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Tía, no fue para tanto...

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Todavía me acuerdo con claridad cuando te cogí en brazos por primera vez, alguien inmortalizó en una fotografía aquel momento. Tengo guardada la foto con mis pertenencias más queridas. Ya entonces, querido sobrino, al sentir tu cuerpecito junto al mío, un extraño sentimiento me embargó.
"Este niño es muy especial-le dije a mi hermana. Tu madre sonrió, acostumbrada a mis premoniciones.
Veintiún años más tarde, aquel terrible día del último diciembre, hiciste realidade mi premonición. Ya eras un muchacho fornido, de ojos claros y mirada valiente. Llovía a cántaros aquel día, como suele llover en Brasil esa época del año. Las predicciones meteorológicas habían anunciado lluvias torrenciales y no se habían equivocado. Estabas sentado en el salón de vuestra casa viendo la tele. Tu padre iba a trabajar toda la noche. De repente, te sorprendió un gran estruendo. Te levantaste de un salto y te acercaste hasta la ventana. El río que pasaba cerca de vuestra casa se había desbordado y arrastraba matorrales y árboles a su paso.
La tromba de agua aumentaba su volumen y el muro que circundaba la casa se vino abajo por la violencia de la corriente. Al ver lo que sucedía, pensaste en los tuyos. Corriste a la habitación del abuelo, ciego y tullido a sus 90 años, que dormía ajeno al peligro. Lo cogiste en brazos. Tu madre acudió corriendo en compañia de tus hermanos pequeños.
"¡Marcelo!", gritó.
El agua había penetrado en el salón. El sofá, la mesa, las sillas flotaban a vuestro alrededor.
"No os mováis de aquí-dijiste-. Fuera la corriente es muy fuerte. Ahora vuelvo a por vosotros". Diste unos pasos con el abuelo en brazos. Uno de tus hermanos te enlazó por la cintura. " ¡Marcelo-exclamó-, no nos dejes!" El abuelo se removió en tus brazos. "Sácalos a ellos- te suplicó-. Yo soy viejo y ellos tienen toda la vida por delante". Cerraste los ojos y suspiraste. El agua ya te sobrepasaba las rodillas.
Sacaste fuerzas de flaqueza y gritaste: "¡Vamos a salvarnos todos!". Corriste con el abuelo en brazos hacia la puerta. Al salir, un golpe de agua casi te hace caer. No había salida, todo estaba inundado...Volviste con el abuelo, y con una mirada desesperada buscaste una salida, y viste la ventana de la habitación de tus padres. "Tengo que conseguir salvarlos- ¡ayúdame, Dios!-gritaste a plenos pulmones.
El abuelo se agarraba instintivamente a tu cuello como a una tabla de salvación. Saltaste la ventana y te sujetaste a un arbusto para tomar aliento. Con la respiración entrecortada por el esfuerzo físico, nadando, andando, cayendo, luchando contra la corriente que te arrastraba hacia la muerte, lograste dejar al abuelo en un lugar seguro.
"Aquí estarás a salvo-le dijiste-. Vuelvo a por los demás". La lluvia te azotaba la cara, el agua ya te sobrepasaba tu cintura. Pero, a pesar de ello, conseguiste llegar a la casa. Dentro, tu madre y tus hermanos estaban encaramados a las ventanas. El agua casi les llegaba al cuello. Cogiste al pequeño de tus hermanos y emprendiste el mismo camino. "Agárrate bien a mi cuello, no te sueltes por nada de este mundo"-le dijiste. Tu hermano asintió con la cabeza. La casa te parecía cada vez más lejana. El agua te hizo caer y te arrastró unos metros. Te incorporaste agarrándote a las piedras del muro derrumbado. Volviste a emprender camino, con mucha dificultad. La corriente aumentaba de una manera vertiginosa. Pronto sería imposible volver a cruzar el jardín.
Cuando llegaste a la casa, agarraste a tu madre por la cintura y le dijiste a tu hermano: "Cógete de mi cuello, tenemos que salir todos a la vez. Dentro de unos minutos, la corriente arrasará la casa". Arrastrando a los dos, paso a paso, brazada a brazada, destrozándote las manos con las piedras y ramas, llegaste donde habías dejado al abuelo y a tu otro hermano.
Un mes después, cuando todo había pasado, viajé desde España. Al verte, me abracé a ti. "Siempre supe que harías algo así, sobrino-sollocé-. Gracias, muchas gracias". Tú esbozaste una sonrisa llena de timidez. "Tía, no fue para tanto", dijiste. Tu padre vino hacia ti y te puso la mano en el hombro. "Eres un héroe", dijo. Y de verdad lo eres, Marcelo.
 

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