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Categoría: Ciencia Ficción

Mburucuya

Era un miércoles soleado en la provincia de Corrientes, uno de esos días en los que no se pueden ver ninguna nube en el cielo. El calendario arrojaba la fecha de 19 de Diciembre del año 2012.
La historia transcurre en un pequeño pueblo alejado de la ciudad correntina, llamado Mburucuyá, el pueblo se había ganado este nombre por una planta que brotaba de la tierra y se enredaba sobre arboles, cubriéndolos con una exótica flor a la que llamaban Pasionaria, por la vaga semejanza de su forma con los atributos de la pasión de Jesucristo, como por ejemplo la corona de espinas entre otras cosas. El pueblo no tenia más de cinco mil habitantes, los cuales vivían de la ganadería y la agricultura. Entre ellos, una pequeña familia conformada por Jacinto un hombre viudo, de unos sesenta años y muy trabajador y su hijo Leandro de doce años. Ambos vivían de una plantación de naranjas que tenían hace más de once años. La cual solía dar, para estas fechas, las naranjas más dulces de todo Mburucuyá.
Esa tarde, Leandro se encontraba recolectando las naranjas maduras, cuando su padre lo llamo para que escuchara una noticia que había sintonizado en la radio. Al parecer, las principales capitales del mundo estaban pasando por grandes disturbios y descontrol. La gente se abalanzaba sobre los negocios tratando de conseguir alimentos y botellas de agua. Según la información de la radio, el alboroto era causado por la noticia de que el 21 de Diciembre de 2012, era la fecha del fin del mundo, teniendo en cuenta una profecía Maya. Jacinto, preocupado por la noticia, apaga la radio y le dice a su hijo que no le hiciera caso a la noticia y siguiera con sus tareas, que esas solo eran mentiras para que la gente gastara mas plata.
Leandro volvió al naranjal, pero sin dejar de pensar en lo que había escuchado, y mientras estaba llegando al primer naranjo, pudo ver en lo alto de uno de los arboles una naranja que le llamo mucho la atención. Esta naranja se veía más grande que el resto, así que subió hasta la última rama y cuando estuvo a unos centímetros de agarrarla, ésta desapareció. Como si fuese un mono bajo del árbol y muy asustado corrió hacia su casa a contarle a su padre, pero Jacinto le resto importancia y le dijo que descansara un poco que el sol estaba muy fuerte, y que luego ambos seguirían con el trabajo.
Después de media hora, Leandro y su padre se disponían a seguir recolectando naranjas. Pero cuando se acercaban a los arboles, notaron que las naranjas eran más grandes de lo que habían sido siempre. Algunas parecías pelotas de futbol y otras eran tan grandes como sandias. Jacinto le dice a su hijo que se preparara para recolectar, pero llegando al primer naranjo todas las naranjas desaparecieron. Los dos recolectores quedaron atónitos por lo que habían visto y asustados corrieron a su hogar para notificar a las autoridades pero, al cruzar la puerta de entrada, ambos sintieron mucho sueño y cayeron desmayados en la entrada.
Al pasar varias horas, ya de noche, Leandro despertó, se encontraba recostado en su cama y con un fuerte dolor de cabeza. Se levanta y trata de despertar a su padre, pero éste no respondía, entonces sale de su casa para comprobar que lo vivido fue solo un sueño, pero no fue así, los arboles no tenían ninguna naranja.
A lo lejos, en el campo, se podía ver luces extrañas, parecidas a las que los habitantes llaman La Luz Mala, pero estas eran más brillantes y coloridas. Leandro las relaciono con la desaparición de las naranja, y decidió aventurarse en el campo. Después de caminar más de media hora llego al pequeño bosque de donde provenían las misteriosas luces. El joven, muy asustado, subió entre los árboles para poder espiar sin que nadie lo descubriera. Allí pudo ver que se trataba de unos hombrecitos verdes, muy delgados de cabezas grandes y ojos saltones. Se los podía ver riéndose y jugando con sus armas. Al parecer estas armas les permitían aumentar el tamaño de los objetos y hacerlos invisibles. El muchacho se dio cuenta entonces, quienes habían sido los ladrones de sus naranjas.
Leandro espero un momento para vigilar a las extrañas criaturas y ver que podían hacer. Uno de ellos apunto hacia el vacio e hizo aparecer una canasta llena de naranjas, otro de los hombrecitos verdes disparo muy cerca del árbol en donde se escondía el muchacho, e hizo visible una gran nave redonda. Todos los hombrecitos se acercaron y de la nave salió proyectada una gran pantalla con la figura de otra de esas criaturas, éste hablaba en un idioma muy extraño, y el pequeño no podía entender lo que decía, hasta que en la pantalla pudo ver que el hombrecito exprimía una naranja para luego rociar el jugo sobre otra de esas criaturas, pero a ésta última se la podía ver encadenada y custodiada por unos guardias. Y a medida que el jugo de naranja recorría el cuerpo de este prisionero verde, comenzó a emitir gritos de dolor y su imagen empezó a deteriorarse hasta que se desintegro por completo.
Uno de las criaturas, la misma que había hecho aparecer las naranjas, le mostro lo que habían recolectado hasta el momento al hombrecito de la pantalla, que al parecer era su jefe, pero éste se mostro insatisfecho, y le mostro un mapa con varias plantaciones de naranjas señaladas en él. De todas maneras Leandro no entendía para que recolectaban algo que los podría destruir. Y sin que los ladrones de naranjas lo escucharan se alejo corriendo del lugar para ir a buscar a su padre. Cuando el joven llego a su casa Jacinto recién se despertaba. Su hijo le conto lo que había visto, y al ver las luces en el campo el viejo creyó sin dudar en la palabra de su hijo. Sin pensar demasiado, padre e hijo viajaron a la ciudad de Corrientes.
Ya era otro día cuando llegaron a la capital correntina, pero ésta no era como la recordaban, estaba destruida e invadida por las naves. Por suerte, unos soldados lograron ver a los dos recolectores y los custodiaron hasta un refugio ubicado bajo tierra. En este lugar había miles de personas reunidas y todas miraban hacia una pantalla gigante que mostraba a los presidentes de los principales países del mundo reunidos en una mesa redonda y tratando de decidir como exterminar a los extraterrestres que habían llegado a la tierra para terminar con toda la vida existente. El ejército había intentado todo lo posible, pero sus armas y escudos eran más fuertes que todas las terrestres, solo les quedaba intentar con armas nucleares. Pero en ese momento el pequeño Leandro recordó lo que había visto en el bosque y se lo hizo saber a todas las personas en el lugar y la noticia llego a los principales representantes y al resto de los refugios del mundo.
Los presidentes ordenaron a los científicos que hicieran pruebas con uno de los extraterrestres que habían podido capturar y al notar que con solo una gota de jugo de naranja los hombrecitos verdes gritaban de dolor, se comenzó una recolección mundial del fruto. Y comenzó así la lucha más grande en la historia de la humanidad. Y gracias a la información brindada por el pequeño agricultor los humanos pudieron exterminar a la raza alienígena.
 

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