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Sol, astro rey

Sol, Astro Rey


Ocurrió no hace mucho tiempo que nuestro joven protagonista se vio en una situación un tanto complicada y peliaguda en el transcurso de uno de sus numerosos viajes.

Julio trabajaba como arqueólogo para el Gobierno, aunque a él eso no le importaba, puesto que ese era su mundo, su pasión, su vida y su muerte. Desde pequeño había soñado con explorar el mundo en busca de cosas todavía desconocidas por la mente humana. Su especialidad lo era todo: desde restos fósiles en yacimientos sin descubrir hasta la búsqueda de tesoros escondidos en las profundidades del océano Pacífico.

Esta vez la fortuna le llevó a Perú, donde tenía que realizar unas investigaciones en lo alto de una montaña que había sido siglos antes hogar de la cultura inca. Julio estaba acompañado por dos de sus mejores amigos: Jaime y Javier.

La subida a la montaña fue accidentada. Nada más comenzar Javier se cayó al río que cruza el valle del pueblo, y gracias a Dios que se salvó a tiempo, ya que cinco minutos más tarde y Javier se habría convertido en el primer plato de unos tediosos cocodrilos.
- Gracias a estas experiencias – comentó Javier después del percance – uno aprende a tener más respeto a la vida, la suya y la de los demás.

El viaje se hizo duro, así que los tres compañeros se pararon en un llano recogido del viento para descansar un poco después de la dura jornada.

Al ponerse el sol, los chicos reanudaron la caminata. A eso del mediodía llegaron a una hermosa cascada que parecía no tener fin.
- Tendremos que cruzarla si queremos seguir adelante – dijo Julio.
- ¿Te has vuelto loco? – replicó Jaime – No estoy dispuesto a morir por unos simples huesos.
- No seas tonto, Jaime – dijo Javier – llevamos dos días caminando y no nos vamos a volver por un simple contratiempo.
- Os aseguro que como muera hoy será por vuestra culpa e iréis directos al infierno – dijo lleno de miedo y hecho un manojo de nervios.
- No te pongas pesimista, que no hay…
- Esperad un momento – interrumpió Julio – No creo que haga falta cruzar la cascada.
- ¿Ah, no? – dijo Jaime, con cierto tono de alivio.
- No. La atravesaremos – dijo con voz segura – Tengo el presentimiento de que ahí adentro continúa nuestro camino. Confiad en mí.
Como en muchas otras ocasiones, Julio acertó en su corazonada. Se encontraban en lo que era la entrada de un templo inca. Era impresionante el hallazgo que habían hecho y las repercusiones que tendría en la sociedad. De repente se oyeron unos pasos que se acercaban hacia ellos.
- ¡Apresadlos! – gritó una voz con tono mandatario.

Se hallaban inmersos en un grupo de incas armados con lanzas y vestidos con túnicas amarillas y sombreros de plumas brillantes como el oro.
- Extranjeros, por haber entrado en nuestro templo seréis castigados con la muerte. Podéis escoger vosotros mismos, entre los próximos treinta, el día y la hora en que los rayos de Sol han de encender vuestra hoguera. Tenéis hasta mañana para pensarlo.

Los tres protagonistas caminaban angustiados de un lado a otro de su celda. Javier se puso a jugar con un papel de periódico que había servido para envolver horas antes la comida del viaje. Julio, pensativo, cogió el periódico y se puso a leerlo, sin mostrar una mínima pizca de temor. Después de unos minutos, respiró profundamente y dijo con tono aliviado:
- Escuchad amigos. Creo que sé como salir de ésta. Tenéis que prometer que obedeceréis a lo que os diga aunque no me comprendáis.

Al día siguiente…
- ¿Habéis escogido ya el día y la hora de vuestra muerte? – preguntó el jefe de la tribu.
- Sí. Hemos escogido morir dentro de dieciocho días a las once en punto.
- Así será. Retiraros.

El día señalado fue organizado como un gran evento. Los tres protagonistas fueron llevados hasta la pira donde serían calcinados y fueron atados a tres postes respectivamente. Unos minutos antes se iniciaron unos bailes rituales que simulaban llamar al señor Sol todopoderoso y castigar a los pecadores. Unos soldados acercaron una lupa de gran tamaño que concentraría los rayos del sol y produciría la llama. Pero antes de empezar Julio se adelantó y exclamó:
- ¡Oh, gran astro Sol!¡Si no te agrada este sacrificio esconde tu cara tan brillante!

Todos se quedaron atónitos. Sus compañeros, destrozados, le miraron con cara de asombro creyendo que deliraba.
- Gracias, astro soberano! Has escuchado mis ruegos. Tus rayos declinan.

De repente, el sol comenzó a oscurecerse, y con él todo el lugar. Los espectadores gritaban asustados de un lado a otro agonizando. No sabían que en realidad se trataba de un eclipse. El jefe de la tribu se apresuró a decir:
- ¡Perdónanos, te lo ruego! Haz que el sol luzca otra vez… ¡Te daré todo lo que pidas!
- Te creo, noble inca, tengo fe en tu palabra. No temas, ordenaré que el sol brille de nuevo – afirmó Julio - ¡Oh, poderoso Sol!¡Ten piedad de estas personas y dales tu luz!

Al cabo de unos minutos, el sol se puso de nuevo y todos los habitantes indígenas se asombraron otra vez al ver como poco a poco el sol comenzaba a brillar con total normalidad.

El jefe de la tribu rindió honores a los extranjeros y durante su estancia allí fueron hospedados como verdaderos reyes. El día antes de partir, el jefe de la tribu les ofrendó con joyas y monedas de oro pertenecientes a los antiguos incas, además de numerosos datos que aclaraban casi todas las dudas que esta particular cultura escondía.

Julio, Javier y Jaime sabían que esto iba a tener un gran impacto social, y que serían los arqueólogos más famosos el resto de sus días. Los “Indiana Jones” del momento…
Pero a nuestros amigos todavía les faltaban numerosas aventuras que vivir y que seguro no nos dejarían indiferentes.




Continuará…
Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
castorcillo jr.
invitado-castorcillo jr. 11-01-2006 00:00:00

Te felicito por tu cuento tan original. Quien dirige un cuento al que rige nuestro sistema planetario. Es una idea que no se me habria ocurrido.

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