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Las extrañas manchas de chocolate

Lorena siempre guardaba sus folios en el mismo sitio, en el cajón de su escritorio. Le gustaba tenerlos a mano para dibujar, para hacer los deberes del colegio, para dejarle mensajes a su hermana por las mañanas, para hacer figuras de papel y para cualquier cosa que se le ocurriera.

Un día, cuando se disponía a hacer los deberes de matemáticas, Lorena fue a coger unos cuantos folios para hacer las cuentas en sucio. Al sacar el paquete casi se cae de la silla. Sobre el primer folio había un montón de huellas de dedos. Huellas de un color marrón que Lorena enseguida identificó como chocolate. 

Lo primero que hizo fue correr a la habitación de su hermana, que estaba haciendo un puzle, a regañarla.

-Te he dicho muchas veces que no abras mis cajones mientras estás merendando- le dijo muy molesta. 

Pero su hermana, sorprendida, lo negó todo. 

-Todavía no he merendado, Lorena. ¿No te das cuenta de que siempre lo hacemos juntas?

Lorena se dio cuenta en ese momento de que su hermana tenía razón. También pensó que las huellas tenían que ser de ese mismo día, porque el anterior había usado los folios y no había notado nada raro. Así que decidió que iba a investigar de dónde venían esas huellas de chocolate. 

Lo primero que hizo fue contarlas y ver su tamaño. Llegó a la conclusión de que eran huellas humanas. Después pensó que a sus padres no les gustaba el chocolate. Entonces, si su hermana tampoco había sido, ¿quién había puesto sus pringosos dedos sobre sus folios? 

Hizo memoria y se acordó de que el día anterior su amiga Carla había estado en casa haciendo un trabajo de Lengua. Pero las huellas no podían ser suyas, porque la niña tenía los dedos muy finos y las que había descubierto sobre los folios eran de unos dedos gruesos y robustos.

El siguiente punto de su investigación fue su padre porque, aunque no le gustaba el chocolate, hacía unas tartas riquísimas para sus hijas. Tampoco había sido él, porque se había pasado la mañana trabajando sin tiempo para cocinar.

Cuando Lorena ya había agotado todas la opciones y se disponía a tirar los folios al cubo del reciclaje, tuvo una idea: usarlos para hacer unas postales de Navidad originales. Siempre había querido ganar el concurso de postales del colegio, pero nunca lo había conseguido. Ese año llamó a la suya “Papa Noel se toma un chocolate caliente”. En su postal dibujó a Papá Noel leyendo las cartas de Navidad de los niños y niñas del mundo mientras revolvía su chocolate.

A Lorena se le ocurrió que esas huellas misteriosas podían ser las de Papá Noel que se había puesto a leer con los dedos llenos de chocolate. Aunque no había resuelto el misterio, al menos pudo aprovechar aquellas huellas para hacer sus postales navideñas. Lo mejor de todo fue que, ese año, Lorena ganó el concurso del colegio. Le hizo mucha gracia porque ¿sabéis cuál fue el premio? Una caja de bombones de chocolate.

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