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Un hámster desordenado

La Señora Amelia era un hámster hembra que siempre andaba atareada de aquí para allá haciendo multitud de cosas. Cada día se esforzaba por dar lo mejor de sí en el trabajo atendiendo con suma amabilidad a los clientes que acudían a su tienda de alimentación. Abría puntual todos los días a la misma hora y ordenaba el género. Colocaba el trigo, el maíz, la avena y las semillas de girasol y calabaza en un lugar especial de la tienda. Y las zanahorias y la lechuga en la sección de productos frescos. Tras cerrar, limpiaba su tienda de arriba abajo y se iba feliz a su casa donde reinaba el mismo orden.

Su esposo, el Señor Alfonso, era muy parecido a ella. Siempre iba atareado de un sitio a otro y haciendo cosas hasta que llegaba la hora de irse a la cama y descansar. Cuidaba mucho su aspecto porque consideraba que ser ordenado en su aseo le ayudaría a transmitir armonía al exterior. Su ropa siempre estaba bien guardada en el armario: al fondo los jerseys de lana más gruesa y arriba los finos de entretiempo. Así encontraba todo a la primera y tardaba menos en vestirse, por lo que podía quedarse unos minutitos más bajo el edredón en los días de invierno cuando caían esos copos enormes de nieve.

Pero el equilibrio se rompió con el nacimiento del pequeño Atila, el hijo de Amelia y Alfonso. Con su llegada la paz de la casa se esfumó y llegó el desorden.
- Vamos, mete las canicas en el cajón y guarda las piezas del puzle en su caja, cielo.
- Sí mami, ahora lo hago.

Pero el "ahora" del pequeño hámster nunca llegaba y su padre terminaba con los bigotes en el suelo tras pisar una de ellas.
- Atila, no te olvides que el tubo de pasta de dientes hay que cerrarlo después de usarlo y colocarlo en su sitio.
- Sí papi, no me olvidaré.

Pero siempre se olvidaba y cuando su madre abría el armario del baño se caía la pasta de dientes, la pisaba sin darse cuenta y las baldosas quedaban llenas de churretones.

- Atila, mete en la lavadora cada calcetín con su pareja.
- Sí mami, así lo haré.

Pero no lo hacía así y al final iba al cole con un calcetín rojo y otro azul.

Un día, Atila iba a ir al cine con sus amigos. Pero como tenía la costumbre de meter su ropa en el armario sin ordenarla, sin doblarla y sin colgarla en su percha, todo se le vino encima y le sepultó una enorme pila de ropa cuando quiso ir a vestirse así que tardó mucho tiempo en hacerlo. Después, como las llaves las guardaba cada día en un sitio distinto, tardó horas en encontrarlas. 

El caso es que al final, llegó al cine cuando la película había terminado y fue entonces cuando acabó comprendiendo que había llegado el momento de seguir el ejemplo de sus padres y ser ordenado.

Datos del Cuento
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