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Un indiecito travieso

~~Un indiecito travieso. Liana Castello, escritora argentina. Cuento basado en la leyenda argentina del viento Zona. Leyendas argentinas versionadas para niños. Fernanda Forgia, ilustradora argentina.

 

Huampi era un indiecito que vivía en la provincia de San Juan. Era un pequeño travieso y descuidado, que corría por los valles calchaquíes, sin importarle de los animalitos y árboles que allí vivían.


 Le gustaba arrojar piedritas al agua y como lo hacía en forma violenta, muchas veces golpeaba a los animales que por allí pasaban.

– ¡Alguien tiene que detener a este niño! – decían las vizcachas y quirquinchos, sacudiéndose las piedritas que quedaban en sus lomos.

– ¡Dímelo a mí! Ya casi no tengo plumas. Me da cada susto que casi estoy calvo –agregó un ñandú.

– Y a nosotros, casi no nos quedan uvitas – lamentaban los viñedos.

Los padres de Huampi se esforzaban para que su hijito aprendiese a cuidar todo lo que lo rodeaba, pero el pequeño era muy desobediente y no modificaba su comportamiento.

Cansado que el indiecito destruyera la naturaleza a cada paso que daba, el cacique de la tribu decidió hablar con la india más anciana y sabia de la región.

Pachamama, así se llamaba la abuelita, era tan viejita que parecía que siempre había habitado el suelo sanjuanino.
 La ancianita respetaba y amaba mucho a la naturaleza y en cierto modo, representaba para todos los indios a la tierra misma: era generosa, simple y buena.

– Ya le daremos una lección a ese pequeño. Aprenderá a respetar a la tierra y a todas las criaturas que en ella viven –dijo la Pachamama.

Un viento cálido sopló entonces y despeinó su blanca cabellera, lo que le dio a la abuelita una gran idea.

– Necesito ayuda –dijo la Pachamama al viento Zonda que había escuchado las palabras de la anciana -¿puedes colaborar conmigo para que este indiecito travieso deje de dañar a la naturaleza y molestar a la gente?

Se escuchó un silbido que la ancianita entendió como un “por supuesto”, “cuenta conmigo”.

La tarde siguiente, el viento bajó de la montaña y al ver a Huampi tomar una piedrita para arrojarla, sopló con toda su fuerza, desviando así su recorrido El niño volvió a intentarlo y el picarón zonda una y otra vez, desvió cada piedrita.

Dándose cuenta que no tenía suerte, Huampi decidió intentar con las uvas de la vid, pero cada vez que trataba de tomar una, el viento soplaba tan fuerte que hacía que las ramas escaparan de sus manitos.

El pequeño se dio cuenta que algo estaba ocurriendo. Cada vez que intentaba hacer algo que no era correcto, el cálido viento rozaba su carita y se escuchaba un silbido que parecía decir “pórtate bien indiecito travieso”.

Sin dar importancia al aviso que el Zonda le estaba dando, Huampi decidió corretear animalitos. Intentó acercarse a una liebre y el viento sopló tan fuerte que desvió al aliviado animal. Entonces fue por un guanaco y lo mismo ocurrió.

– ¡Pero este niño no entiende razones! –dijo el viento ya muy molesto –tendré que ser más firme- agregó.

El Zonda estaba dispuesto a que Huampi aprendiese a cuidar todo aquello que lo rodeaba. Decidió entonces que cada vez que el niño se portase mal, soplaría con toda su fuerza y se haría escuchar.

Así fue que cada vez que el indiecito pretendía hacer algo que no era correcto, el viento lo movía del lugar donde se encontraba y evitaba así que dañase la naturaleza. Al mismo tiempo, comenzó a silbar en sus oiditos cada vez más afinado “pórtate bien indiecito travieso y cuida la naturaleza”.

Tal fue el susto del indiecito por la voz que escuchaba y por moverse a pesar de su voluntad, que por primera vez pensó que lo que hacía no era correcto. Creyó que esa voz era la de su conciencia y eso lo hizo reflexionar.

Desde entonces, Huampi aprendió que debía respetar a cada animal, cada flor y cada árbol. Todos estaban felices, sus papás, sus vecinos y ni hablar los animalitos y árboles que ahora podían vivir felices y tranquilos.

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