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Categoría: Misterios

Los perros asesinos

Aquellos seis perros endemoniados arrastraron la masa deforme ensangrentada hacia el portón eléctrico de la mansión de los Rodríguez.

La noche impenetrable apenas dejaba escuchar el cántico temeroso de algún coquí que había presenciado aquella escena apocalíptica. Una leve brisa olorosa a muerte y sangre soplaba intranquila mientras allá lejos, sobre una palma, la luna se escurría temerosa.

A unos metros del portón imponente, producto de la ingeniosa tecnología, estaba la hermosa construcción, diseño de uno de los más destacados ingenieros de la ciudad.

Aquel castillo combinaba los elementos tradicionales con ciertas características futuristas que le daban a la casona un raro toque de misterio.

Unos minutos más tarde, como soldados disciplinados, que habían cumplido la misión que se les había encomendado, los seis canes regresaron al centro del amplio patio.

Allí, sobre la platea improvizada, rodeada de un hermoso jardín, los perros miraban hacia el segundo piso mientras la sangre, todavía tibia caía de sus dientes afilados y sus lenguas se movían agitadas saboreando algunos pedazos de carne que le habían arrancado al cuerpo del pobre infeliz.

Desde la ventana se dibujó la sombra de un hombre que se alejaba mientras caía la cortina sobre el cristal. Los perros corrieron hacia la parte trasera en busca de la recompensa.

Una luz apareció en el centro de la casona, otra y otra. El patio se iluminó. Eran las 11:00 p.m. cuando llegó la policía.

Dos horas más tarde arribó el fiscal, amigo íntimo de don Jacobo y varios periodistas. El muerto era uno de los más importantes comerciantes de aquel lugar.

Luego de un intenso interrogatorio don Jacobo pudo respirar con fuerza y libertad. Todavía disfrutaba las últimas palabras del fiscal: " lamentable accidente"...

La noche volvió a la tranquilidad, las luces comenzaron a apagarse. La policía se llevó la masa inerte destrozada por los canes. El coro de coquíes comenzó el concierto nocturno. El viejo Jacobo se sentó en su sillón y desde el balcón de la gran casona comenzó a fumarse un gran cigarro. El humo se lanzaba por el espacio desapareciendo en la oscuridad.

Acariciaba su habano. A veces sonreía. Era un anciano fuerte, un hombre brillante pero amargado, ruin y solitario.

Don Jacobo Rodríguez era el más deseado por las viudas y el más odiado por los machos de aquella pequeña ciudad. Se comentaban las cosas más horribles pero nunca se había probado algo en su contra. Los rumores comenzaron desde el suicidio de su mujer, luego el abandono de su amante. Algunos decían que el viejo la había asesinado y enterrado en algún lugar de su apartada finca.

Más tarde compró unos perros que envió a un entrenamiento mortal. Eran seis perros asesinos.

Siempre se comentaba que eran doce animales. Pero sólo entrenó a la mitad de ellos. Alternaba la vigilancia con los otros seis cuando él estaba en la casa y cuando sabía que alguien lo visitaría, especialmente su amigo de toda la vida.

Nadie podía entrar a su mansión. Era imposible pasar del portón con aquellos guardianes del infierno.

Sin embargo, su socio, su amigo del alma, Lorenzo Cruz, había logrado conquistar el corazón de aquellos animales. Era él el único que podía entrar sin ser atacado. Durante meses hizo todo lo posible por ser aceptado por aquellos canes rabiosos. Su esfuerzo logró su meta y gracias a la ayuda del viejo Jacobo, los perros se convirtieron en sus aliados.

Durante meses estuvo planificando el crimen perfecto, matar a aquel hijo de perra que le había quitado su mujer, destruyendo su hogar, su felicidad y robándole el dinero con sus fraudulentas transacciones comerciales.

Por otro lado, don Jacobo no podía entender el cambio de actitud de su íntimo amigo a quien él le había quitado su mujer. No podía entender tantos favores, tantas visitas, tantos cariños con sus salvajes animalitos. Algo malo pensaba aquel hombrecito abusador. Aquel infeliz que disfrutaba maltratando a su mujer delante de sus amigos, aquel don Juan que le negaba unos cuantos pesos a su mujer para que no se comprara un vestido nuevo ya que ella no tenía que lucirle a ningún otro macho, sino a él.

Durante los últimos siete días estuvo observando a su amigo. Fue el Viernes Santo cuando comprendió todo. Ese maldito trataría de matarlo. Aquellas palabras de su amigo quedaron grabadas en su mente esa tarde.

" No puedo comprender, no comprendo como un hombre como Jesucristo murió de esa manera tan horrible mientras hay en este mundo tantos granujas pervertidos y ruines que no respetan a las mujeres ajenas y destruyen la felicidad de un hogar"

Jacobo recordaba la frase que le murmuró su amigo: " Así es mi buen hermano, hay muchos que predican la moral en pantaloncillos"

Aquellos vocablos quedaron fijados en la mente del viejo. Pero lo que más le llevó a comprender las malas intenciones de Lorenzo fue su sentencia.

" Pero sé que la muerte llegará pronto como ladrón en la noche"

Desde entonces la amistad entre ambos cambió para siempre. Había desconfianza entre ellos. Cada uno vigilaba los pasos del otro. Era una guerra fría, guerra de sutilezas, de comentarios irónicos, de fiestecistas sarcásticas, de elogios hipócritas en público. Todos comentaban el nacimiento incomprensible de aquella amistad entre dos hombres que todo el mundo sabía se odiaban a muerte.

Aquella noche Lorenzo recibió una llamada. Era extraño, nadie contestó.

No era posible, jamás creyó en las casualidades. Sintió miedo por primera vez. Conocía aquella respiración entrecortada.

Continuó con sus planes. Aquella era la noche. Daba sus toques finales a su plan sanguinario. La suerte estaba con él. Sentía el gusto, percibía la angustia del viejo. Sí, él lo sabía, pero no sabía cuándo... los perros no eran problema, llevaría carne para sus amigos caninos, luego un juego de naipes con el anciano, un par de copas... luego hacia el barranco... un fatal y triste accidente... más tarde a disfrutar de su cumpleaños.

Sin embargo, Lorenzo no contaba con los planes del viejo, aquella bestia le había hecho tanto daño.

Ahora, cerca de la madrugada Jacobo sigue saboreando su cigarro. Entre sus manos observa su libreta de apuntes... sonríendo tacha la fecha que había escogido para matar a su amigo. ¿Cómo supo que Lorenzo trataría de hacer lo mismo? Nadie jamás lo comprendió. Aunque algunos le daban una explicación diabólica al asunto.

Allá, cerca del portón están los seís perros asesinos y descansando tranquilos en la platea del jardín los seis canes que Lorenzo había logrado conquistar, pero que el viejo los había encerrado aquella noche, dejando libre a los canes que durante varios días había privado de alimentos.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Andueza
invitado-Andueza 21-04-2003 00:00:00

Muy buen cuento, y que viejo pillo. Con razón hacía tantas pillerías, era astutísimo. La lectura lo mantiene a uno en vilo, la prolijidad de la escritura no ofrece detención. La moraleja es que las amenazas no sirven, hay que actuar, no más. Nuevos saludos.

joe
invitado-joe 21-04-2003 00:00:00

Esta bueno el cuento, en verdad casi adivinaba el final; pero la manera como se maneja la narrativa es buena Saludos JOE

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