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París 1944

Con gesto impasible y a la par altivo, la catedral de Notre-Dame observaba curiosa el movimiento que se desarrollaba en torno a ella, mientras sus seculares campanas ponían música al aire de la mañana. Al otro lado de la calle, en la linde de un parque, un cabo alemán conversaba con un oficial. Cuando hubieron terminado, éste echó a andar hacia el lado opuesto de la catedral mientras el primero se internaba en el parque. Caminando por una de las sendas de tierra batida que lo atravesaban, el soldado se puso a pensar en la reciente conversación.
De pronto, alguien salió sigilosamente de detrás de unos arbustos y le golpeó en el cuello, dejándolo sin sentido. Entonces lo arrastró a las sombras y después de haberle quitado el uniforme y una pistola que llevaba, lo dejó entre los arbustos.

Pegado a la fachada de un edificio que se alzaba frente al parque, un camión militar reposaba de medio lado sobre la acera, y junto a él varias cajas de madera apiladas y custodiadas por dos soldados. Uno de éstos alzó la vista viendo que alguien se acercaba. Era el falso cabo, Pierre Dunot, espía de la Resistencia.

- Traigo órdenes de trasladar estos explosivos a otro arsenal-dijo en un perfecto alemán tras haber hecho el odioso saludo nazi.

Los soldados le miraron suspicaces.

- Habla con el comandante, no es nuestro problema.

- Me han pedido que lo haga sin dar explicaciones-replicó Dunot.

- Hazlo entonces-concedió el soldado que había hablado.

El espía empezó a cargar cuidadosamente las cajas en el camión, cajas que contenían minas anti-carro, dinamita y granadas. Pero por supuesto su intención no era llevarlas a otro arsenal alemán, sino a las manos de sus camaradas y de la Libertad. Mientras movía las cajas ante la atenta mirada de los soldados, Dunot se preguntó cuánto tardaría en regresar el comandante. Estaba a punto de dejar la cuarta y última sobre el suelo del remolque cuando éste apareció por el lado del vehículo que quedaba junto a la pared.

- Oye tú, ¿qué haces?-dijo sorprendido.

Dunot sintió un escalofrío.

- He recibido órdenes de trasladar el cargamento a otro arsenal.

El hombre le miró con ojos incrédulos.

- Eso no es posible. Me lo habrían notificado. Y si no lo han hecho, es que mientes, ¡eres un impostor!.

Intentó sacar su pistola, pero antes de que pudiera hacerlo Dunot le alojó una bala en el cráneo. Los soldados corrieron la misma suerte.
El espía se guardó el arma y tras colocar la barrera del remolque, fue a la cabina. Pocos segundos después el camión estaba enfilando la calzada.
Apenas había recorrido unos metros calle abajo cuando oyó un grito en alemán. Un todoterreno tripulado por cuatro soldados, tres de ellos armados, se dirigía hacia él.
Dunot disparó contra ellos, quienes a su vez le respondieron con una violenta ráfaga de ametralladora. Más adelante volvieron a disparar, teniendo cuidado de no dar a los explosivos. Pero estaban en ello cuando de pronto el camión se cambió al carril de la derecha, dejando como objetivo de las balas a un coche que nada tenía que ver con ellos. Como consecuencia de la lluvia de plomo, el vehículo perdió la estabilidad y acabó chocando contra el costado izquierdo del camión, el cual, a pesar del impacto, siguió adelante.
Pero unos segundos más tarde se detuvo en seco. Asomando por la ventanilla, el espía abrió fuego contra el todoterreno, que estaba sorteando el coche siniestrado por su izquierda. El soldado que había gritado, el copiloto, fue alcanzado en el pecho, mientras que uno de los que iban sentados en la parte trasera, recibió un disparo en la cabeza. Dunot disparó dos veces más y luego reanudó la marcha.
Instantes después volvió a disparar, alcanzando ahora las dos ruedas delanteras del todoterreno. El único soldado armado que quedaba hizo su réplica también contra las ruedas del camión, pero sólo logró reventar una. Dunot se asomó por la ventanilla y abrió fuego, mas al quedarse enseguida sin balas tiró la pistola. El subfusil del nazi lanzó otras dos ráfagas, al tiempo que el camión pasaba junto a un asustado motorista y un coche descapotable. Éste, que había sufrido el reventón de su segunda rueda trasera, empezó a zigzaguear y después a tambalearse, hasta que volcó. Dunot, viéndose morir allí, abrió de un golpe la puerta de la cabina y salió todo lo deprisa que pudo. Una vez en el suelo, echó a correr hacia el cruce que había al final de la calle. Mientras tanto, el conductor del todoterreno no pudo evitar que el vehículo chocase contra el remolque y en cuestión de segundos todo quedó envuelto por un intenso fuego. Eso sí, él y el otro soldado lograron saltar a tiempo antes de la colisión.

Después de levantarse del suelo, el soldado armado echó a correr tras Dunot, que aún no había doblado la esquina de la calle que había a la izquierda del cruce. El conductor, por su parte, fue incapaz de moverse.
El espía corrió calle abajo entre los pocos transeúntes que llenaban la acera, mientras oía los cercanos gritos de su perseguidor. De pronto, la visión de varios soldados corriendo hacia él unos metros más allá le detuvo. Atrapado.
Sus ojos se posaron en la amplia azotea del edificio que había al otro lado de la calle. En ella se podía ver una pequeña casita con una puerta negra.
Dunot atravesó la calle y se metió en el portal que había frente a él. Seguido de cerca por los nazis, subió todos los pisos del edificio hasta llegar a la azotea, y después pasó a la siguiente, y luego a la siguiente, y otra más. En total tres saltos a través de pequeños abismos de cuerdas de tender y macetas en las ventanas.
En la cuarta vio una claraboya cuadrada a través de la cual se podía distinguir una cama de blancas sábanas. Sin pensárselo dos veces, y mientras oía detrás suyo cómo los nazis se acercaban peligrosamente, saltó por la claraboya. Tras unos segundos de caída libre entre un millar de cristales, aterrizó sobre la mullida cama.
Tenía varios cortes, pero estaba bien. Se levantó y ante la estupefacta mirada de los que vivían en aquel piso, salió al pasillo y empezó a bajar las escaleras. Ya en la calle, se mezcló con la gente.
Datos del Cuento
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