Madre…



Madre, me dices que tú me has dado la vida y sé que ello es cierto, pero me suena como si me lo dijeras con la intención de hacerme ver que te pertenezco, como si sólo pudiera o debiera hacer lo que tú me dices que haga, como si no pudiera estar en el lugar que tú no me dices que esté. Sé que eres una gran hacedora y, como tal, has urdido el hilo de mi vida como la araña la red que atrapará a su presa.

Madre, sé que es duro ver cómo un hijo crece y se hace fuerte mientras tú envejeces; pero esa factura nos tocará pagarla a todos, no quieras adelantar acontecimientos. Y, desde luego, también debes saber que un día saldré volando del nido materno. Pero todo esto es normal; lo que no está bien hecho es hacer sentir a uno culpable de lo que la vida nos obliga a hacer. Creo, madre, que el sentimiento de posesión para con un hijo debería mudarse a sentimiento de comprensión, aunque sea duro decirlo.

Madre, supongo que algún día te harás a la idea; debes ser fuerte mientras tanto. Tienes que entender que ya no me tendrás de la misma manera que cuando yo era pequeño, que era solamente tuyo y necesitaba más que nada en el mundo tu apoyo. Ahora, o tal vez mañana, seré yo quien te tenga a ti, porque serás, asimismo, muy pequeña en tu vejez y el apoyo te lo brindaré yo.

Madre, pienso en el pasado, en todo lo que hemos vivido juntos; pienso en tu vida que has dedicado a tus hijos y pienso en la mía, que sin ti no la tendría. Recuerdo los malos ratos o estrecheces que hemos pasado, pero también y sobre todo, la alegría y la felicidad a tu lado. Por eso, madre, te diré que no tienes que buscar mi camino, ni llenarme de oro los bolsillos, me has dado la vida y el cariño y es lo más grande que una madre puede dar, y el hijo, con amor recibirlo.


© J. Francisco Mielgo 30/10/2006