Un buen día, la rana Mariana escuchó a alguien lamentándose, así que se acercó y le preguntó:

-¿Qué te pasa caracol?-¿Por qué lloras así?, ¿Puedo ayudarte en algo?

-No creo que puedas

.- dijo el caracol tristemente. Nadie puede, porque soy un verdadero desastre. Por mucho que me esfuerce en ser rápido sigo siendo demasiado lento. Soy más lento que la mariposa, más lento que el lagarto, más lento que la lombriz y más lento que…

-Perdona, perdona…-le interrumpió Mariana- así que ese es tu problema… que andas todo el rato comparándote con los demás… ¿ No sabes que todos somos importantes y que cada ser es único? Te contaré una historia que me contaba mi abuelo acerca de alguien que pensaba que él no era importante en comparación con los demás. Se llamaba Mantonegro.

-¿Mantonegro? ¿Quién era ese, un vampiro o algo así?- preguntó caracol bastante intrigado.

-¡No!  Mantonegro era el encargado de oscurecer el día cuando el Sol ya estaba cansado y se iba a dormir tras las montañas. Por supuesto, su trabajo era primordial para todo el mundo, ya que cuando él extendía su manto negro por el cielo, no sólo el Sol sino que todos los seres vivos aprovechaban para irse a dormir.

Además, Mantonegro era un verdadero artista, porque no solo oscurecía  el día  sino que le ponía purpurina en forma de estrellas, y pintaba una gran sonrisa blanca a la que se le conocía como Luna.

Así de divertidas pasaba Mantonegro una noche tras otra,  hasta que un día  le dio por pensar que su trabajo no valía para nada, y que él mismo no era nada importante. Comenzó a fijarse, por ejemplo en el Sol. Todos se levantaban cuando el Sol salía, y le acompañaban durante todo el día. Sin embargo, cuando Mantonegro hacía su trabajo, nadie se quedaba para contemplarlo. Parecía que todos le daban la espalda y lo único que querían era dormir. Como si el trabajo de Mantonegro les aburriera tremendamente.

Fue tanta la tristeza que tenía, que decidió esconderse tras la montaña en que solía descansar el Sol y no salir de allí para nada.

Cuando llegó la hora de anochecer, el Sol quiso ocultarse pero Mantonegro estaba

ocupando su lugar y no quería irse. El Sol le dijo que por favor le dejara descansar

ya que había estado trabajando durante todo el día. Pero Mantonegro no quería salir, no deseaba ver como todo el mundo le daba la espalda nada más llegar.

Así que se pasó detrás de la montaña todas las horas que debían  ser la noche, llorando y lamentando que nadie lo quisiera,

Mientras tanto, por la falta de sueño, la gente comenzaban a estar malhumorada e irritable pero el Sol les contó cómo se sentía Mantonegro y  decidieron hacer algo para ayudarlo.

Todos  se congregaron en la plaza mayor y escribieron grandes pancartas en las que ponían cuanto querían que regresara Mantonegro y cuán importante era para ellos. Le decían que lo necesitaban muchísimo y que sin él  no podían descansar. Mantonegro se dio cuenta de cuán equivocado estaba y que realmente cada cual tiene un lugar y una misión en esta vida.

Secando sus lágrimas,  se puso manos a la obra, y desde entonces, jamás ha vuelto a dejar de extender su manto negro para que todos puedan descansar. Y por supuesto, nunca más volvió a compararse con nadie o a pensar que él no servía para nada.

-Vaya, nunca había visto las cosas de esa manera –comentó el caracol- realmente, es verdad que no tengo que comparar mi velocidad con la de los demás, y de todas formas, ahora que lo pienso… ¿cuál es la prisa?-

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.