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Llueven letras ajenas mientras yo escribo

Llueven letras ajenas mientras yo escribo.

Se acercó a él, sus manos portaban todas las palabras necesarias.
Tímidamente esbozó una caricia en su mejilla, con la palma, con los suspiros entre sus dedos.
Fue espontáneo, fue la única respuesta que le salió en aquel momento. El al notar el detalle de aquel silencio en sus manos sonrió, no entendía bien qué significaba aquel gesto suyo pero ante su mudez sintió por dentro renacer con fuerza una esperanza, el sentir más auténtico, el más dificil de expresar. Ella no decía nada, no podía, tan solo le miraba, en su cara se agolpaban, en brillos de años, intensas gotas saladas más no lloraba. Era tanta la emoción surgida, tanta la sorpresa por algo que ya ni esperaba, que sus labios estaban apretados de agradecimiento en los bordes de sus propias ansias.
Su corazón no dejaba de decir: gracias, gracias, gracias y sonreía una gracia, pero sus manos no respondían, tan solo se cerraban, se protegían, se guardaban.

El callado seguía esperando, no sabía bien qué tipo de respuesta recibiría y en silencio esperaba.

Ella pasó un tiempo de días distraida, absorta, sin decir nada, latiendo confusos momentos de errores, de heridas, de pasados, de miedos y mañanas inacabadas. No podía expresarse. Se le amordazaban los recuerdos sentidos en la garganta. Hay momentos en la vida en que las palabras se convierten en el humo que solo señala, por encima de las montañas, dónde se encuentra la fogata.

Pero de repente, tras varios días imponiendo olvido, con la fuerza de un deseo, ella se levantó de su nada, de su nostalgia. Sabía lo que valía su esfuerzo hecho palabras y necesitaba expresarlo por encima de los recuerdos más dolidos.

Entonces se recogió el pelo, juntó sus manos y escribió unas letras bordadas de afecto y cercanía.

Un instante de lectura fue suficiente.

El, recorrió sus palabras, sonrió, entendió y liberó su alma. Cerró sus ojos y, al hacerlo, sin darse cuenta, se la llevó por dentro.

Ella quedó instalada para siempre dentro de sus pupilas, en ese hueco pequeño que se reserva a las estimas nunca olvidadas.

Ambos se prometiron no volver a llorar jamás, para que ninguno de los dos se resbalara otra vez por entre las lágrimas.

Y entre ellos tácitamente quedó una promesa:
Cada vez que él abriera los ojos ella miraría en su misma dirección para ver su mundo, para comprenderle, para no volver a herir su delicada nostalgia.

Y afuera, como siempre, sobre nombres y letras ajenas, sobre intentos y confusos instantes que ya no les alcanzaban, quedaron lloviendo otras palabras.

¿Cómo escribir un cuento de realidades cuando todo lo auténtico se queda reposado con respeto en unas manos y se eleva con gratitud en una mirada?
Datos del Cuento
  • Autor: PGP
  • Código: 19491
  • Fecha: 26-01-2008
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.61
  • Votos: 143
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2364
  • Valoración:
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