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Categoría: Misterios

La muerte inesperada

He aquí el impío concibió maldad, se preñó de iniquidad, y dio a luz engaño, pozo ha cavado, y lo ha ahondado; y en el hoyo que hizo caerá..

Salmo: 7-14-15

La lluvia azotaba con fuerza; la noche lucía su alfombra de oscuridad y a cada momento un rayo cruzaba el firmamento. Cubierta por una capa negra, con una pala en su mano derecha y una linterna en su derecha Elizabeth corría hacia el interior de la Mansión.

Una vez dentro caminó hacia la salita donde pudo lavar sus botas, limpiar la pala. Caminó hacia el interior de la casa, guardó todo. Se dio un buen baño, se sirvió una copa de vino, tomó la novela, El caballero de la armadura oxidada, puso un disco de Marco Antonio Solís. Se dirigió al barcón, respiró el aire frío de la noche y se acomodó en su antiguo sillón. Encendió un cigarrillo e ideó su cuartada y se sumió en un mar de pensamientos... una leve sonrisa se deslizaba entre sus sensuales labios...

Rosendo cayó en sillón del dormitorio. Estaba confuso, no podía comprender lo sucedido, aquello era una pesadilla, no podía ser. Se levantaba y caminaba de un lado a otro. Se miraba al espejo... Estaba muy agitado... ¿Por qué ella lo había engañado tan descaramente con su propio hermano?

Era cierto que él no le había sido fiel nunca, pero en los hombres eso era distinto. Un hombre podía tener muchos amores y era un mujeriego aceptado por la sociedad, pero una mujer, jamás, si no era fiel era adúltera, prostituta...

Estaba al borde de la locura, la rata de los celos se lo comió poco a poco hasta que reventó su mente. Él no la quizo matar, fue un accidente.

Volvía a caer en su sillón. No podía hacer nada. Allí, cerca de la mesita de noche yacía el cuerpo inerte de su amada. Recostada, con las piernas torcidas, con su fina y transparente bata de dormir que dejaba ver todos los bellos encantos de quella hermosura de mujer. Podía distinguir las huellas de sus manos en el cuello de la infeliz. Aquellos senos blancos, preciosos sobresalían mientras un collar de finos cristales salía de sus ojos y corría por sus mejillas.

Se levantó. Fue al baño. Se arregló un poco y salió de la mansión. LLegó a su oficina y más tarde visitó a varios clientes. Era un vendedor muy respetable. Más tarde fue al centro comercial, compró una hermosa sábana blanca con algunos adornos, compró veinticuatro rosas y una caja de bolsas plásticas grandes.

Volvíó a su hogar. Tenía que ideal un plan perfecto. Ya no se podía hacer nada. La muerta muerta estaba. Ël no iría a prisión por aquella mujer que lo había engañado. Jamás iba aceptar la culpa de aquel crimen vicioso. Ella había sido la culpable con sus engaños y su amenazas...

Entró tranquilamente. Se dirigió a la cocina. Tomó una cerveza y caminó hacia el dormitorio. Algo raro había sucedido. Aquella taza sobre la mesa del comedor no estaba allí cuando salió. No recordaba bien, tenía muchas preocupaciones muy importantes para preocuparse por una taza.

Penetró en la habitación. Cubrió la cama con la sábana que había comprado. Luego se dirigió a la mesita y con un esfuerzo enorme logró colocar a su amada sobre la cama. Buscó el más hermoso trajes y la vistió. Aquel cuerpo exquisito que una vez lo enloqueció, yacía allí, antes sus ojos incrédulos. Colocó sus manos entre cruzadas y le colocó un rosario. Arregló su larga cabellera y le colocó las veinticuatro rosas. Le dio un beso en la frente y la acarició por varios minutos. Era raro, todavía su cuerpo estaba tibio... Pensó que eran sus manos, estaba muy calientes... estaba agitado... Por última vez la miró y un río de lágrimas brotaron de sus ojos, quizo gritar... pero tenía que desaparecer aquel cuerpo.

Volvió al sillón, pensó echarla en una bolsa y tirarla en el lago cercano... Pero no era buena idea porque la encontrarían muy pronto, pensó picarla en pedazos y dar el cuerpo a sus bravos perros, pensó lanzarla por un barranco... pensó tantas atrocidades que se fue quedando dormido..
una idea corrió por su mente, la enterraría, tenía una pala, sólo tenía que hacer un hoyo en el jardín y allí nadie la encontraría...

Estaba muy cansado, deprimido, veía la taza en la mesa, sentía el cuerpo tibio de su esposa... estaba confundido... el cansancio lo venció y quedó dormido.

De pronto escuchó un ruido de gatillo y algo frío sobre su sien derecha. Abrió los ojos asustados. Allí estaba ella, firme, segura, sonriente, vestida de blanco...

¡Por Dios, Elizabeth no me mates!¡Tú estás muerta!

Se escuchó una detonación y la sombra de la noche se adueño de su cuerpo.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
  • Media: 6.66
  • Votos: 79
  • Envios: 5
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 17-05-2003 00:00:00

"La rata de los celos se lo comió poco a poco", una muy pero muy buena frase. Saludos.

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