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Las vacaciones de Alba

Alba llega a casa con las notas muy contenta. Casi todo sobresalientes y lo demás notables. ¡Seguro que papá tiene un buen regalo para ella! Lo que más le gustaría es irse a un campamento lejos de la ciudad, a conocer muchos amigos y bañarse en la piscina. 

Cuando llega a casa habla con papá:

-Ya estoy aquí. Traigo unas notas geniales, mira–. Alba le entregó su preciado sobre.

-Hola Alba, muy bien. Así me gusta, a ver que las miro-. Su padre se acercó sonriente-. Están fenomenal. Me alegro mucho de que te hayas esforzado tanto. Enhorabuena.

-Muchas gracias, estoy muy contenta. ¿Me vas a hacer algún regalito?

-No cariño, el estudio es algo muy importante, tienes que valorarlo no solo porque te compre algo. Es verdad que a veces por navidades el abuelo y yo te damos algo, pero no va a ser siempre así. El mejor regalo es poder disfrutar del verano sin tener que estudiar con todo el tiempo para ti.

-Vaya. ¡Qué rabia! Prefería ir de campamento o que me compraras un móvil nuevo, que este está fatal. Me lo merezco -gritaba Alba enfadada.

-No te enfades. Además no me ha dado tiempo de darte una noticia. Nos iremos una semana al pueblo de la abuela. Seguro que allí haces algún amigo nuevo.

-¡Al pueblo! Hace mucho que no vamos, no me gusta nada-. Alba, enfadada, decidió que no quería escuchar más y se encerró en su habitación. 

Su padre no sabía qué hacer y decidió dejarla tranquila y hablar con ella al día siguiente. 
Por la mañana Alba se levantó a desayunar y se encontró con su padre que la esperaba en la mesa. 

-Buenos días, aquí tengo el desayuno ya preparado. ¿Cómo estás? Siéntate que me da tiempo a desayunar contigo. 

-Pues mal, no quiero ir este fin de semana a ese aburrido pueblo- contestó Alba mientras se sentaba a la mesa. 

-Pero, ¿por qué es tan horrible? -le preguntó su padre extrañado de tanto enfado si hace años que no iban.

-Allí seguro que no hay cobertura, no podré utilizar mi tablet, ni mi móvil, no conozco a nadie, apenas había niñas la última vez que fuimos. No hay piscina grande, ni heladerías por las calles…. ¿No te parece aburrido?

-Es diferente, hay un río, hay una tienda que tiene comida muy rica y también postres, igual coincidimos con algún primo que hace mucho que no los vemos, podremos hacer caminatas y aventuras por la montaña. 

-Vale papá, tengo que ir, pues ya está-. Alba no quería hablar más, papá no la iba a entender.

Pasaron los días y cuando se dio cuenta Alba ya estaba en el pueblo. Se sorprendió al llegar, porque encontraron guirnaldas y banderitas de colores por las calles. ¿Qué pasaba? Su padre le explicó que igual había coincidido que eran las fiestas del pueblo. Cuando llegaron a la casa esta le pareció más grande que cuando habían estado hace unos cinco años. Su tía le dijo que le había dejado para ella la habitación más grande.

Cuando entró no pudo más que sonreír. ¡Qué pasada! Tenía una cama como la de papá en casa, muy grande. Un armario lleno de cosas que debían de ser de la familia en el que investigar. También otro más pequeño vacío para poder colocar toda su ropa. Estuvo entretenida y paso el tiempo cuando llegó la noche papá vino a buscarla y le dijo:

-Son las fiestas del pueblo. Nos vamos a cenar a la plaza del pueblo con más vecinos. Coge una chaqueta y nos vamos, ya verás cómo seguro que conoces gente. 

Alba no quiso demostrar que no estaba ya tan enfadada por estar en el pueblo y no le dijo nada. Cogió su chaqueta y se fue con él. Cuando llegaron a la plaza del pueblo casi se le escapa una sonrisa vio desde el principio a un grupo de niños y niñas de unos once años como ella que tenían una mesa aparte y estaban colocando sus cosas para cenar. 
No sabía cómo hacer para acercarse a ellos, pero su padre la ayudó:

-Mira un grupo de niños como tú. Venga que vamos hacía allí y si quieres te quedas con ellos. ¿Te parece?

Se acercó allí y todos sonrieron a Alba y fueron a buscar una silla para que se sentara a cenar con ellos. A partir de ahí los días en el pueblo fueron para ella una experiencia única. En esa cena jugaron a un montón de cosas, se conocieron y le prometieron ir a buscarla a casa el resto de días y así fue. Disfrutó de bañarse en el río y de tirarse desde lo alto de la Peña Sacra del pueblo haciendo piruetas. Su padre la dejó salir algún día por la noche a jugar al escondite. Aprendió a jugar a los dardos para ganarse peluches en la feria. Los días que llovía en la cafetería del pueblo no había helados pero, doña Azucena la dueña, les preparaba unos granizados riquísimos de frutas. Cuando acabó la semana su padre se sentó con ella:

-¿Qué tal? Apenas te he visto. Pasas el día con tus nuevos amigos.

-Sí. Tenías razón, me lo he pasado mejor que en cualquier campamento. Siento haberme enfadado. Ahora me da pena irme. 

-Bueno no pasa nada, si te lo has pasado bien podemos volver antes de que empiece el cole.

-¡Genial! -. Alba aplaudió y le dio un beso a papá-. Al final los pueblos molan. 

Mientras Alba cogía su chaqueta para irse a la calle su padre observó cómo dejaba el móvil olvidado encima de la cama. Estaba muy contento. Hay todavía cosas que tienen más valor, se dijo para sí mismo mientras bajaba a la habitación donde de niño había disfrutado de los mejores veranos de su vida.

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