Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Infantiles

Solo una piedra

De forma alargada, con pequeñas grietas en el cuerpo y de color parecido a los granos de café; la pequeña piedra observaba placidamente, desde el fondo del riachuelo, la naturaleza que se extendía a su alrededor. Muchos pececillos nadaban, algunos gusanos se arrastraban, caracoles que se movían lentamente y musgo acumulado en sus costados. 
Toda le iba muy bien a la piedrecilla, pero no obstante, ella quería más que aquella vida tan monótona. La pequeña sentía gran curiosidad por conocer las cosas que se encontraban fuera de las aguas del arroyo.
No se podía sacar de la cabeza aquellas palabras que, hacia ya un buen tiempo, había escuchado decir a una piedra viajera.
Fue una tarde cuando aquella piedra viajera llegó rodando hasta quedar a unos centímetros de la pequeña. Tenía el cuerpo ovalado de tanto recorrer, dando vueltas, el riachuelo. Aquella vez, la viajera, dijo a grandes voces que la vida lejos de las aguas era una verdadera maravilla.
—¡Hay muchos seres extraños! —dijo haciendo muecas con las manos—; unos pueden volar, otros caminar. Hay muchas flores coloridas que adornan los árboles. “La vida lejos de las aguas es asombrosa.”
Aquellas palabras bastaron para que la pequeña piedrecilla sienta, desde ese momento, una gran curiosidad por salir del fondo del riachuelo. 
Solo una cosa le perturbaba. La viajera también había contado que en todo el esplendor de fuera se encontraban unos seres a los que les gustaba maltratar a las piedras; las pisaban, las pateaban, las golpeaban, las estrujaban y hasta quien más sabe que les hacían. Aquellos seres terribles tenían por nombre “Humanos”.
Una mañana de tantas, la pequeña se decidió. No viviría toda su vida en el fondo del arroyo, saldría a contemplar las maravillas de la superficie.
Habló con sus amigos los pececillos y los gusanos. Ellos estaban dispuestos a ayudarla. Los peces comenzaron a darle de empujones, mientras que los gusanos hacían pequeños surcos para que la piedrecilla pudiera ir en línea recta. Toda marchaba muy bien y ya estaban por acercarse a la orilla cuando de pronto, una fuerte correntada empujó a la piedrita muchos metros abajo haciendo que esta se entierre casi por completo.
La desilusión y la decepción la invadieron. Lejos de la orilla, las esperanzas que tenía de alcanzar la superficie estaban casi perdidas. La piedra quedó, por más de dos semanas, enterrada en el fango. Una mañana despertó más decidida que otras y se dijo: 
—¡Yo no puedo quedarme aquí!, ¡Yo tengo que llegar a la superficie!, ¡Tengo que hacerlo!
Al decir esto, un arranque de fuerzas salió de lo más profundo de su débil cuerpo y, como por arte de magia, la piedrecilla salió expulsada hacia el exterior. 
Aquella “Magia” había sido posible gracias a una cigüeña que se encontraba rebuscando el fondo del lago y, sin querer, le había dado una fuerte patada expulsándola afuera. 
Por primera vez la pequeña sentía los rayos del sol que caían sobre todo su cuerpo. 
Estaba asombrada por todas las nuevas cosas que veía. Era igual como había dicho la piedra viajera. ¡Todo un mundo nuevo! Con montones de seres que se abrían paso entre los verdes pastos y otros tantos que surcaban los cielos con vuelo esplendoroso.
La piedrecilla vivió muy alegre y por mucho tiempo, haciendo varios nuevos amigos. 
Una tarde, llegó lo inesperado. La pequeña se hallaba contemplando el hermoso atardecer cuando de pronto, un fuerte movimiento la sacó de su lugar. 
Eran los humanos que venían; unos corriendo velozmente y otros montados sobre el lomo de unas bestias peludas.
La pobre piedrecilla no sabía como defenderse y sufrió igual como había dicho la viajera. 
La pisaron ferozmente, la patearon duramente, la levantaron y después la arrojaron muy lejos haciendo que parte de su cuerpo se agrietara cada vez más. 
Fue a dar a los pies de un humano. Este la miró, la tomó y la estrujó entre sus manos.
La pequeña ya no tenía fuerzas, estaba moribunda, estaba en lo último de su vida. 
—Yo no he molestado a nadie y no he hecho nada malo —pensó—, sin embargo me tratan como si fuera lo mas malvado del mundo. 
El humano la guardo y se la llevó.
La piedra sintió después, unos martilleos que caían ferozmente sobre su cuerpo, luego un calor insoportable que la iba derritiendo, más tarde, la piedrecilla era sometida al agua helada de unas cubetas. Ella no sintió el agua, estaba desmayada presa del dolor y el daño que los humanos le habían causado. Durmió un largo tiempo.
Al despertar de su letargo, quedó totalmente admirada. No tenía grietas ni bordes toscos, no había señal de los martilleos ni de que hubiera sido sometida al fuego. 
La piedrecilla tenía el cuerpo de color café porque el fango del arroyo se le había pegado. Aquellos golpes, patadas y estrujadas, habían servido para desprender de su cuerpo aquel barro y los martilleos y exposición al inmensurable calor habían servido para darle forma y brillo. 
La pequeña ahora se hallaba formando parte de un altar magnifico, rodeada de asombrosas cosas brillantes. 
La pequeña piedrita siempre había sido una pepita de oro.

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 0
  • Votos: 0
  • Envios: 0
  • Lecturas: 409
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.226.187.24

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.633
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.508
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 53.552.815