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Los tres deseos

En un pequeño poblado vivían un hombre y su esposa, una mujer muy poco atractiva. A pesar de que el hombre trabajaba de sol a sol, apenas tenían lo justo para comer.

Deseando cambiar su suerte, el hombre se dirigió al desierto a rezar y permaneció allí cuarenta días con sus cuarenta noches, rogando a Alá que tuviera compasión y lo ayudara.

-Voy a concederte tres deseos -le dijo finalmente Alá-. Piensa bien antes de formularlos y no te dejes influenciar por nadie.

El hombre regresó a su casa, no demasiado convencido de que le hubiera hablado Alá, y se lo contó a su esposa.

-Con probar, no pierdes nada -le dijo ella-. Pídele que me convierta en una mujer hermosa.

Pidió el deseo y su esposa se convirtió en una mujer muy bella que, a partir de aquel momento, solamente pensaba en arreglarse y hacerse admirar por todo el mundo. Pero como eso no les servía para llenar el lato, el hombre se esforzó en trabajar todavía más.

Poco tiempo después, el rey pasó por la aldea, quedó prendado de la belleza de la mujer y quiso convertirla en su esposa.

 

 

-Está casada conmigo-protestó el hombre.

-Me da igual -dijo el rey con arrogancia-. Tengo poder para divorciaros. Me la llevo a palacio.

Y los soldados apartaron al pobre hombre que se sintió incapaz de añadir nada más.

-Si hubiera pensado un poco antes de pedir el primer deseo -dijo en voz alta cuando ya se encontraba en su cabaña-, no me hubiera pasado nada de esto. ¿Qué puedo hacer para recuperar a mi esposa? Voy a desear que se transforme en mona.

Dicho y hecho. En el momento en que la mujer iba a probarse un precioso vestido, se convirtió en una mona peluda. El rey, horrorizado, la echó de palacio y, como no tenía donde ir, regresó a casa de su marido. 

Saltaba de un lado a otro, chillaba continuamente, lo rompía todo y la vida a su lado era insoportable.

-Por fortuna -suspiró el marido-, todavía me queda un deseo.  Voy a pedir que recobre su aspecto normal.

De inmediato, la mujer recuperó su figura. Agradecida, corrió a abrazar a su marido.

-¡Cuánto me arrepiento por no haber sido más reflexivo y no haber seguido los consejos de Alá! -se lamentó el marido-. Ya no me quedan más deseos y seguimos siendo tan pobres como antes.

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