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Pócolo el Guardián de la Boya

Pame, Chellín y Lian se sentaron frente al abuelo Norsi, adoptaron una posición de Flor de Loto, recargaron sus coditos en sus muslos y con los puños cerrados descansaron sus barbillas preparándose a escuchar uno mas de los relatos del abuelo. Algo que ya era una autentica tradición los domingos por la tarde posterior a la acostumbrada comida que Gaby, Gussy y Alberto bajo la gobierna de Kity y con ayuda de Ángelita y Juanma se encargaban de preparar en el jardín posterior de la casa de Alberto y Ángelita ubicada en exclusivo barrio a unos cuantos kilómetros de Río Balsas allá en el Estado de Guerrero.
Norsi juntó varios de sus recuerdos, los metió en una bolsa, se sentó en su sillón favorito y despegó la espalda del respaldo ya que de no haberlo hecho así en pocos minutos habría de estar soñando y no precisamente en la inmortalidad del cangrejo aunque si algo parecido.
 Norsi ¿Qué tres en esa bolsa? – Preguntó Pame
 Bo ¿Qué nos vas a contar ahora? – Terció Chellín
 Bo, da, bum, ba – Balbuceó Lian. Bueno ella aún no cumplía un año
 A ver, a ver uno por uno. Primero Lian. – Li, kun, da, lian. Ahora a Pame y a Chellín; En esta bolsa traigo algunos recuerdos de una de mis magnificas aventuras y el de ahora no será un cuento sino una de mis aventuras aunque como cualquiera andanza en esta ocasión fue algo que me sucedió involuntariamente.
“ Sucede que en mis años mozos y como saben, me dediqué a la construcción, pues en una de esas obras tuve el privilegio de ser asignado en la Dirección Técnica para la construcción de un Muelle que posteriormente serviría para descargar combustóleo que se utilizaría en la generación de energía eléctrica.
Los estudios habían pronosticado un mar quieto y calmado y cuando mucho con un oleaje que no sobrepasaría los treinta centímetros de altura, condición que desde luego se tornaba muy favorable para el tipo de construcción, una Obra Marina.
El desarrollo de los planos se llevó a cabo bajo la supervisión de connotados ingenieros navales altamente reconocidos en esos menesteres.
Han de saber que entre otras disciplinas una que es indispensable es la que prestan los buzos, personas acostumbradas a trabajar bajo el agua y que se mueven con una agilidad que solo las había visto en documentales. Mi responsabilidad me exigía que supervisara ciertos aspectos en el avance propio de la obra por lo que en cierta ocasión fui invitado a vestir el traje de neopreno y bajar a no mucha profundidad a revisar el tendido de la base de un enrocamiento que posteriormente se convertiría en un majestuoso rompeolas. La tarea no revistió mayor contratiempo que no fuera por la aparición repentina de cardúmenes de sardinas, atunes, arenques, carpas y otras especies que salen de mi memoria.
He de comentarles que a mi llegada a la obra llamó poderosamente el entorno terrestre que aunque se trataba de la costa no dejaba de ser tierra firme. Así conocí “Punta Cirios” cuya principal atracción era el florecimiento de una vegetación que solamente se encuentra en ese lugar y en otra parcela en Israel. También tuve la suerte de admirar de cerca “Cabo Lobos” donde miles de Lobitos de Mar se daban cita a tomar los cálidos rayos del sol. Otra experiencia increíble fue el haber tenido la oportunidad de palpar con mi propia mano el lomo de una ballena azul y de donde pude arrancar sin mucho esfuerzo este pedazo de algo que parece una roca pero que en realidad es una especie de coral.
Creo que ahí nació mi curiosidad por conocer algo más sobre la mar y es por eso que accedí, en principio con algo de miedo, a bucear.
Estaba embelesado con esa mi primer inmersión que fui quedando rezagado de los demás buzos, que por cierto eran totalmente profesionales, mi éxtasis que fui vuelto a la realidad de una manera abrupta ya que sentí un potente golpe que casi me arranca la pierna derecha, o al menos eso es lo que pensé. Lo que en realidad sucedió fue que al quedar solo, un juguetón lobito de mar me dio alcance y en una de sus piruetas marinas me rozó.
No quiero decirles el miedo que sentí, mismo que me hizo salir a la superficie tratando de gritar, claro que con el regulador aún en la boca lo que grité solamente lo escuche yo mismo. Afortunadamente una de las lanchas inflables estaba cerca, nadé con autentico pavor, me trepé por un costado con tal prontitud que casi la volteo. No sé que cara de miedo o terror debe de haber visto el lanchero que me ayudo a terminar de subir y a retirarme el regulador.
La impresión me duró algo así como un par de semanas, tiempo durante el cual no me animé a meterme a la mar hasta que sucedió que aquellas olitas de treinta centímetros en el más cabal cumplimiento de la máxima de los pescadores que dice; “Mañana oscura, tarde segura, Tarde oscura, noche . . . quién sabe”, literalmente de la noche a la mañana se convirtió en una marejada que alcanzaba los tres metros de altura con olas que azotaban a un “chalán” que se utilizaba para hincar pilotes que servirían de anclaje a las Plataformas de Operación.
Haciendo de tripas corazón abordé una lancha inflable con la idea de coordinar el aseguramiento de la maquinaria que sobre el mencionado chalán se encontraba. Error que casi resulta fatal ya que no bien salté a la cubierta que una ola alejó la lancha que me había transportado.
Escuché toda clase de ruidos, desde el silbar del viento hasta lo que después supe había sido el “Desgarramiento” de las anclas. Quede a la deriva de lo cual me percaté solamente hasta que observé que el Cabo Lobos estaba totalmente desierto y que se acercaba a gran velocidad cual Tanque Petrolero a la deriva. Era el chalán el que en pocos segundos sin duda se estrellaría contra aquellos riscos. Quiso la providencia que el viento y la marejada cambiaran de dirección y a escasos cincuenta metros empezó a alejarse, de la lancha inflable ni trazas.
Mi equilibrio era precario y a duras apenas atinaba a aferrarme de cualquier cosa hasta que una de esas cosas fue un tambor vacío que salió disparado por la borda o la popa o el estribor o el babor, no sabía nada de términos náuticos en esos momentos. Me vi flotando agarrado fuertemente a aquel tambor que para mi suerte flotaba sin permitir que me hundiera.
En momentos solamente veía una especie de estadio cuyas tribunas eran solo una cortina de agua y yo en el medio para que al siguiente segundo al voltear todo a mí alrededor no divisara una sola gota de agua, todo era cielo que en esa ocasión estaba perfectamente definido sin que llegase a confundirse con la mar. El cielo totalmente nublado en gris y el mar aunque hecho un pandemoniu, no perdía sus tonos en azul salpicados por la blancura de las olas que se estrellaban unas contra otras.
¡Que lejos quedaban esos recuerdos de los crepúsculos que en la mañana enmarcaban un cielo de belleza incomparable y que por la tarde convertían el melancólico atardecer que unían mar y cielo solo separados por el resplandor de los últimos rayos del astro rey!
Ahora todo era confusión. De pronto vi una luz roja y escuché el tañer de una campana ¿Una Campana? Creo que ya deliro. Efectivamente era la luz intermitente de una boya y el sonido que emitía el golpeteo de un badajo en una campana. Quiso la suerte o acaso una ayuda mucho muy superior que el barril con el que flotaba se acercara a la boya que aunque se bamboleaba vaticiné que sería más segura que mi salvador barril. Una vez a mi alcance me prendí de la exigua estructura que sostenía la luz centellante. Posteriormente tuve la oportunidad de experimentar la fortaleza de esa tan aparentemente débil estructura-
Habían pasado casi doce horas y el temporal no amainaba, no sentía hambre y si acaso algo de sed, pero me mantenía ocupado en salvar el pellejo.
En un momento la oscuridad cubrió todo el espacio, arriba, abajo, adelante, atrás, a la derecha, a la izquierda y tal como llegó esa oscuridad el cielo se dejó ver entre las nubes y aparecieron miles de luces intermitentes, eran estrellas reflejadas en la agitada superficie marina.
Con mi cinturón me amarré a la boya pensando que en caso de que el cansancio y el sueño me vencieran podía haber caído sin darme cuenta. Afortunadamente tuve razón y alcancé a cabecear dos o tres ocasiones no sé por cuanto tiempo.
Sin darme cuenta y aunque nublado la luz matinal me despertó o mejor dicho me puso en alerta al tiempo que escuchaba lo que parecían gritos pronunciando mi nombre.
- ¡Norsi!, ¡Norsi!
Efectivamente eran mis compañeros que a bordo de sendas lanchas inflables trataban de acercarse a la boya pero que la marejada se los impedía, cuando mucho pudieron acercarse a unos diez metros con el peligro que las cadenas que mantenía anclado a mi salvadora boya, pudieran rasgar el hule de las lanchas y así provocar una desgracia mayor. Sin desatarme agité mis brazos indicándoles que se alejaran, sin embargo de una de las lanchas empezaron a lanzar unas bolsas que me percaté de que se trataba hasta que alcance una de ellas posterior a no se cuantos intentos. Era comida y una botella de agua. Devoré la ración y el agua la tomé a sorbos.
¡Cómo añoré el aroma del café recién tostado de Coatepec, mi favorito!
El temporal arreció y las lanchas tuvieron que retirarse.
Dormité unos instantes y cuando desperté no estaba solo, me acompañaba un hombrecito que estaba parado en la poca superficie que la boya mantenía a flote, precariamente se mantenía en equilibrio, sin embargo, no se sostenía con nada, es más ni se agarraba de la torrecita.
- Hola- Me dijo y yo me quedé mudo
- ¿Cómo llegaste aquí?
- Nadando
- ¿Nadando?-
- Si ¿Quieres una tacita de café?-
- ¿Café?-
- Si, café y de Coatepec del que te gusta. Me dijo levantando al tiempo las dos cejas hasta en tres ocasiones.
Era un hombrecito que no alcanzaba el medio metro de estatura vestido con un overol azul y una gorra del mismo tono y que aparentemente estaba seco. De uno de sus bolsillos sacó una especie de termo y del otro bolsillo extrajo una taza y se dijo
- No mejor un jarro, creo que te gusta más en jarro ¿No es así?
- ¿?
El café estaba caliente y me reanimó increíble
- Perdón, cómo te llamas
- Me llamo Pócolo
- ¿Pócolo? Que nombre tan raro, nunca lo había escu. . ..
Me quedé dormido y desperté hasta el nuevo día y aunque el oleaje continuaba con sus feroces arremetidas yo estaba increíblemente seco.
Mis compañeros repitieron la misma maniobra los siguientes dos días sin horario fijo ya que el oleaje no les permitía aproximarse. Recibí una cuerda de manila con la que me até más seguro y pude por fin dormir casi una hora continua sin hacer caso de que me encontraba empapado, bueno eso era hasta que de nuevo aparecía mi compañero, momento en el que me sentía totalmente seco.
Fue la madrugada del cuarto día que la quietud de la mar me despertó, deben de haber sido algo así como media noche, abrí los ojos, parpadeé y alcancé a ver en todo su esplendor la luna, un disco amarillo sobre de mi, era luna llena. El oleaje había desaparecido. La luz de dos, tres, cuatro lámparas me encandilaron. Eran mis compañeros que se acercaban a toda velocidad a rescatarme. El temporal había amainado.
No había estado muy alejado de la costa, si acaso y escasamente unos ochocientos metros pero que se me hicieron una distancia infinita en mí regreso.
Ya en tierra firme me esperaban con unos jarros de aromático café.
- Esperen, tenemos que regresar por Pócolo
- ¿Pócolo? ¿Quién es Pócolo o qué es?
- Es mi compa . . .
- Ya deliras, lo que necesitas es dormir, descansar
- No, de verás. Pócolo es . . .
El sueño y el cansancio me vencieron por fin y me llevaron casi a rastras. Volteé a ver la boya y sobre ella un hombrecito vestido con un overol azul y gorra del mismo tono me decía adiós con la mano y claro alcance a escuchar como me decía:
- Norsi, a la Mar no se le tiene miedo, se le tiene respeto.
Desde entonces solo camino a la orilla del mar sin siquiera mojarme los píes y solo recojo conchitas y piedritas como las que traigo en esta bolsa y que se las voy a regalar.
Pame, Chellín y Lian no habían siquiera parpadeado con el relato de su abuelo, pero al recibir la bolsa con las conchitas se apresuraron a repartirlas dejando la más bonita en la bolsa.
- Esta será para Pócolo
- Si, si de acuerdo
En ese momento y a lo lejos una campana empezó a tañer, era una boya que sin motivo se balanceaba y se dejaba escuchar.
- A Norsi como la Mar no le tengan miedo, téngale respeto.

Autor:
Norberto Villegas Bobadilla
Marzo de 2010
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 6.23
  • Votos: 61
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4925
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