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Sombra erótica

Las hojas secas crujían bajo sus pies. La brisa era fría, pesada, cortante, acogedora. El cantar de los pájaros le anunciaba la cercanía de su antigua cabaña. El olor a pomarrosas, fresas, cundiamores se adueñaban de aquella vereda que muchas veces le había conducido al paraíso del amor.

Recordaba las noches apasionadas que pasó con Elena y Elizabeth en aquel lecho divino, aislado del mundo, del ruido, de la tecnología. Ahora caminaba con paso firme, apenas podía respirar, pues estaba muy enfermo por aquel asma del demonio que lo había atrapado hacía varias semanas. Por eso quiso volver a aquel paraje solitario, deseaba respirar aire fresco, aire no contaminado.

Ya podía escuchar los ladridos del can, de aquel enorme perro que vigilaba su guarida, su casita del bosque, su mansión de la felicidad.

Se detuvo un instante sobre la enorme roca, aquella roca muda que había sido testigo de noches esplendorosas, testigo mudo de los quejidos de su amada, cuando la hacía suya como un loco hambriento. Allí recordaba las mujersuelas que había compartido una noche de lujuria. Sonreía mientras devoraba su último cigarro. Era absurdo que fumara con aquella enfermedad, pero ni para el diablo dejaría aquel vicio, aunque lo matara.

La brisa soplaba más fría, el tiempo pasaba en silencio, apenas podía darse cuente del pasar de los segundos, minutos, horas... estaba enajenado del mundo, de la amenaza de la lluvia que se asomaba en puntilla desde el norte... estaba ido, ensimismado, estaba prófugo de la realidad.

El can seguía ladrando mientras Arcadio seguía pensando sobre la enorme piedra. Recordaba a Elena, su prima hermana. Recordaba sus ojos verdes, su cabello rubio, sus suaves y dulces seno, recordaba su lunar en su muslo derecho, recordaba su sonrisa, su negación la primera vez.

La recordaba sobre aquella inmensa roca, era una ninfa de los bosques,seductora... su mirada lo devorada, podía sentir el fuego de su piel, podía recordar sus caricias, el toque fino de la yema de sus dedos...

Elena lo enloqueció hasta el punto que la perseguía por todas partes, la amaba con locura, la amaba con devoción, la amaba hasta los tuátano de los huesos. Aquella chica rubia lo había atrapado para siempre... pero Elena murió en un accidente y su vida ya no fue la misma...

Ahora la recordaba, las imágenes estaban muy claras, las sensaciones iban y venían como las olas del mar... le prometió amarla despuás de la muerte hasta que llegó Elizabeth.

La brisa se convirtió en un fuerte viento, las sombras arroparon el bosque, el cielo se llenó de luces que lamían el paraje, el ruido se aduñó del silencio, el perro dejó de ladrar y Arcadio coorió hacia la cabaña mientras los rayos le pisaban los talones.

El sonido de la lluvia que golpeaba con ira la pequeña cabaña lo llenó de pavor, podía escuchar la quebrada que quedaba muy cerca, temía que las aguas arrastraran la misma, no sería la primera vez, pues durante el huracán Hugo la casita fue destruida, arrazada por la turbulenta corriente de aquella quebrada.

Arcadio entró a su cuarto, encendió una linterna, se cambió de ropa y se preparó un sabroso banquete de viandas. Buscó a Negri, quien temblaba a causa de la lluvia y los truenos. Aquel animal le temía a esos ruidos infernales que no podía comprender, lloraba como un niño pequeño que buscaba protección en los brazos de su padre.

Pasaron varias horas y la calma volvió. Sólo se escuchaban los cánticos de los cantores nocturnos. El frío había aumentado y Arcadio volvió a sacar un enorme habano. Mientras lo devoraba, miraba un retrato de su fatíco amor. Era hermosa como ninguna... de sólo mirarla sentía que algo se levantaba entre sus piernas. La observada y dejaba caer sus manos sobre aquel monstruo dormido que había despertado en medio de la noche, en medio de aquel remolino de imágenes.

Podía escuchar sus gemidos, podía sentir sus movimientos, se movía como una bailarinas de danza árabe... podía percibir sus suspiros...podía sentir el fuego de su piel que lo devoraba... el cigarro iba perdiendo tamaño mientras aspiraba el humo, pero la bestia entre sus piernas alcanzaba la mayor expresión... Podía sentir el roce suave de aquellos labios carnosos, podía sentir el roce tibio mientras ella se movía como una serpiente embravecida...

Se levantó y miró por la pequeña ventana, el sol se había adueñado del día, la lluvia había cesado...el perro estaba tranquilo, movía el rabo mientras saboreada su alimento. Arcadio respiró profundamente, se había quedado dormido en el viejo sillón, llevó su mano derecha y notó que sus pantalones estaban mojado... sonrío con malicia y vio el retrato sobre el suelo...

Entonces salió de la cabaña, caminó hacia la quebrada. Pudo comprobar lo cerca que estuvo de inundar su vivienda, su huerto había sido destruido y una rama estaba sobre el techo de su mansión. Lo demás estaba en orden.

El día le aguardaba con paciencia, tenía muchas tareas que realizar... debía ir a la ciudad y comprar varios artículos... debía limpiar la cabaña... prepar la cena...arreglar su ropa. En la noche iría de nuevo a la ciudad a buscar a Elizabeth. Esa chica lo tenía loco, aunque no podía escapar de la sombra de Elena.

La prieta como le decía era fascinante, sus ojos negros, su cabello largo, sus labios abundantes, su sonrisa hechizada. Casi hace que olvide a Elena, pero era algo imposible de realizar. Pudo comprobar que no es cierto que "un clavo saca a otro clavo", pues apesar de haber conocido a muchas mujeres, no podía olvidar a Elena.

Llegó sumamente triste y molesto a su guarida. Elizabeth no estaba en su casa, había salido y dejado una nota."Te veo en la noche"...tu amor que no te olvida y te quiere mucho.

Era una noche de luna llena, los destellos de luz penetraban por la ventanita que siempre dejanba abierta. El perro dormía el sueño de los jsutos. El silencio se comió el bosque. Todo era calma, todo era tranquilidad... una brisa fina penetraba por la ventana. Arcadio se despojó de su elegante ropa, aquella ropa que había escogido con tanta delicadeza para la ocasión, todavía el perfume impregnaba la cabaña. Confundido por la nota se dejó caer en la cama. Estiró sus piernas. Estaba en ropa interior. Por unos segundos cerró sus ojos, sintió el deseo de devorar otro habano, pero esta vez no lo hizo.

Cayó en el abismo de los recuerdo, no podía conciliar el sueño...varias veces se levantó y miró por la ventanilla. Cansado, casi vencido por el sueño dejó estrellar su enorme cuerpo sobre el viejo sillón, todavía el retrato de Elena yacía sobre el suelo.Entonces estrechando su mano lo recogió. Lo miró profundamente y con suavidad se lo llevó a sus labios. Una lágrima se escapó de sus ojos...entonces lloró como un niño...

Volvieron las imógenes de la roca...aquellas imógenes que lo atrapaban, que lo hacían prisionero... allí estaba seductora, exquisita, vibrante, tentadora... allí estaba la reina del bosque sobre una alfombra blanca rodeada de rosas, azucenas, girasoles... allí estaba ella cubierta de un velo fino, de un velo de seda, de un velo azul claro... allí estaba ella con sus dos palomas blancas anunciando el momento, llamando a su amado... allí estaban las piernas, piernas hermosas, piernas proscritas, piernas que enloquecían y nublaban los sentidos... allí estaba la mujer que lo había encadenado como un esclavo eterno...

Apretaba el retrato entre sus manos, cerraba sus ojos nuevamente, podía escuchar los gemidos suaves, podía sentir el roce de los vellos del monte de Venus, podía sentir la humedad enloquecedora de aquella pequeña abertura, podía sentir el fluido divino que lo mojaba...cada gota de aquel líquido tibio lo hací vibrar sin control... Pero todo era sombra-- sólo eran recuerdos, imágenes, mentiras...

Entonces tocaron a la puerta, entonces se levantó, entonces escondió el retrato de Elena bajo la almohada...

Arcadio se echó una bata sobre su cuerpo y abrió la puerta...¡No, no era posible!, Elena estaba muerta...¡NO,no,no!... ¡Estás muerta!

¡Arcadio!- le gritó Elizabeth.Soy yo.
Datos del Cuento
  • Categoría: Educativos
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