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Sefa y la rosa

Érase una vez un pequeño monstruo que jugaba y jugaba feliz en la ciudad. Vivía con su familía entre los humanos que los querían y aceptaban. En el mundo, hay muchos niños, muchas plantas y muchos animales muy diferentes entre sí. Así que entenderéis que, para nuestro pequeño monstruo, cada día era estaba lleno de descubrimientos y de nuevas aventuras que le hacían reír, asustarse a veces, saltar, correr y jugar hasta el agotamiento. Cuando se hacía de noche estaba tan cansado, que se dormía rápidamente y bien tranquilito mientras su mami le daba el beso de buenas noches.

Por las mañanas le costaba un poco levantarse. ¡Se estaba tan a gustito durmiendo! Pero su mami le insistía con dulzura que tenía que lavarse y desayunar. ¡Desayunar! ¡Hum! Era la comida preferida del día. ¡Qué hambre tenía recién levantado...!

Pero esa mañana todo fue distinto. El pequeño monstruo se despertó cuando el sol le daba en la carita. Al principio no hacía caso, se daba la vuelta y seguía durmiendo. Pero la luz del sol era tan fuerte y clara, que no tuvo más remedio que levantarse. Y lo que vio le dejó boquiabierto.

¡Todo había cambiado! No estaban los altos árboles, ni los extraños ruidos de los coches, ni las casas, ni el colegio, ni los niños. En su lugar había un enooooorme prado de fresca hierba que parecía no tener fin. El monstruito no estaba acostumbrado a tanto espacio abierto y con tanta luz, porque en la ciudad todo es más oscuro. También se sorprendió cuando llamó a mami y no le contestó. ¿Le había dejado solo? ¿Y su desayuno? ¡Tenía un hambre feroz!

Así que el pequeño comenzó a correr y a correr por el prado. La hierba verde y fresca le hacía cosquillas en las patitas. El aire soplaba suave, acariciándole su precioso pelo azul. Y el sol lo iluminaba todo, dándole un calorcito que le hacía sentirse a gusto. Pronto comenzó a sonreír despreocupado, ya encontraría a mami. Ahora le apetecía descubrir todo aquello. ¡Nunca se había sentido tan libre!

De pronto, bajando una pequeña pendiente, tropezó y comenzó a dar vueltas y vueltas. Al principio se asustó, pero al notar la hierba tan mullida, tan blandita, comenzó a reír con ganas y siguió dando vueltas y volteretas hasta que la pendiente terminó.

Tendido boca arriba, cerró sus ojos color caramelo y sintió que todo le daba vueltas. Era una sensación divertida que nunca antes había sentido así. Estiró las patitas para que el sol le calentara todo su cuerpo cuando, de repente, oyó una voz muy dulce que le decía:

- Hola, buenos días. ¿Qué clase de animal eres tú? Nunca te había visto antes por aquí.

El monstruito abrió los ojos y miró a su lado. Allí había una extraña flor que le hablaba.

-Yo soy Sefa, un monstruo de ciudad, ¿y tú? ¡Tampoco te había visto antes!

-Yo soy una Rosa. ¿Nunca habías visto a una Rosa? Pues soy una flor preciosa, que huelo muy bien –dijo la Rosa mostrando sus pétalos y estirándose un poco.

-No, nunca te había visto antes. ¡Pero tampoco había visto todo esto! ¿Has visto a mi mami? ¿A mis amigos? ¿Has visto a alguien como yo, pero más grande?

-No, Sefa, eres el primer monstruo que veo, ni siquiera sabía que existierais. Y dime, ¿eres un ser muy fiero?

-¡Uy, siiií, muchiiisimo! ¡Mira, mira! –y enseñó sus colmillos, abrió mucho los ojos y sacó las uñitas de sus patitas.

La Rosa tembló ligeramente. Pero enseguida recuperó su compostura y dijo:

-¡Bah! No me asustas, ¡mira mis espinas, mira! –y la Rosa levantó sus hojas y mostró sus espinas.

El pequeño Sefa dio un pequeño salto. ¡Tenía muchas espinas aquella flor!

-¡Vaya! ¿Por qué tantas espinas? ¿Eres peligrosa? ¿Comes monstruos?

La Rosa rió.

-No, no, mi pequeño, sólo me defiendo. Hay gente mala por ahí que cuando me ve quiere hacerme daño y yo les asusto con mis espinas. Y no como monstruos, ¿Y tú? ¿Comes flores?

-¡Noooo, no como flores! –dijo el pequeño Sefa. Y, mirando a todos lados poniendo su cara de enfadado, añadió: -¿Y quién te quiere hacer daño, eh? ¡Dímelo que yo te defenderé!

La Rosa se sintió alagada ante las ansias de protegerla de Sefa. 

-Gracias, Sefa. Ya te dije que mucha gente porque dicen que soy bonita, huelo muy bien y hay quien me quiere arrancar para llevarme a casa, regalar a otra persona o llevarme en su pelo o en el ojal de la americana. Tambien hacen platos conmigo. Pero bueno, ahora que estás tú ya estoy más tranquila –y sonrió feliz la Rosa.

Sefa la miró fijamente y dijo:
-Es verdad, eres preciosa... ¿Te puedo tocar los pétalos?

-Bueno... pero ten cuidado... soy muy frágil...y ten cuidado con mis espinas, pueden hacerte daño.

Sefa acercó su patita muy despacito hasta rozar los pétalos de la Rosa.

-¡Qué suave eres...pareces terciopelo! –moviendo su nariz respingona, añadió: -¿Y ese olor tan dulce?

-¿Te gusta? Ese olor lo desprendo yo, acércate un poquito más...

Sefa acercó su nariz a la Rosa y exclamó:

-¡Qué bien hueleeees..! ¡Mmmmmm! Me encanta. –Y, mirándola sonriente, dijo: -No me extraña que haya gente que quiera llevarte a casa... ¡Eres tan bonita, tan suave y hueles tan bien!

La Rosa se ruborizó mientras sonreía encantada con aquel pequeño monstruo.

-¿Sabes qué voy a hacer? –dijo Sefa - Voy a quedarme aquí contigo a esperar a mi mami. 

Sefa se tumbó de lado junto a la bella Rosa. Mirándola, dijo:

-Y si alguien viene a hacerte algo, me avisas, ¿eh? –y diciendo esto sacó las uñitas de sus zarpas y mostró levemente sus blancos dientecitos.

-No te preocupes, pequeño Sefa. Descansa un poco, debes estar cansado, ¿verdad?

-Un poquito, sí. He estado corriendo mucho, ¿sabes? Y he dado volteretas por la hierba, y saltando... –abrió la boca dejando escapar un gran bostezo.

-Entonces cierra los ojos y duerme un poco. Yo vigilaré. Si veo a tu mami, te avisaré. Tú cierra los ojitos...

Pronto, el pequeño Sefa comenzó a dormitar. Soltó un par más de bostezos y, enseguida, se quedó dormido tumbado al lado de su Rosa. La Rosa le miraba con cariño de madre. 

-Eso es, duerme, pequeño ... –y, dándole un beso, la Rosa dejó escapar un pétalo que cayó muy suavemente sobre la carita del pequeño monstruito. 

Al rato, Sefa oyó la voz de su mami que le despertaba para que se fuera a lavar y para que se tomara su desayuno. Abrió los ojos. Y se llevó una sorpresa.

Estaba otra vez en la ciudad. No había prados enormes de fresca hierba. Y no estaba su Rosa. Cuando se incorporó, algo cayó al suelo. Miró y vio que era el pétalo. Extrañado y algo entristecido, comenzó a caminar por la ciudad buscando su Rosa. ¿Dónde estaría ahora? ¿Quién la iba a proteger?

Es por eso que los monstruos, desde aquel día, van solos por las casas. Porque los monstruos, como todos, también necesitan un ser querido a quien cuidar y sueños bonitos que perseguir.

 

FIN.

Datos del Cuento
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