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Misión Athena: Cap 7. La escena del crimen. (2 de 2)

Mientras Allen seguía analizando el cuerpo, Vincent registraba todo en una tableta electrónica. Le hizo un gesto para que se acercara.

-Vincent, dime que ves en esa pantalla.

-La lectura inicial de los datos nos dicen que el hombre tenía cuarenta y tres años. La información preliminar que este aparato obtiene de sus pulmones nos dice que llevaba a penas un año residiendo en LV-200.

Allen asintió. Los sistemas de terraformación eran únicos en cada planeta colonizado. Para dotar a un asteroide o de una atmósfera suficiente y respirable por los humanos había que atender a las características propias del mismo. Esto hacía que el proceso fuera diferente y requiriera componentes específicos en cada ocasión. Estos elementos no eran dañinos para las personas, pero contenían minúsculas partículas que se almacenaban en los pulmones y eso hacía posible determinar, en función del número y cantidad depositadas, el tiempo de permanencia en LV-200.

Vicent prosiguió relatando los datos que se agolpaban en la pantalla de su tableta:

-No hemos encontrado nada, ni en sus pertenencias ni en sus ropas, que nos dé una pista sobre quién es el fallecido. Creo que eso podremos hacerlo en la central. Como sabe, tenemos almacenados la ficha personal de todos los que llegan a nuestro asteroide.

Allen no estaba preocupado aún por la identidad del fallecido. Sabía que todas las personas que llegaban y salían de LV-200 eran registradas y escaneadas. A la población se le informaba de que era necesario para evitar la propagación de enfermedades o la entrada de parásitos, pero Allen sabía que en realidad era una exigencia de las corporaciones mineras para evitar el contrabando y que la gente utilizara el interior de sus cuerpos para llevarse metales preciosos. Era una práctica bastante poco respetuosa con los derechos de los ciudadanos, pero al mismo tiempo era muy útil para la policía, que así obtenía información sobre los movimientos de todos los individuos que querían entrar o irse del asteroide. Era cuestión de tiempo que identificaran a quién pertenecía el cadáver.

-Podemos concluir, - prosiguió con seguridad Vincent-que la muerte se produjo aproximadamente hace tres semanas, atendiendo al estado de los tejidos. Aunque no es fácil determinar el momento exacto, puesto que el cuerpo y los tejidos han sufrido algún tipo de ligera abrasión. Es algo un tanto extraño, ya que, en mi opinión, no se corresponde con el estado de putrefacción habitual de un cadáver con estas características. Además, las ropas que llevaba han desaparecido parcialmente, probablemente por lo mismo que provocó el deterioro de los tejidos.

Allen estaba de acuerdo con lo que apuntaba Vicent Norman.

En LV-200 los cuerpos de los fallecidos requerían bastante tiempo en descomponerse. El planeta carecía totalmente de vida antes de la colonización por lo que los microorganismos y bacterias, aunque iban multiplicándose  en el entorno terraformado, tenían una proporción mucho menor que en la Tierra. Un cuerpo podía tardar hasta tres meses en corromperse de forma definitiva. Era por ello por lo que los entierros en LV-200 eran, básicamente, incineraciones.

Allen pensaba que Vincent también estaba en lo cierto respecto a que el cuerpo y la vestimenta sufrían cierto tipo de degradación desconocida. Era algo que Allen no recordaba haber visto nunca y debería preguntar al médico forense sobre aquello.

Interrumpieron bruscamente sus cavilaciones los chicos del laboratorio, que habían salido poco después que ellos y que, finalmente, se las habían apañado para llegar a aquella remota cueva.

Allen supervisó con atención el procedimiento, aunque no supuso una gran diferencia porque los técnicos eran competentes y conocían su oficio. No apareció nada nuevo de especial relevancia. Cuando concluyeron, el comisario y Vincent volvieron al vehículo de exploración y escoltaron al joven Blaz de vuelta a LV-200. Le llevaron a la comisaría, donde se le seguiría interrogando hasta que se decidiera cuál era su implicación en el suceso y qué hacer con él.

Una vez realizado el papeleo correspondiente y dejado el cadáver en el depósito donde sería analizado, el comisario decidió que era suficiente para el día de hoy y le dio permiso a Vincent para ir a su casa. El haría lo mismo. El caso requeriría de tiempo para ser resuelto y debían descansar algo para afrontarlo con garantías.

Eran las cinco de la madrugada cuando Allen llegó al cubículo que llamaba hogar. Otros hubieran utilizado el adjetivo de madriguera o pocilga. Pero él no le prestaba mucha atención a esas cosas. Hacía bastante tiempo que había muchas cosas de su vida personal que le importaban muy poco. Pero era tarde y no era el momento de pensar en ellas. Nunca era el momento.

Estaba cansado. Tomó un buen trago de whisky e intentó conciliar el sueño en las pocas horas que disponía antes de volver al trabajo.

No puede decirse que tuviera mucho éxito. Aunque estaba acostumbrado, el alcohol consumido durante la jornada le daba un ligero dolor de cabeza. Dio varias vueltas en la cama pero, cada vez que conseguía quedarse adormilado, volvía a soñar con la misma imagen.

Era la misma que le torturaba desde hacía años: Una niña pequeña, asustada y con ambas manos en el cuello. Suplicaba ayuda. Pero no recibía el auxilio de nadie. Nunca había nada que la salvara. Y, poco a poco, se iba alejando de él.

Allen intentaba llegar a ella, pero ella siempre se perdía en el vacío. Y ella se parecía demasiado a Clarise como para no sentirse angustiado. Pero, por mucho que se esforzara, él nunca conseguía alcanzarla.

 Se incorporó sobresaltado y sudando. Cuando se sosegó un poco, decidió que no tenía sentido intentar dormir más y se levantó.

En el cuarto de baño se miró al espejo y no le gustó lo que vio. Tenía el rostro prematuramente envejecido y le costó reconocerse. El alcohol estaba haciendo estragos en él.

Suspiró resignado y se lavó la cara. Dudó un instante, pero al final tomó otro trago para entonarse y calentar motores. Aún era pronto, pero lo mejor era ponerse a trabajar cuanto antes. Necesitaba estar ocupado. Era un caso complicado y seguro que iba a necesitar tiempo para su resolución.

Su experiencia le decía que el asesinato estaba relacionado con algún tema turbio, que era preciso desentrañar. Estas cosas siempre lo estaban. El asesinato es un acto supremo de egoísmo. Es el medio utilizado por el asesino para lograr su objetivos.

El psicópata mata por placer; el ladrón, por dinero; el traidor, para no ser descubierto. Los mafiosos lo suelen hacer por venganza, como le pasó a Clarise. Y era algo que Allen no soportaba: si el asesino quedaba impune, obtendría algo que no le correspondía y eso él no podía permitirlo. Alguien se tenía que encargar de devolver el equilibrio a la situación. Estaba resuelto a descubrir quién había cometido el delito y el por qué lo había hecho.

Sin embargo, intuía que no iba a ser fácil.

Pensó que quizás los cuerpos de los asesinados no se pudrían tan rápido como en la Tierra, pero siempre olían igual de mal.

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