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Los jabones de Vladimir

Vladimir estaba aburrido de trabajar en el laboratorio. Aburrido de trabajar creando nuevos aromas para las pastillas de jabón. Cuando era pequeño soñaba con ser otra clase de científico. Se imaginaba creando vacunas o inventando artilugios que ayudasen a la gente a vivir mejor. Pero ya tenía 40 años y lo más interesante que había hecho fue un jabón que cambiaba de color al frotarlo entre las manos bajo el agua. Al principio la gente sintió curiosidad por la creación de Vladimir, pero pronto se aburrieron dándose cuenta de que era un jabón como los demás. Vladimir pensaba que ya no valía para hacer nada mejor.

Decepcionado y aburrido, Vladimir decidió abandonar el laboratorio de jabones y meter un poco de ropa en su maleta para irse a buscar aventuras. 

Primero llegó a China, donde conoció a un curandero que hacía crecer el pelo de la gente con un remedio a base de tomillo y eucalipto. El problema era que se pasaba gran parte del día machacando las hojas y por eso siempre tenía los dedos verdes y pringosos. Le vino muy bien el jabón de Vladimir. Y a él le vinieron aún mejor las enseñanzas de aquel anciano que le mostró cómo hacer jabones de forma totalmente natural. En el laboratorio, Vladimir los hacía añadiéndoles un montón de sustancias químicas así ahora estaba muy contento con el cambio. 

Después de China, Vladimir viajó a Turquía. Allí conoció a un hombre que trabajaba en la mina y que se quejaba de que siempre tenía todas las camisas llenas de manchas de carbón. Le vino muy bien el jabón natural que Vladimir había aprendido a hacer en China gracias a aquel curandero. A modo de agradecimiento, aquel hombre le regaló un camión entero de un mineral al que llamaban pirita con el que Vladimir pudo dar un toque muy especial a sus jabones. 

De Turquía pasó a Noruega, donde la gente tenía la piel muy seca por el frío que pasaban. Allí conoció a una familia gracias a la que se dio cuenta del enorme poder hidratante de sus jabones. Hasta ese momento, Vladimir no se había dado cuenta, pero ellos apreciaron tanto su jabón, enriquecido con la receta del anciano chino y que ya usaban gran parte de los mineros de Turquía, que empezaron a recomedárselo a todos sus vecinos.

Desde la capital de Noruega, Oslo, Vladimir volvió a su casa, a Moscú, en Rusia. Volvió a su trabajo en el laboratorio pero esta vez lo hizo contento. Ya no le importaba dedicarse a hacer jabones porque sabía que con la ayuda de quien menos esperaba, había logrado mejorar la fórmula. Con el curandero había descubierto nuevas plantas para enriquecer la mezcla, con el minero había descubierto lo que podía hacer echando mano de los minerales y con la familia Noruega se había dado cuenta definitivamente de que sus creaciones eran mucho mejores de lo que creía.

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