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Terror en Valparaíso

Recuerdo haberte dejado Sofía en el colectivo. Eran cerca de las 3 de la mañana. Estábamos un poco ebrios, pero no tanto como para saber que lo que sucede es real. 
Te dejé en la Plaza Echaurren, no había nadie cerca. Sólo los dos en la parada. Cuando te fuiste, te despedí con un beso que robé de tus labios. Eres bonita.

Caminé con las manos en los bolsillos de mí chaqueta, caminé por Serrano en dirección a Prat. De pronto al llegar a la esquina del Ascensor Cordillera sentí un ruido seco en el pavimento al otro lado de la calle. Algo cayó desde los ventanales de los antiguos y abandonados edificios que están ubicados en esa parte de Serrano. Me acerqué y encontré un bulto negro tirado, la mitad sobre la vereda, la otra parte en la calle. El bulto estaba tapado con una tela negra. Destapé la sábana que lo cubría y me encontré con un cuerpo de hombre. El golpe fue brutal, su torso se había partido en dos a la altura del pecho, dejando ver algunos huesos entre la masa sanguinolenta. La cabeza junto con el cuello y la parte superior del torso se encontraban en la calle y se hallaban unidos al resto del cuerpo sólo por un pedazo de carne y piel que bajaba desde la nuca hasta la espalda. El borde de la vereda había actuado como una verdadera guillotina invertida, haciendo que el cuerpo se partiese de esa manera Es horrible, el corazón aún latía y bombeaba sangre, la cual se expande sobre el pavimento manchando mis zapatos.

Tengo las rodillas temblando, mis manos se han manchado de sangre. Mi corazón latía rápido, sentía que me faltaba el aire. Cuando abrí la tela no supe que hacía, y me arrepiento de haber descubierto a la macabra muerte de esa manera. No hay nadie en las cercanías que me pueda ayudar. El cuerpo está allí, marcando con su presencia la oscura noche porteña. Miro hacia arriba, desde donde deduzco que cayó, esperanzado en encontrar una cara con la que pueda compartir mí miedo. Pero no veo nada más que los balcones abiertos y las oscuras ventanas. El viento porteño comienza a soplar, agitando con ello las hojas de abandonadas plantas que crecen en las vetustas jardineras que alguna vez adornaron esos balcones, pero que ahora son sólo rincón de podredumbre y miseria.

De pronto, logro percibir entre las cortinas de uno de los balcones del sexto piso una figura delgada. Se acerca al borde y me observa. Oh Dios Mío, qué es esa imagen ¡? Es un ser extraño, alto, delgado. Su cuerpo se adivina ágil, bajo la mortaja y capucha que lo cubre. Sé que me mira, y yo no puedo separar mí vista de él. Algo más grande que el miedo, que el terror mismo se ha adueñado de mí cuerpo. Estoy absorto observando al extraño ser que me observa desde el balcón. Es aún más terrible que el cadáver que se posa bajo mis pies. Su mirada se cruza con la mía, tiene el rostro felino con grandes ojos que brillan en la oscuridad. Tengo terror, y mí cuerpo no me responde, no me responden la piernas. Algo me incita a quedarme allí, algo me incita a esperar al ser que de un salto se descuelga al balcón del quinto piso, tratando de descender hasta donde me encuentro.
El ser se mueve ágil entre los balcones, salta de uno a otro agarrado a las cornisas, apoyando sus largos pies en los bordes de una losa y de un gran salto, caer en el balcón siguiente. Me siento hipnotizado, viendo como la muerte se viene acercando a mí desde las alturas. De pronto sus ojos que no habían dejado de observarme fijamente, se desvían de los míos, sacándome del embrujo que me poseía. Hecho a correr por la calle en dirección a la Plaza Sotomayor, con los puños apretados tropezando a la carrera entre los adoquines sueltos del pavimento.

De pronto, las luces se van. La calle ha quedado sólo iluminada por la luz de la luna llena. Tengo la tentación de mirar hacia atrás, para poder cerciorarme que todo es fruto de mi imaginación. Pero la resisto, sigo corriendo cabizbajo esperando llegar al edificio de la Armada que se encuentra en la plaza. Siempre hay marinos en la puerta principal. Ellos me ayudarían.

Pero algo ha cambiado en el paisaje, la ausencia de luz me dibuja una ciudad que no conocía. Los edificios los veo grises y arruinados. Como si el peso de los siglos hubiese caído de golpe al irse la luz artificial. Las paredes parecen estar cubiertas de moho y una pátina verdosa se ha apoderado del pavimento, obligándome a aminorar mí marcha. Tengo miedo, no veo a nadie. El edificio de la Armada, que tan hermoso es de día, lo veo ahora marchito, antiguo, con las ventanas sin vidrios y las cortinas hechas jirones, moviéndose al compás del seco viento que desciende desde los cerros. Los marcos de las ventanas están descuadrados, y amenazan con caer sobre mí.

Tomo un respiro en esta extraña pesadilla, y miro por fin hacia atrás, hacia el cuerpo que hace un instante descubrí. Y los veo, acurrucados alrededor del cuerpo hay seis figuras. Seis horribles figuras dibujadas a la luz de la luna. Todos comparten los mismos rasgos del ser que acabo de ver descolgándose por el balcón, todos son delgados y enfundados en esas telas negras. Todos tienen un aire felino. Me escondo tras el borde de la antes hermosa puerta de acceso, ahora arruinada y con esa pátina húmeda que se me pega en las manos, dejando ver algunos pequeños gusanos blancos que se mueven locamente sobre mí piel. Miro hacia tras a los seres felinos, seguros responsables de esta pesadilla, y siento miedo. Sé que no tengo tiempo, sé que debo esperar al alba para que todo termine, ¿pero dónde? Estoy prácticamente al descubierto, y no quiero ingresar a este edificio que parece estar vivo, con estos gusanillos que se mueven por las paredes alimentándose del moho que las cubre. 

De pronto, por la calle paralela a la plaza y casi frente a mí, logro divisar las luces de un vehículo moviéndose por entre la oscuridad. El viento se ha ido pero en su lugar una gran niebla se ha dejado caer. Sé que no me alcanzan a ver, pero yo veo los dos focos dibujando un rayo de esperanza por entre la oscuridad y el hedor que me rodean.
Vienen a casi dos cuadras de distancia. Los esperaré, no quiero que los seres felinos me vean, aunque ahora yo no puedo verlos. Sé que ellos están al acecho, creo que se comieron el cadáver que encontré pero no lo puedo asegurar. Las luces se dibujan en la niebla y se vienen acercando. Escucho el sonido de un motor, pero también presiento que algo se descuelga por entre las ventanas de este edificio. No sé quien llegará primero, no sé si los seres me han visto, no sé si el automóvil me ha visto. Espero que el vehículo se acerque a mí, pero no lo hace. 

El vehículo comienza a doblar hacia la izquierda, Oh no¡¡ No se vayan por favor¡¡. No se vayan, ayúdenme¡¡. Mis gritos al parecer los hacen detenerse, en medio de la plaza. No alcanzo a ver que tipo de automóvil será, sólo veo las luces apuntando en línea recta paralela a mí. Salí de mí escondite para acercarme rápidamente hacia las luces. De pronto, algo me detiene a medio camino. Veo sombras dibujándose entre las luces, avanzando en dirección contraria hacia los focos del móvil. Las sombras se mueven rápidamente, avanzan con grandes saltos hacia los focos. Puedo contar más de 10 sombras, ágiles moviéndose como los gatos. Las sombras se acercan a los focos. No sé que está pasando en el automóvil, la niebla no me dejaba ver. Pero veo las luces agitarse de arriba abajo, en rápidos movimientos. Creo que deben estar saltando sobre el automóvil. Escucho ruidos metálicos, vidrios rompiéndose. Estoy cerca, a medio camino entre mí escondite y el automóvil.
De pronto, las luces del automóvil se apagan. Y nuevamente el viento comenzó a soplar. Tan rápido fue todo que sin darme cuenta, puedo ver a los seres. La niebla me ha permitido el espacio justo para poder verificar con horror lo que intuí con mí imaginación. Los seres felinos están agazapados en grupos. Ya no son seis ni diez, creo que son 20 o más. Sólo veo sus figuras delgadas separadas en grupos alrededor de 3 bultos. Se los están comiendo ¡.

Corro de nuevo dominado por el terror, corro como nunca lo había hecho. Corro por el costado del edificio de la Armada en dirección al Palacio de Justicia. Mí idea es subir a los cerros de Valparaíso esperando escapar de la niebla y la penumbra que caen sobre el plan. Corro pidiendo al cielo que estos seres no me hayan visto. El piso por el que corro tiene el mismo moho creciendo. Caigo varias veces, empapando mí cara con los gusanos y otros insectos que caminan ahora libres del mundo del hombre. Corro entre las calles abandonadas, corro entre el olvido de los humanos ¿dónde están todos? ¿es acaso una pesadilla? ¿dónde estoy?.

Subí por una calle amplia, una calle con grandes edificios pegados al cerro y por el otro costado una baranda que durante el tiempo de los humanos fue usada como mirador. Subí jadeando, cayendo, arañando las ramas de extrañas plantas que al apretarlas despiden un líquido similar en textura a la sangre, pero con un olor vegetal. Parece que todo está vivo como inyectado de maldad ante los hombres, pero dominado por la penumbra que ahora es la que reina. Acabo de ver entre los balcones del edificio frente a mí, la figura felina que observe cuando esta pesadilla comenzó hace ya dos o tres horas. La figura se mueve ágil, siguiendo la misma dirección que yo. Creo que me ha visto, espero que no. Sigo ya cansado de huir entre la oscuridad, con mis ropas húmedas y carcomidas por los gusanos y el moho. Se que me mí ropa se está tornando como parte de esta pesadilla. Veo como la superficie de mis zapatos comienzan a hervir de gusanos blancos, pero aún no han traspasado hasta mí piel. 

Llego a una curva del camino, he subido ya casi cien metros desde el plan de la ciudad. Miré hacia atrás y los vi nuevamente, los seres felinos vienen por las paredes, avanzando ágiles y saltando desde balcón en balcón. Los veo afirmados a los bajadas de agua, caminando sobre los tejados, los veo atravesándose por la calle que acabo de recorrer, deben ser cincuenta o más. Vienen por mí, sus ojos se destacan iluminados por la luz de la luna que ahora nuevamente domina.

Me apoyé sobre una puerta que aún permanece intacta ante el avance de la vegetación e insectos. Esta se abre con el peso de mí cuerpo. Corrí por un largo pasillo tratando de alejarme de las piezas que dan a la calle. Tengo mucho miedo, estoy sudando. Tengo terror de los seres felinos que sé me vieron y me siguieron.

La casa es muy grande y antigua. Seguramente era en su tiempo una hermosa casa con el toque característico de las casonas porteñas, pero ahora no es más que una horrible morada de insectos y moho. Hay varias plantas que han traspasado el piso de madera, obstaculizando mí huida. Pero aún así me arrastré por entre los insectos y las ramas hasta llegar a esta oscura habitación carente de ventanas. 

Siento el sonido de pies avanzando, siento el sonido que hacen los gatos al ronronear. Están conversando entre ellos ¡. Sé que me buscan, los siento al otro lado de la puerta, los siento pasar una y otra vez frente a esta puerta. De pronto, todo sonido cesa. 
Han pasado ya varios minutos desde que sentí algún sonido al exterior de esta habitación. Reviso mí reloj y marca las 7:58 de la mañana. Pero está oscuro, y el cuarto está sucio y abandonado. Uso en este minuto mí celular para dejarte este mensaje Sofía esperando que puedas escucharlo. Tengo miedo Sofía, no sé si estarán agazapados al otro lado de la puerta esperando que salga. Espera, algo está al otro lado de la pared. Es como una máquina, suena como un motor. Sofía, no sé que es. Estoy sudando de nuevo, tengo mucho miedo Sofía, mucho miedo.

Me alejaré de esta pared. Están comenzando a golpear la pared Sofia, están arañando la pared Sofía ¡¡¡¡ son muchos, y la pared completa está temblando ¡¡¡¡¡
Sofía, sé que no me puedes ayudar. Los seres están arañando todas las paredes, están gruñendo. Sofía acabo de ver el rostro de uno de ellos, han perforado el cielo del cuarto y están entrando, están entrando¡¡¡

Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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