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La princesa rizos largos

Cuentan que hace mucho tiempo, vivió en un reino lejano un rey y una reina, que al nacimiento de su hija, decidieron mimarla y consentirla con todos los caprichos de este mundo. Como es de esperar, la pequeña princesa creció con el paso de los años y se convirtió en una niña malcriada que no daba las gracias ni pedía disculpas por nada.



Tan egoísta y grosera era la niña, que los sirvientes del palacio debían hacer todo cuanto ella quisiera sin protestar. Los caprichos de la princesa iban desde pedir que le hornearan dulces en plena madrugada hasta obligar a los guardias a que le espantaran todas las aves que rondaban el palacio porque ella simplemente las odiaba.



¿Y su padre, el rey? El rey no hacía otra cosa que reírse de las malacrianzas de su querida hija, y aquel que no obedeciera, pues era encarcelado de inmediato para siempre.



Sin embargo, un buen día, mientras la princesa dormía plácidamente en su alcoba, se apareció en la ventana un hada mágica disfrazada de lechuza. “No eres una niña buena y debes aprender el don de la cortesía. Te maldigo por el resto de tu vida hasta que sepas agradecer y respetar a todos los que te rodean”, y dicho aquello, el hada se marchó.



A la mañana siguiente, la princesa despertó, y para su sorpresa, su pelo había crecido enormemente. Los rizos rubios de la pobre niña se extendían por toda la cama hasta el suelo, y desde el suelo hasta la puerta de la alcoba. Con los primeros gritos de espanto de la princesa, aparecieron en la habitación tres guardias reales, dos sirvientes y por supuesto, el rey y la reina.



La niña no paraba de sollozar y lamentarse por aquella terrible maldición. “Alguien pagará esto”, gritaba el rey furioso, mientras la reina intentaba recoger los mechones gigantes de pelo que se regaban por todo el suelo. Durante aquel día, acudieron al palacio cientos de curanderos y hechiceros que intentaban por todos los medios deshacer el hechizo de la princesa.



Algunos preparaban brebajes secretos que la princesa tomaba con desespero, mientras otros recitaban conjuros mágicos en voz alta agitando los brazos. Desafortunadamente, nada pudo parar aquel encantamiento, y el pelo de la niña crecía y crecía hasta llegar a las afueras del palacio.



Por la noche, cansada de tanto llorar, la princesa quedó profundamente dormida, pero al despertar en la mañana su tristeza fue mucho mayor. Su pelo no sólo había inundado el castillo, sino que además se extendía por todas las casas del reino hasta llegar al bosque. El rey, enfadado, mandó a llamar a todos los guardias del palacio y a los campesinos de los alrededores.



Miles de hombres con tijeras, cuchillos y guadañas comenzaron a cortar el inmenso pelo de la niña. Sin embargo, a la llegada de la tarde, los hombres se encontraban extenuados de tanto cortar y cortar, y el pelo de la princesa seguía creciendo y creciendo sin parar al igual que su tristeza. La reina se encerraba en su alcoba a llorar en silencio, mientras el rey se paseaba por el palacio de arriba abajo intentando hallar una solución.



A las pocas semanas, los rizos de la princesa repletaban las calles del reino, llegaban al océano y se enredaban en la punta de las montañas. La niña no quería jugar ni hablar con nadie, pero una tarde, cuando le ofrecieron un pastel acabado de hornear, la princesa respondió con voz suave: “No, gracias”.



Todas las sirvientas de la habitación se quedaron sorprendidas de sus palabras, pues era la primera vez que la niña decía “gracias”. Tiempo después, uno de los guardias trató de entrar en la habitación y tropezó con el inmenso cabello, a lo que la niña exclamó: “Por favor, discúlpeme”.



Poco a poco, la princesa comenzaba a ser amable con todas las personas, desde los jardineros del palacio hasta las cocineras. Cada vez que pedía algo lo hacía amablemente y sin dejar de decir “por favor”, “gracias”, “discúlpeme”. Entonces, una buena noche, se apareció nuevamente el hada mágica que la había hechizado.



“Te has convertido en una niña amable y buena. Has aprendido finalmente la lección y ya no tendrás que sufrir tu castigo”, y así fue como el hada mágica le quitó el hechizo a la princesa. Al despertar con los primeros rayos del Sol, la niña descubrió que su pelo ya no desbordaba las ventanas del palacio ni llegaba hasta los confines del mundo.



Desde ese día, la princesa no volvió a ser grosera ni a insultar a las personas, y con el paso del tiempo, logró convertirse en una reina justa y atenta con todos los habitantes de su reino.


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