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Mi amigo el cocodrilo

Verónica era un niña muy caprichosa que pedía las cosas más extravagantes a sus padres, que se lo daban todo. Un día, Verónica pidió un cocodrilo de verdad. Y sus padres se lo compraron.

La niña estaba muy contenta con su nueva mascota. Le habían preparado un estanque especial para él, con una cerca para que no se escapara.

Verónica se encariñó con su cocodrilo como hacía con todo lo demás. Al principio le hacía mucho caso, pero enseguida se aburría y pedía otra cosa nueva. Y con el cocodrilo pasó exactamente lo mismo. Pero para el animal era diferente. No había conocido a nadie más que a Verónica. Para el cocodrilo esa niña era como su mamá. 

- Verónica, si no cuidas de tu cocodrilo llamaremos al zoológico para que se lo lleven -le dijo su papá, creyendo que de esa forma la niña reaccionaría. 

Lamentablemente, a la niña le pareció perfecta la idea de su padre. 

Al día siguiente, unos ladrones entraron en casa de Verónica mientras estaba ella sola en casa.
- Llévanos hasta la caja fuerte de tu padre -dijo el ladrón jefe-. Si no, te llevaremos con nosotros y te raptaremos. Tu padre pagará una buena recompensa por ti.
- ¿Qué mas os da? ¡No podréis abrirla! -dijo Verónica, con su habitual impertinencia.

Mientras tanto, el cocodrilo observaba.

- ¡Cállate! ¿No me has oído? ¡He dicho que nos lleves hasta ella! -dijo, cogiéndola del brazo.

El cocodrilo, al ver que aquellos hombres hacían daño a la niña, destrozó de un dos mordiscos la cerca que lo mantenía aislado y se deslizó rápidamente hasta donde estaban los ladrones. Al verlo, los malhechores salieron corriendo, aunque todavía se llevaron un par de mordiscos.

En ese momento, llegaron los padres de Verónica con la gente del zoológico. No sabían qué había pasado y, pensando que el cocodrilo iba a atacar a la niña, se apresuraron a cargar sus armas para dispararle.

- ¡No, no! -gritó la pequeña -. No le hagáis daño.

Verónica se tiró encima de su amigo el cocodrilo, que la había salvado. 

-Dejadlo en paz. Ya no quiero que os lo llevéis -dijo la niña.
- Pero ha atacado a unos hombres -dijo uno de los hombres del zoológico-. Tenemos que sacrificarlo.
- ¡Ni hablar! -dijo la niña-. Esos hombres eran unos ladrones y me estaban haciendo daño. Mi cocodrilo solo me ha salvado. A partir de ahora voy a cuidar de él. 
- Está bien, pero con una condición -dijo el padre-. Se acabaron los caprichos y las tonterías.
- Si lo cumplo, ¿puedo quedarme con él? -preguntó la niña.
- ¡Por supuesto! -dijo el padre.
- Entonces…¡trato hecho! -respondió ella. 

Desde entonces, Verónica cuida de su cocodrilo y son grandes amigos. Al final tuvo que llevarlo al zoo, porque era tan grande que apenas tenía sitio en su estanque, pero la niña va a verlo todos los días.

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