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La paga

Regresábamos del auto cinema Tamara y yo después de haber visto una buena película romántica de antaño. Lo que más disfrutaba de acudir a ese lugar cada jueves, era justamente la atmósfera nostálgica que llenaba todo el sitio.



Una disculpa, creo que me estoy saliendo por la tangente, como dicen algunos. Pero es que en verdad me duele mucho recordar lo que sucedió esa noche.



Como decía, faltaban unas cuantas cuadras para llegar a nuestra casa cuando Tamara empezó a gritar histéricamente:



– ¡Ay, me duele mucho! –



– ¿Qué, dónde? – Pregunté



– no sé, creo que es el estómago. Siento que me va a estallar. Pronto, llévame a un hospital, siento que me muero.



En efecto, el semblante de mi esposa era totalmente desalentador. Su rostro estaba pálido, al tocar su frente pude palpar aquellas gotas heladas que escurrían de su frente sin cesar. No era el típico sudor frío, más bien se sentía al tacto como si fuesen pequeños copos de nieve.



No muy lejos de ahí, vi el anuncio de un hospital. Aparque el auto cerca de la entrada de urgencias, tomé a Tamara en mis brazos y entré gritando:



– Auxilio, mi esposa se muere.



Un enfermero se dirigió hacia mí y me dijo:



– Cálmese hombre, no haga tanto escándalo, en cuanto se desocupe un médico vendrán a atenderla.



Luego de un buen rato apareció un doctor, la auscultó y llegó a la conclusión de que debían intervenirle quirúrgicamente de forma inmediata. No obstante, en ese momento no se encontraba disponible ningún quirófano.



Después de la tercera hora de contemplar impotente la agonía de Tamara me puse a maldecir:



– Maldita sea, que no hay nadie que nos atienda. ¡Me lleva el diablo!



Cerré los ojos y empecé a llorar. Así estuve varios minutos hasta que una doctora se acercó a mí y me comentó:



– Señor Trueba, venimos por su esposa. Se acaba de desocupar una sala de operaciones. Por ahora no es necesario que firme ningún documento, sólo quiero advertirle que el procedimiento que vamos a practicar es bastante costoso.



– No importa, pagaré con mi alma si es preciso, pero sálvela – respondí.



– Eso era todo lo que quería escuchar – la mujer rió tenebrosamente.



No bien pasaron cinco minutos, cuando mi esposa salió caminando del quirófano por su propio pie, vestida con ropa de calle. Apenas la vi, quise correr a su encuentro pero no puedo moverme. En ese instante me percaté que yo estaba flotando en el aire, mientras que mi cuerpo estaba inerte tirado en el piso de la sala de espera.



Entonces comprendí el peso real de aquellas palabras “pagaré con mi alma si es preciso…”. Por tanto eso tenía sólo una explicación, yo había muerto y mi alma iba en camino hacia el purgatorio.


Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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