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Parto

Había una lluvia torrencial aquella tarde, Isaura, Mi abuela, esperaba inútilmente que llegara Isidoro, Mi abuelo, el cual, como cada domingo, se había ido a emborracharse como era su costumbre al pueblo. Ella, en su embarazo, esperaba, que su hijo, numero doce, naciera en compañía de su Padre, El cual nunca había estado en ningún parto. Si estuviera hoy seria distinto, pero no, no llego.

El cielo vomitaba granizo, frió como la soledad, aquella, que cuando crees que tienes un amor que Te acompañara en los momentos que lo requieres, pero no, El nunca llego…

Ya el agua había invadido el suelo de tierra de su miserable rancho, la tierra que nos da todo y que a la vez nos quita todo, solo Ella, la Tierra, sabe cuanto sufrimos para parir un hijo, que mas que cuidarlos, los acaba, les envenena el alma cuando nosotros solo seamos parte del pasado.

Las contracciones habían comenzado ya hacia un buen rato, pero Isaura, Mi abuela, las soportaba, resistía, quería ya parir, pero no quería que Isidoro, Mi abuelo, se perdiera este nacimiento, el cual Ella sabia, seria el último.
No, Isidoro, Mi abuelo, no llegaba…

La fuente rompió, como cual repulsiva diarrea, la sintió bajar por sus piernas, las cuales había abierto tantas veces a Isidoro, Mi abuelo, el gran ausente esta noche, la noche del parto.

Tantas veces El, en medio de sus borracheras busco el consuelo a su alma atormentada en aquellas piernas, las cuales hoy, solo soportaban el dolor del parto de Isaura, Mi abuela.

Ella, recia como son las mujeres del campo, resistía, quería, deseaba, que El estuviera a su lado, había prometido llegar temprano. No llego.
Ya el parto era inminente, lo sentía, aquella criatura quería, deseaba ya salir, no quería estar mas tiempo en aquella barriga, escasa de alimento, llena de dolor.

Isaura, Mi abuela, no soporto mas, bajo de la cama, aquella que meses antes seria el origen de este nuevo hijo, el ultimo, Mi padre, y se acuclilló como pudo en el suelo de tierra, con el agua fría como la soledad, mojándole las piernas, aquellas que tanto gustaban a Isidoro, Mi abuelo.

Se sentía la fuerza de este bebe, El, Mi padre, solo quería salir, llorar, exigir un soplo aire, solo quería salir…

Isaura, Mi abuela, no pudo contener mas este Ser, sintió como se partía en dos su miserable cuerpo, en dos, así se sentía. Un dolor tan fuerte, como aquel que se siente cuando morimos.

Salio, El, Mi padre, en medio del frió como la
soledad, lloro, ¡ grito ! Isaura, Mi abuela, al verlo, solo pudo soltar una lágrima, una, no tenía alientos para más.

Llevaba ya varias horas allí, acuclillada con su nuevo hijo, el cual le daba paz, una paz pasajera, un momento de felicidad en medio de su miserable y patética vida, solo un bebe, es solo un bebe pensaba Isaura, Mi abuela.

El ausente, Isidoro, Mi abuelo, no llegaba…

¿Que hacer?, pensaba Isaura, Mi abuela, el bebe allí, en sus brazos, dormido, ilusión de vida, un destello en medio de aquella soledad, la cual es fría. ¿Que hacer?

Tomo el cordón umbilical, lo llevo a su boca, y sacando fuerzas de donde no había ya, lo mordió, lo corto, la sangre se mezclo con el agua, esa mancha roja se perdió con el agua, fría como la soledad.

Isidoro, Mi abuelo, el gran ausente no llegaba…
Soledad, eso sintió Isaura, Mi abuela, sola, lejos de todo, abandonada. Seguía lloviendo, ya no importaba esto, Ella sabia que debía luchar por aquel bebe, el cual ya había logrado salir de su tétrica prisión. Si hubiera sabido que seguía en esta vida, seguro no habría buscado la salida, se habría quedado allí, en el vientre.
Amanecía. La lluvia, como dando un respiro a Isaura, Mi abuela, decidió no llover mas.
El abuelo, Isidoro, llego ya cuando las estrellas han decidido irse a dormir, solo ellas, las estrellas, saben cuando.

Isaura, Mi abuela, acuclillada en el suelo lo vio abrir la puerta, estaba feliz. Ella, después de todo estaba feliz, quería compartir aquel bebe, Mi padre, con su adorado Isidoro. Isidoro se percato de que había una nueva boca que alimentar, tenia la esperanza que en medio de aquella noche de torrencial lluvia, muriera, ese era el motivo de no llegar, pero no había sido así. Isaura, Mi abuela, lucho, peleo, quería aquel hijo, Mi Padre, quería que fuera el ultimo, eso quería.

No pudo levantarse, Isaura, Mi abuela, ya que
sus piernas, en medio del agua fría, como la soledad, se habían entumido, al grado de no poderlas aflojar, estaban pegadas a sus nalgas, no podía levantarse. Ella, en su felicidad quería compartir este nuevo ser, Mi padre, con Isidoro, Mi abuelo, pero no pudo.

El, Isidoro, Mi abuelo, vio aquel cuadro, era repulsivo, un bebe ensangrentado, pegado, a Ella, Isaura, Mi abuela, la cual estaba ya con un color de piel similar al que tienen los muertos, esos que se han muerto pero resisten el irse, le dio asco, solo pensó en lo desgraciada que era su vida, en los hijos que nunca pensó tener, pero que Ella, Mi abuela, en su terquedad, siempre se los dio, cual eslabon de una cadena, año tras año.

El bebe, Mi padre, seguía chupando aquellas Tetas secas, ya no salía nada de ellas, pero El, Mi padre, seguía chupando con la ilusión de que algo podría obtener, algo.

Isidoro, Mi abuelo, en medio de su tristeza, de su rabia de saber que ahora tendría que pensar en otro hijo, aparto aquel manojo de sangre y carne, Mi padre, a un lado y tomo a Isaura, Mi abuela, del cabello, el cual era largo, le llegaba hasta la cintura, bello, recio como era Ella, Isaura, Mi abuela. Hizo con su cabello una trenza envuelta en su brazos, brazos que sabían como tratar la tierra y los bueyes, y la jalo, fuerte, duro, la arrastro de tal forma que su cuerpo solo siguió el movimiento de sus brazos, los cuales la llevaban cual bulto, la golpeo, la insulto, con tal saña que, solo cuando supo que había descargado su rabia hacia Isaura, Mi abuela, termino.

Ya el sol, reclamando a las estrellas y a la luna su espacio, estaba en aquel punto que no sabes si amanece u oscurece, en ese momento Isidoro, Mi abuelo, la llamo, le pidió el desayuno, Ella, Isaura, Mi abuela, no respondió, solo silencio…

Isidoro, Mi abuelo, le reclamo de nuevo, nada, solo silencio…

El Bebe, Mi padre, lloraba en el mismo lugar al cual había sido tirado, lloraba, lagrimas de hambre, Isidoro, Mi abuelo, sentía asco por este bebe.

Espero Isidoro, Mi abuelo, espero. Cuando ya la paciencia le desespero, la volvió a tomar del cabello, y solo en aquel momento, cuando Isaura, Mi abuela, ya no dio señas de querer darle su desayuno, entendió, se dio cuenta, supo, que ella, Isaura, Mi abuela, había muerto hacia ya mucho tiempo.

Dubanok
Datos del Cuento
  • Autor: DUBANOK
  • Código: 20026
  • Fecha: 27-06-2008
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.39
  • Votos: 114
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4275
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