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Pepito y sus grillos

Había una vez un niño llamado Pepito que vivía en una gran ciudad. Pepito tenía de todo: juguetes, puzles, muñecos, libros, películas, videojuegos y cualquier cosa que se pudiera comprar y pudiera colocarse en una estantería. Pero a Pepito le faltaba algo. Lo que Pepito quería era tener una mascota para jugar. 

Era lo que más ilusión le hacía en el mundo. Pero lo papás de Pepito no querían tener una mascota en casa. Decían que la casa era pequeña, que los animales manchaban mucho y cosas de ese tipo.

Cuando Pepito cumplió 6 años, sus padres le enviaron a pasar el verano a casa de sus abuelos, que vivían en un pueblecito de esos en los que se puede jugar en la calle. Pepito pensó que sus abuelos le comprarían una mascota. Pero los abuelos de Pepito, que vivían en una casa con jardín, tampoco querían tener una mascota. Decían que estropearía las flores y que en invierno tendrían que quedarse con la mascota.

La primera noche en casa de sus abuelos, Pepito oyó un curioso canto desde su ventana. Por la mañana bajó al jardín a ver quién cantaba, pero sólo oía a los pájaros y ese no era la clase de canto que él había escuchado la noche anterior. 

La siguiente noche Pepito volvió a oír el curioso sonido. Pero a la mañana siguiente no encontró más que pájaros en el jardín. 

La tercera noche, Pepito decidió preguntar a sus abuelos qué era lo que cantaba desde el atardecer y que no oía cantar por las mañanas.

- Son los grillos -dijo su abuela-.
- ¿Puedo tener uno como mascota? -preguntó el niño-. Sería estupendo.
- Cuidar un grillo es complicado -dijo su abuelo- y en pocos días te quedarás sin él.
- Es que me hace tanta ilusión tener una mascota… -dijo el niño.
- Puedes tener a los grillos del jardín como mascotas sin tenerlos encerrados en una caja -dijo su abuela.

Esa noche el abuelo de Pepito se las ingenió para que un grillo se posara en la ventana de Pepito, que lo observó y escuchó hasta que se quedó dormido. Por la mañana Pepito preparó comida para los grillos en algunas tapas de los botes de conservas de su abuela, y los buscó por todo el jardín. Iba dejando los platitos de comida y se escondía para esperar a que salieran. 

Desde ese día, Pepito cuida a los grillos como si fueran sus mascotas. Incluso baja con su abuelo por las noches a escucharlos al jardín y a observarlos. Poco a poco ha aprendido sus costumbres, lo que les gusta comer y dónde prefieren cantar.

Desde entonces, Pepito va todos los veranos al pueblo con sus abuelos a ver sus mascotas. ¡Qué ilusión le hace a Pepito cuidar y observar a sus pequeños grillos!

Datos del Cuento
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