre.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.15
  • Votos: 52
  • Envios: 2
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 04-07-2003 00:00:00

Salvo algunos acentillos, muy prolijo y bien escrito, casi como un guión cinematográfico. Eso sí, según mi modesta opinión, demasiado extenso para tan poco drama. Felicitaciones.

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