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La maga Colasa y el socavón

Hacía ya algunos meses que en la calle de la maga Colasa había un socavón.

Todos los vecinos escribieron una carta al alcalde para que lo arreglase. Pero nadie lo arregló, y por eso se hizo grande y hondo.

Mariano el frutero, pasó por allí un día con su camioneta llena de fruta. Se le coló una rueda en el socavón y.... ¡CATAPLÚN! La camioneta dio un salto tan grande que la fruta salió disparada por los aires. Aquel día hubo lluvia de manzanas, peras, melocotones, plátanos, ciruelas....

Los vecinos escribieron otra carta al alcalde. La maga Colasa fue la primera que firmó.

Doña Manolita, la anciana maestra jubilada, volvía a casa en taxi. Y el taxista, sin darse cuenta..., ¡CATAPLÚN!, se tragó el socavón.

Doña Manolita iba a advertirle al taxista: ¡Cuidado el socavón! Pero sólo tuvo tiempo en decir:

¡Cuidad...! Por culpa del golpetazo, la dentadura postiza salió dispara de su boca y se estrelló contra el cogote del taxista.

Los vecinos, indignados, volvieron a escribir al alcalde.

Una mañana, la maga Colasa y su ayudante Agustín, compraron una tarta de chocolate. Volvían a casa en su moto. Colasa delante, conduciendo. Agustín detrás, sujetando la tarta.

Colasa se volvió un instante para decirle a Agustín:

-¡Estoy deseando comerme la tarta!

Y...¡CATAPLÚN! La rueda de la moto se coló en el socavón.

Colasa y Agustín rodaron por el suelo, rebozados en tarta de chocolate.

 

-¡La paciencia de las magas tiene un límite! -dijo Colasa de muy mal humor.

Metió la mano en su bolsillo y sacó la varita mágica y una cáscara de plátano, también mágica.

Cada día, a las dos en punto, el alcalde pasaba por allí en un coche enorme, pero su conductor siempre esquivaba el socavón.

Cuando el coche del alcalde apareció al final de la calle, Colasa tocó el socavón con su varita mágica. Luego dejó en medio de la calle la cáscara de plátano.

Como siempre, el coche del alcalde fue a esquivar el socavón, pero pisó la cáscara de plátano, resbaló de forma misteriosa y.... ¡CATAPLÚN!, se coló dentró del agujero.

Entonces el socavón se hizo tan profundo que se tragó el coche entero, con conductor y alcalde incluidos. El coche fue a parar al túnel del metro, que pasaba por debajo.

De repente, el alcalde y  el conductor oyeron un silbido a sus espaldas..

¡Piiii! Un tren iba derechito hacia ellos.

-¡Acelera! -gritó el alcalde.

El conductor apretó el acelerador y el coche salió a toda velocidad. El tren les iba pisando los talones. ¡Menos mal que llegaron a una estación y el metro tuvo que parar!

El alcalde salió del coche más pálido que un saco de harina.

Al conductor le temblaban las piernas.

Al día siguiente, muy temprano, llegaron a la calle de la maga Colasa varios obreros del Ayuntamiento. Antes de las dos de la tarde el socavón estaba arreglado. Los vecinos muy contentos, exclamaban:

-¡Parece cosa de magia!

 

Alfredo Gómez Cerdá

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