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Categoría: Infantiles

Las bolas rojas

A Clarita le encantaba el jarabe para la tos. Sabía muy dulce, así que en cuanto comenzaba a costiparse, iba corriendo hasta su madre para recibir su ración de jarabe, y siempre pedía un poco más. Su madre le explica a menudo que las medicinas hay que tomarlas en la cantidad justa, pero nada parecía convencer a la niña.

Una noche, Clarita tuvo un sueño muy extraño. Ella era minúscula, más pequeña que un mosquito, y vivía dentro de niño. Junto con muchos otros compañeros, eran los encargados de llevar unas bolitas rojas al otro lado de un gran puente, donde unos músicos las recogían y las convertían en notas musicales. Estaba contentísima haciendo aquello, porque con cada bolita que llegaba a su destino, el director de la orquesta fabricaba una nueva nota para continuar la bella música que hacía las delicias de todo el mundo.

Al poco comenzaron a faltar bolitas, y la música de la orquesta perdió fuerza y alegría durante algún tiempo. El niño en que vivían se estaba poniendo malito.

Por fortuna, enseguida el niño se tomó su medicina, y con el jarabe las bolitas rojas volvieron a aparecer y la alegría y la música retornaron a aquel lugar.
De pronto sonó una gran alarma: ¡el niño había tomado demasiado jarabe! Al momento, cientos de enormes bolas rojas aparecieron de golpe; eran tan pesadas que apenas podían con ellas. Se creó un gran desorden lleno de nervios, pues los músicos volvían a quedarse sin notas musicales. Clarita, en un esfuerzo increíble, pudo finalmente levantar una y comenzó a caminar por el puente. Pero era tan pesada, tan pesada, que el puente se rompió bajo sus pies. Y mientras caía por los aires, oyó cómo dejaba de sonar la música para siempre...

Clarita se despertó de golpe, un poco asustada. Pero al pensar en su sueño pudo comprender cómo algo tan rico y tan bueno como un jarabe podía ser tan bueno cuando hacía falta, y tan peligroso cuando se tomaba en exceso. Y desde aquel día, sólo quería las medicinas si de verdad le hacían falta, y siempre que las tomaba le decía a su mamá:
- Justito, ¿eh?, que no se me llene el cuerpo de bolas rojas

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