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Sonrisa Eterna

A propósito de tanta mortalidad existente, Genaro, excelente vendedor y que por esas cosas de la vida se había quedado sin trabajo, pensó que sería bueno hincarle el diente a una actividad que no tiene nada de lúdica y a la cual se llega con el rostro compungido y arrastrando un cadáver, me refiero al lucrativo negocio de las pompas fúnebres. Se dio el trabajo de visitar todos los locales que expendían urnas como quien vende pan caliente porque, como todos sabemos, la gente come pan todos los días y se muere con la misma constante. En cada uno de estos expendios, se encontró con individuos muy encorbatados, muy serios pero bastante gentiles. –Permítame expresarle mis condolencias, señor, ¿Qué servicio desea contratar para honrar a ese pariente suyo? –No somos nada, mi más sentido pésame, ¿tiene usted algún convenio?, no le recomiendo esta urna ya que se humedece demasiado pronto (como si al pobre fiambre eso le causara algún cuidado), mire este ¡que encajes! Y este otro, fíjese en el detalle de la tapa, no somos nada, realmente nada, como va a cancelar el servicio. Vista a la laguna, bajo los árboles, se lo aconsejo (seguramente el muerto tiene posibilidades de disfrutar de estas delicias). Reunidos todos los antecedentes del caso y con un legajo de formularios bajo el brazo, comenzó a tirar líneas y a averiguar costos, ya que su idea era innovar en el rubro y lograr que la gente se muriera feliz y contenta y tuviese la certeza que iba a seguir chalupeando en el otro mundo . Se consiguió catálogos procedentes de los más distintos puntos del planeta y como su cerebro era una perfecta conciliación entre el empresario y el artista creativo, muy pronto inauguró su nuevo negocio. Para ello contrató a cinco modelos que ocuparía para la novedosa promoción. A todas les exigió atuendos bastante llamativos, nada de negro ya que eso estaba bastante trillado. A una la encaletó dentro de un aerodinámico ataúd con ruedas, la otra apareció en tanga dentro de un sarcófago que simulaba ser una bañera rosada, la tercera aparecía besando a una calavera y abajo una leyenda que decía así: Serás mi eterno amante, a la cuarta la disfrazó de viuda, pero una viuda alegre, vestida de rojo y amarillo que despide a su novio, que supuestamente estaba dentro del cajón, brindando con una copa de champagne. Y así por el estilo, la campaña resultó tan exitosa que muy luego Sonrisa Eterna –que así denominó Genaro a su negocio- se hizo famosa y los clientes hacían largas filas para inscribirse por tal o cual modelo y hojeaban catálogos y los pedían por correo para elegir el modelo exacto. –¿Cree usted que este tono anaranjado le vendrá a mi piel? –Cuando se muera le contesto- pensaba para sí el señero Genaro, pero como la amabilidad era una de sus características más destacadas, asentía con reverencias y piropos. Otros exigían que se les tomasen las medidas “no vaya a ser que después el ataúd me quede corto de tiro e imagínese usted toda una eternidad sufriendo incomodidades de ese tipo”. Otras solicitaban que la urna tuviese televisión por cable, teléfono y equipo estéreo ya que “no sea cosa que los muertos se aburran y yo no tenga otra opción que contar ovejitas negras”. –A mi sepúltenme pilucho o con una zunga porque no quiero perder el tiempo en desvestirme. Además, échenme todos los tragos, chequeras y tarjetas porque a lo mejor hay que pagar hoteles y alojamiento con precios que deben ser para morirse. Mi ataúd lo quiero del mismo tono de mi Mercedes Benz, con faroles, tapabarros y todo. –Yo deseo ser destacada hasta en mi muerte, por lo tanto, quiero esa urna con forma de florero y que la coloquen en medio de mi sepultura que va a ser igual que una mesa de centro. Ah, y también exijo este epitafio: “Lo estoy pasando la muerte”. Otros deseaban ser sepultados con su perro, con su gato, querían que les colocaran una peluca rubia y que los acomodaran dentro de un ataúd con forma de avión para hacerle un póstumo homenaje al Principito y a Saint Exupery. Otros deseaban ser Elvis Presley, otras la Marilyn, los de más allá querían parecerse a Luis Miguel –aunque para ello se requiriese cirugía estética- y los de más acá a Cantinflas, con gabardina y todo.
Resumiendo, con esto del entusiasmo por preparar cada uno un funeral a su medida, la gente comenzó a morirse menos, lo que produjo la ira de las empresas de pompas fúnebres tradicionales que demandaron a Genaro por evasión cadavérica que era una figura que no aparecía en ningún artículo de Ley porque es bien sabido que la gente se muere cuando quiere y cuando puede y si no, que lo desmientan las AFP que le calculan al cristiano hasta las horas que le restan para fallecerse para pagarle en míseras cuotas todo el dinero que les han esquilmado y aprovechado en su vida productiva. Pero eso es otro cuento. El que nos interesa y que ya tiene que llegar a su fin, acabó con Genaro enjuiciado, incautado y por último encarcelado. La gente, desalentada y ya sin objetivos para arreglar a su gusto los detalles de su deceso, empezó a morirse de nostalgia, de rencor y de pena y los pocos que sobrevivieron, mandaron una solicitud al Vaticano para que se canonizara al hábil empresario. La respuesta aún no llega y se supone que no va a llegar porque desde el otro mundo llegó un fax reclamando por tanto muerto estrambótico que apareció por esos pagos de un tiempo a esta parte. RIP
Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 5291
  • Fecha: 14-11-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.57
  • Votos: 44
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3900
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