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Cuento publicado el 13 de Noviembre de 2014

El aire que se respira parece diferente desde el borde de la azotea cuando estas pensando en tirarte. Es un aire extraño, tiene un olor diferente y cada bocanada te transporta a un lugar distinto, sin embargo, nunca lo suficiente lejos como para olvidar ni por un momento lo que te ha llevado hasta lo alto del edificio, más bien los ves velados por ese rumor de muerte. Los pensamientos que se agolpan en tu mente son tan raros y variados como el mismo aire. Pienso que sería curioso que el aire me diera un golpe y me arrojara al vacio robándome lo último que he de hacer en la vida. Doy un paso atrás no me vaya a coger desprevenido. La decisión aquí es mía, de nadie más, solo mía. Las luces de la ciudad traen a mí aciagos recuerdos donde personas, lugares, sonidos y olores se juntan para formar nubosas imágenes en las que apenas se distingue nada. Una vez más alzo mi mirada al cielo, no rezo a ningún dios, se que el camino que me ha traído aquí solo ha dependido de mi. Yo… en medio de este universo infinito. Las estrellas son como gigantescos y eternos ángeles que nos hablan de pequeñez. ¿Acaso no nos dicen a todos la horrible verdad? La vida no es importante.
Como intento atender a las altas cimas de la ciudad, a sus puntos más elevados y hermosos, el grupo de espectadores que está empezando a formarse en la calle creen que no los veo. Los veo como pequeñas maquinas que se alimentan de morbo y de emociones bajas. ¡Pobres! son esclavos de si mismos y no se dan cuenta. La salud abandonó estos lugares hace tanto… Ellos no son un problema. El problema soy yo mismo. Por eso estoy yo aquí subido y no ellos.
No quiero aburrirme ni entristecerme pensando en el camino que me ha traído aquí. Supongo que otros se suicidaron por mejores causas que yo, y aún otros por cosas que a mi me parecen nimiedades de la vida. Lo cierto es que todos los que se ponen en esta posición en la que yo estoy ahora intentan escapar. Pero cuando nosotros mismos plegamos el camino, esté se cierra sobre si mismo y no hay salida posible… Nuestra mente entonces encuentra la más natural de todas ellas. La idea, en mi caso, se formó en un primer momento de forma inocente. Con un pequeño y suspirado << y si…>> pero no se trataba de una hipótesis de trabajo intelectual. No, en ese momento supe que lo acababa de barajar como una verdadera posibilidad real. Me asuste, un miedo terrible me invadió. Lo sentí en cada parte de mi y, sin embargo, pese a todo, no la deseche y de nuevo sentí miedo que retroalimenta este círculo.
Los edificios desde donde estoy ahora están en una extraña disposición… tal vez es la noche que confunde mi visión. Es curioso que nunca haya subido aquí; nunca… y la primera vez que lo haga sea la última. Es curioso que no haya tenido tiempo de observar esta estampa que se alza sobre mí. Y en los cortos cinco minutos que llevo aquí arriba ya he observado más cosas que en tres meses. Ahora estoy mirando fijamente sin razón alguna como una mujer sonriente hace tortilla en una sartén. Está en el edificio de enfrente oculta parcialmente por una cortinilla que tiene un gracioso bordado floral. Al lado de ella un niñito vestido con camisa azul tira de su falda y le pide algo pero el cruel viento secuestra sus voces y apenas me llegan unos sonidos sin sentido. Al verla recuerdo a mi tía Dory, pobrecita… le tocó cargar con un peso que no le correspondía. Tanto a mí como a mi hermana nos tomó a cargo siendo ambos muy jóvenes. Creo que hubiese sido mejor si mis padres hubiesen muerto, al menos tía Dory hubiera tenido la posibilidad de resignarse. Pobre tía, si a alguien tuviese que pedir perdón solo se lo pediría a ella. Tanto me dio… Pero hay una mala noticia: en esta maldita vida cada uno no tiene lo que merece, aunque, precisamente yo no me puedo quejar.
Aparte de que es algo ventosa la noche es de lo más placida pero me temo que no tardaran en importunarme, en romper esta sangría de pensamientos vanos para tratar de meterme otros en la cabeza. Creo que he hecho mal al bloquear la puerta puede que empiecen a golpearla y me voy a poner bastante nervioso. Los salvadores los llaman algunos. Yo creo que secuestran la vida de las personas por que mi vida y la de todos es nuestra capacidad de elección. Vida y libertad son conceptos que se confunden al igual que muerte y esclavitud. Es cierto, a veces pienso que no soy libre para quitarme la vida de la manera que más me guste… tras una profunda reflexión al borde del abismo. No. tiene que ser deprisa y si no ya vienen a importunarte. Lo que se monta a partir de ahora es un espectáculo dantesco que solo ha de servir para recreo de mentes enfermas. ¿Y qué?¿estoy contribuyendo yo a ese show? Claro que lo hago pero que me importa a mi nada de eso. ¡Que se diviertan como quieran! Ya podrán contar una historia a sus maridos, mujeres y amigos; tendrán ese subidón de adrenalina cuando me tire. Tendrán lo que están esperando: la recompensa a su tiempo “perdido”. Pobres desgraciados, pero mírame sigo y sigo pensando en ellos. Vale. Son las moscas que rodean mi cabeza en este momento, he de aceptarlo. Intentaré distraerme de su molesta presencia y de sus picotazos que son como los fogonazos de luz de las cámaras de fotos.
Decisión, elección eso es lo que tengo. Y eso es lo que voy a hacer, al fin y al cabo tal vez solo tirándome al abismo sea capaz de sentirme yo mismo, yo en plenitud. Un paso más y…
El viento es ahora mucho más intenso y me golpea violentamente de abajo hacía arriba como si fuera una advertencia de dolor. Pero ya me dan igual el destino y sus designios. No creo en ellos, solo en mi. Pero ¿qué veo? Ese que va a acceder al edificio es un cura… Pobre, ya llega tarde para el sermón. De nada sirven ya sus valores y pecados, sus rezos y oraciones. Ahora que empiezo a sentirme libre y feliz.
Los edificios se mueven con el viento, antes los veía con multitud de ventanas, que sirven para dar bocanadas de aire al alma. Ahora los veo como superficies lisas que pasan a gran velocidad a mi lado. Que giran a mi son y se retuercen con mi movimiento. El viento ruge cada vez más, es pavoroso. Las fuerzas de la naturaleza languidecen, muy a su pesar, en estas urbes de hierro y gris rostro pero aún se dejan sentir. Late aún el corazón de la tierra. Y todo rueda, todo está en movimiento y ni vida ni muerte alguna pueden detener los latidos que ahora escucho con claridad.
La gente que antes se agolpaba en círculo sale ahora corriendo. Cerca veo ya las luces rojas y azules que con sus destellos me ciegan. El miedo invade a todos, resuenan gritos mientras el instinto de supervivencia se impone al resto. Son tan diferentes de mi… Ya se paso el miedo, ya paso el horror, deje atrás, en mi último paso, la cruel vida que me había construido, por fin rompí las paredes de mi laberinto y al romper la última pared y encontrar la salida… solo hay oscuridad.

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