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La ventana de mi pieza

Cada mañana cuando mi mamá me despierta para recordarme que debo levantarme y preparar mis cosas para ir al colegio, siempre me pregunto “¿Por qué yo?”, “¿Por qué no poder seguir soñando ese hermoso sueño que fue interrumpido tan bruscamente?” Pero la respuesta es que debo cumplir con mis obligaciones escolares diarias y me hago ánimo para bajar de la cama. De inmediato abro las cortinas de la ventana de mi pieza y ésta se ilumina con la luz de la mañana tal como la pantalla de mi televisor se ilumina cuando la enciendo. Mientras me visto, me agrada contemplar lo que se ve a través de esa ventana, porque puedo ver las mejores historias verdaderas que ocurren todos los días a esa hora. Son historias con personajes que viven experiencias diarias reales y no inventadas como aquellas que vemos en televisión. El mirar todas esas imágenes me hace aprender sin tener que estudiarlas y eso es lo que espero de lo tengo que aprender en el colegio. 
Lo primero que observo día tras día a esa hora temprana de la mañana es el cielo azul que ilumina la ciudad. A veces aparecen algunas nubes que se mueven al ritmo del viento produciendo figuras que cambian de forma y color. En invierno y otoño, siento un poco de escalofríos cuando veo que empieza a caer la lluvia y una helada temperatura empieza a sentirse dentro de la pieza. En cambio en primavera y en verano, veo como la gente disfruta de las agradables temperaturas de esa época dejando de lado abrigos, paraguas o impermeables. 
Cuando estamos en verano, el sol radiante ilumina las casas y las calles de mi barrio. Los árboles se ven con sus hojas de color verde intenso y los jardines muestran un abanico de flores multicolores que perfuman el ambiente con distintos aromas. Al momento en que el color de las hojas de esos árboles frondosos comienza a tornarse de un color café claro, esos amaneceres nos dan a entender que el otoño se está acercando para permanecer con nosotros durante algunos meses. Este otoño viene acompañado de un lento caer de las hojas de árboles y plantas que el viento desplaza pavimentando veredas y calles. Cuando eso ocurre, esa imagen la imagino conjuntamente con el agrado que sentimos con el típico sonido que esas hojas secas producen cuando las movemos o pisamos con nuestros zapatos para jugar con ellas. También puedo ver que los primeros fríos comienzan a sentirse al solo observar a los vecinos que llevan ropa más abrigadora. Es la sensación que experimento en esa época cada vez que salgo de mi casa para ir a iniciar un nuevo día de clases. 
En esas mañanas de frío, deseo quedarme acurrucado un rato más en mi cama para seguir soñando las maravillas de mi vida de niño, pero en esos instantes escucho la voz de mamá diciendo: “¡Apúrate hijo, no quiero que llegues atrasado al colegio!” A pesar de lo que escucho, ese deseo se hace más intenso cuando veo que a ese frío se le suma la lluvia de los inviernos que moja sin compasión a los que necesariamente tenemos que caminar por las calles. Ver esa lluvia caer con distintos tamaños de gotas es contemplar una secuencia de imágenes que produce una sensación de tranquilidad y esperanza, porque esa agua que viene desde las alturas es tan necesaria para nuestras vidas como lo es el aire que respiramos.
Mi ventana me enseña que el tiempo pasa sin detenerse y que el frío y la lluvia van dando lugar a un cambio hermoso en el paisaje de mi barrio. Es la llegada de la primavera la que comienza a dejar atrás los amaneceres invernales de frío y lluvia. Los rayos de sol empiezan a iluminar con mayor claridad lo que veo desde allí. Incluso puedo sentir la frescura del aire que respiro cuando los árboles comienzan a llenarse de nuevo de pequeñas flores aromáticas en los árboles frutales que darán lugar a la aparición de las verdes hojas y sus frutos que nos acompañarán hasta la próxima estación del año. Es el momento de ver como los pajaritos vuelan jugueteando de un árbol a otro trinando melodías que alegran mis oídos. Otros corretean por la calle sin saber donde detenerse y terminan agitando sus alas para subir a alguna reja o árbol. Allí mueven sus cabezas de un lado para el otro como buscando algo sin saber qué es exactamente. Es la vida de estas aves y así demuestran su alegría de vivir. 
Algunos perros ladran desde los antejardines para saludar a sus amigos que corren jugueteando por las calles y veredas como si fueran el patio de una casa. No tienen intención de asustar a la gente, sino demostrarle la felicidad que sienten al comenzar un nuevo día y al ver a sus amigos correr felices sin que nadie les diga nada. Pero los gatos corren presurosos a refugiarse en las casas para huir de ellos.
Después de disfrutar con todas esas imágenes cada día de la semana en la mañana y antes de salir al colegio, bajo presuroso para tomar el delicioso desayuno que me han preparado. De regreso del colegio cada tarde y mientras me cambio el uniforme para salir a jugar con mis amigos, vuelvo a ver desde mi ventana como las historias han cambiado y me vuelvo a deleitar con lo que veo. La hora del día es distinta y lo que observo también es distinto. En los días de sol, los amigos del barrio corren unos detrás de otros en persecución juguetona o van tras una pelota para lograr conquistar un gol y ganar el partido. En los días en el que viento lo permite, los volantines multicolores se mueven alegres de un lado para el otro teniendo a sus espaldas un cielo azul radiante. 
El atardecer de cada día llega y es la hora de cumplir con mis obligaciones escolares. Las tareas y el estudio me toman el resto del tiempo hasta la hora de la comida y, después, debo subir al dormitorio a preparar el bolsón del colegio y dejar dispuesto el uniforme para el día siguiente. Es la hora de cerrar la cortina de mi ventana como si apagara la pantalla del televisor y meterme en mi cama diciendo: “¡Buenas noches, papá! ¡Buenas noches, mamá!

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