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Sueños de Libertad

Volví a mi viejo pueblo después de mucho tiempo. Lo primero que hice fue mirar la casa en donde viví cuando era un muchacho. Mientras me encaminaba hacia mi casa, pasé por el viejo sendero y percibí los mismos aires, la misma gente, las calles llenas de polvo, la pista aun sin terminar y con sus mismos huecos, y la vieja tienda con un perro descansando en su entrada. Sí, casi todo estaba igual desde la última vez que estuve en mi pueblo, pero el tiempo había arañado y arrancado casi toda su frescura.

Cuando estuve frente a la puerta de mi antigua casa estuve a punto de tocarla, pero el ruido de la gente que vivía en su interior me hizo dudar y retrocedí unos pasos, como si temiera encontrarme conmigo mismo, con aquel chiquillo alistándose para irse a jugar con todos sus amigos. Me amilané, y luego de retroceder unos pasos, me escondí tras un árbol, el mismo en que subía y bajaba como un simio jugando con mi hermano y mis amigos.

De pronto, vi que la puerta se abría y un grupo de muchachos salieron corriendo cual bandada de palomas. Sentí un impulso por ir tras ellos pero dudé un instante y esperé a que pasaran por mi lado sin que se percataran de mi presencia tras el árbol. Cuando estuvieron un poco lejos, los seguí. ¡Cómo corrían rumbo al viejo lago con unos palos de pescar, unas hondas para matar a las palomas y ratas! ¡Cómo gozaban por una nueva aventura por vivir!… Me sentí tan contento de verles que no dejé de seguirles como si mi alma estuviera hambrienta de disfrutar al ver sus juveniles figuras...

Les vi jugar en el lago, y luego, todos juntos se unieron en un solo abrazo y partieron disparados rumbo hacia el bosque para jugar al fútbol. Los vi jugar, sudar y correr sin cansarse. Los vi tan frescos y llenos de energía que me sentí contento al volver a recordar mi vieja juventud cuando realizaba las mismas cosas que aquellos muchachos. Mi alegría era máxima. De pronto, percibí que alguien tocaba mis espaldas... Volteé y vi que el sol me iluminaba el rostro y me impedía verle la cara a dicho muchacho… Escuché que decía algo pero sólo pude entender que pronunciaba mi nombre, me gustó escucharle. Todo era tan extraño que sin preocuparme de nada, me dejé llevar de la mano del chico rumbo hacia la vieja montaña del pueblo… Siguiéndole, me sentí nuevamente como él, no pensaba en nada, tan solo deseaba jugar un momento más y ser feliz, totalmente feliz…

Escalamos la montaña hasta llegar a la sima, y encontramos en un rincón la vieja casucha echa por mis propias manos, y entonces, tuve ganas de llorar, y lloré sin parar. Luego, caí al suelo y continué con mi llanto hasta sentir que las manos del muchacho acariciaban mis cabellos. Me avergoncé y levanté la vista, pero el sol aún no me dejaba verle el rostro, pero me di cuenta que sonreía... Me soltó las manos, y se encaminó hacia el abismo, y como si fuera un ángel se aventó hacia el vacío, dejándome el alma lleno de dolor al recordar el instante en que jugando, era yo quien caía cuando aún era un muchacho que soñaba con ser libre como las aves del cielo...





San Isidro, febrero del 2005.
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 13598
  • Fecha: 23-02-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.34
  • Votos: 61
  • Envios: 0
  • Lecturas: 635
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