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Redder al rescate

Redder viajaba por el espacio en su nave espacial, vigilando que todo marchaba como es debido. La misión de Redder era mantener a salvo a todos los viajeros interestelares y mantener alejados a ladrones y truhanes para que no hicieran de las suyas. 

Podría parecer una misión impensable para una sola persona. Pero Redder era especial, porque tenía la nave más rápida del universo y el detector de problemas más avanzado que pudiera inventarse. Además, Redder tenía soluciones para todo. No había problema que se le resista al mejor guardián espacial de todos los tiempos.

Si alguien tenía un problema solo tenía que decir “Redder, te necesito”, y Redder acudía al instante, aunque estuviera a miles de años luz de distancia. Su eficacia era tal que no había más guardianes en la galaxia. No hacían falta, porque Redder lo solucionaba todo. 

Pero un día sucedió algo inesperado. La nave de Redder se estropeó y el guardián tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en un meteorito cercano. Allí, solo, Redder no sabía qué hacer. La nave no respondía. Tampoco funcionaba el sistema de comunicación. 

Desesperado, Redder sintió que algo extraño corría por su mejilla derecha, algo húmedo y cálido que, al llegar a sus labios, reveló un extraño sabor salado. Por primera vez en su vida Redder había derramado una lágrima. Cuando se dio cuenta, Redder empezó a llorar.

-¿Qué voy a hacer? -gritó Redder-. ¿A quién voy a llamar ahora? ¿Quién ayudará al rescatador? ¿Quién acudirá ahora a la llamada? Yo soy Redder y no puedo ayudarme.

Redder se desesperaba por momentos. Tenía que hacer algo, pero ¿qué?

Cuando pensó que estaba todo perdido solo se le ocurrió lanzar el mensaje de auxilio que todos en el universo habían lanzado alguna vez. Con voz lastimera dijo:

-¡Redder, te necesito! 

Entonces, una especie de luz se encendió sobre su cabeza. Por puro instinto, Redder se levantó y dijo lo mismo que le decía a todos aquellos a los que ayudaba:

-Tranquilo, si el problema tiene solución, la encontraremos y, si no, buscaremos una alternativa.

Redder se sorprendió al oír sus propias palabras. De pronto, todo cambió. Redder dio una vuelta alrededor de la nave para ver si descubría alguna pista que le acercara al problema. Apenas tardó unos minutos en descubrir que el depósito de combustible estaba mal cerrado. Lo abrió y vio que no había nada en él.

-He encontrado el problema -dijo Redder, satisfecho-. Ahora tengo que buscar una solución, porque por en este meteorito no hay combustible. ¿O sí?

Redder se puso de rodillas sobre el meteorito y empezó a tocarlo y golpearlo. 

-De aquí no sacaré combustible -dijo Redder-. Necesito otra solución.

Redder buscó en el interior de su nave y encontró una herramienta que le había sido muy útil en el pasado, una herramienta que él mismo había inventado.

-Con esto manejaré el movimiento del meteorito para que me lleve cerca de algún lugar donde puedan ayudarme -dijo Redder. 

Orientándose gracias a las estrellas, que Redder conocía bien, el guardián consiguió acercarse lo suficiente a un planeta como para que alguien le viera. Enseguida decenas de naves llegaron al meteorito para ofrecer a Redder la ayuda que necesitaba.

-Menos mal que has aparecido, Redder -le dijo uno de los que acudió en su ayuda-. Hay decenas de emergencias sin atender. Temíamos que te hubiera pasado algo.

Ese día Redder decidió entrenar a más guardianes y compartir con ellos su tecnología secreta para que el universo fuera más seguro para todos, incluso para él mismo.

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