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Roberto en la granja

En un pueblecito llamado Repinto había una granja muy grande donde iban a pasar el día muchos niños para conocer y cuidar a los animales.

La granja se componía de tres casitas: una grande con un tejado rojo y las paredes blancas que era la casa de las vacas, otra mediana con las paredes verdes y el tejado naranja donde se encontraban las aves y otra más pequeña de color amarillo con el tejado marrón donde estaban los cerdos. Además de las casitas, también se podía ver un establo de madera donde estaban los caballos, que eran doce. 

En la granja había un maravilloso jardín con flores de todo el mundo con miles de colores. Estaban cuidadas por un jardinero muy simpático llamado Camilo.

Un buen día la hermana de Camilo le avisó de que iba a mandar a su hijo a pasar unos días con él en la granja para que tuviera contacto con los animales. Camilo se ilusionó mucho, pues hacía mucho tiempo que no veía a su sobrino Roberto pues vivía en la ciudad.

El día que Roberto llegó los granjeros se pusieron muy contentos pensando que tendrían un vigilante más que cuidaría de los animales, pero fue todo lo contrario. Roberto era muy travieso y se pasaba el día tirando de la cola a las vacas, haciendo trenzas en el pelo de los caballos, escondiendo las bellotas para los cerdos y haciendo otras trastadas más. Un día Camilo le tuvo que reñir mucho porque incluso lo pilló arrancando una de sus flores para colocársela a una gallina.

Una mañana Roberto se levantó temprano dispuesto a hacer una de sus trastadas y fue al establo, pero allí no encontró a los caballos. Había poca luz en el establo y cuando trató de encenderla sintió que alguien le daba una patada por la espalda. Se calló al suelo y vio que… ¡había sido uno de los caballos quien le había golpeado!

- ¿Qué? ¿Te ha parecido divertido? A nosotros tampoco nos lo parecen tus bromas. Espero que esto te haya hecho reflexionar y se te hayan quitado las ganas de seguir haciendo trastadas– Dijo el caballo con voz grave -.
- Está bien, disculpa caballito – Roberto se disculpó y salió corriendo-.

Pero Roberto seguía teniendo ganas de hacer trastadas así que decidió que en lugar de gastarle la broma a los caballos, se la gastaría a las vacas. Pero cuando llegó a la casa de las vacas, éstas tampoco estaban. 
Entró con paso lento y de repente una vaca le salió al paso y le gritó:
- ¡Muuuuuuuu!

Roberto se cayó del susto al suelo y se llenó de barro y de suciedad.

- ¿Te gustan las bromas, eh? ¡Toma Broma! Mis compañeras y yo no queremos verte así que más vale que no vuelvas por esta parte de la granja – Dijo la vaca muy enfadada.

Roberto no dijo nada y salió corriendo hasta el gallinero pero una vez dentro de nuevo no había ni un solo animal... 

- ¿Dónde están todos? – gritó Roberto al aire-.

Cuando salió del gallinero se encontró a todos los animales en el jardín de la granja esperándole.

- No queremos que nos trates así Roberto. Debes aprender a respetarnos. Si empiezas a comportarte bien dejaremos que estés con nosotros pero si no, le diremos a Camilo que tienes que marcharte. 

Roberto se dio cuenta de lo mal que se había portado hasta entonces y se comprometió a no volver a hacer travesuras a los animales nunca más, pues ellos también eran seres vivos que sufrían cuando se les hacía daño. Los caballos lo abrazaron y las vacas le lamieron la cara y de esa forma todos se convirtieron en grandes amigos.

Datos del Cuento
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