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La lección de celia

¡Mamá!, ¡mamá! –gritaba Álvaro mientras corría despavorido hacia la habitación de sus padres

¿Qué te sucede hijo? –le preguntó mamá

Hay una mano mamá

. Hay una mano verde y peluda. Me ha agarrado de los pies y me apretaba muy fuerte.  La mano hablaba mamá. Me decía que me iba a arrastrar al ático para encerrarme hasta que dejase de ser un enano “cobardica”

 

¡Celia!- grito mamá

La puerta de la habitación de la niña se abrió y asomó una carita pecosa -¿Qué pasa mami?

¿Cuántas veces te he dicho que no asustes a tu hermano, Celia? –la  preguntó mamá

Una amplia sonrisa de dibujó en la cara de la niña. –Es que es tan divertido, mami

Celia tenía 12 años, dos más que su hermano pequeño Álvaro.

Era una niña alegre, listilla, traviesa y con una desbordante imaginación. Lo que más le gustaba en el mundo era asustar a Álvaro.

Inventaba historias de monstruos “come-niños” de vampiros” chupa-sangre” o de brujas que convertían a los hermanos pequeños en sapos para después cocinarlos en sus calderos. 

Aprovechaba cualquier ocasión para asustar a su hermanito.  Se escondía detrás de las puertas, se metía dentro de los armarios, se colaba debajo de las camas y le encantaba disfrazarse de la manera más terrorífica.

Me da igual que protestes Celia. No vas a venir con nosotros al Centro Comercial. Estás castigada –le dijo mamá. Mientras, Celia no paraba de quejarse. 

Tienes la cena en el microondas. Haz los deberes y recuerda que bajo ningún concepto debes de abrir la puerta a nadie. Y nada de tele.  Llegaremos  alrededor de las diez.

¿Lo has entendido todo? –Si mamá, dijo Celia con desgana.

No era justo. Solo le había dado un susto pequeñito. Tampoco había sido para tanto.  No entendía porque mamá se había enfadado tanto.

Esperó a que el coche se alejara por el camino y bajó corriendo al salón. Decidió que los deberes tampoco corrían tanta prisa. Era viernes y tenía todo el fin de semana para terminarlos.  ¿Verdura? ¡Puaf! Un bol de palomitas con mantequilla sería mejor cena.  Y de postre… ¡helado!

Celia se había quedado dormida en el sofá. Miró el reloj y advirtió que eran más de las doce. Se levantó enfadada. Seguro que estaban en la hamburguesería. ¡No era justo!

De repente, calló en la cuenta de que estaba sola en casa y que era la hora de las brujas. Celia no seas tonta, si las brujas no existen, se dijo a si misma.  Una risa atronadora llenó el salón y notó como a su espalda una sombra cruzaba el comedor

Celia corrió despavorida hacia la puerta principal. La abrió y cuando se disponía a salir por primera vez en su vida sintió miedo. En el exterior se cernía la más negra oscuridad.

El viento agitaba las ramas de los árboles y daban en los cristales del piso de arriba.  ¿Y si en realidad era un vampiro esperando para que le abriese la ventana? Porque como le había contado a su hermano en cientos de ocasiones los vampiros tienen que ser invitados y una vez que les has dejado entrar estás perdido. Se abalanzan sobre ti y te chupan la sangre hasta que no queda ni una gota.

Iría a su habitación. Allí estaría segura. Subió todo lo deprisa que pudo la escalera y con un sonoro portazo cerró la puerta. Buscó el interruptor a tientas y lo pulso. La luz no se encendía. ¡La luz no se encendía!

¡¡¡Ahhhhh!!! Algo peludo le había rozado el hombro. ¿Seria verdad que debajo de las camas y dentro de los armarios habitaban los monstruos con los que cada noche asustaba a su hermano?

Se metería en la cama y se taparía con la sabana hasta la cabeza. Si eso es lo que haría. Pero al instante deshecho la idea. ¿Acaso las sabanas la protegerían de los afilados colmillos del vampiro, de las poderosas garras del monstruo peludo o de la bruja con su maléfica risa?

Una mano empezó a zarandearla. Gritó, gritó todo lo fuerte que pudo y no dejó de gritar hasta que escuchó la voz de su madre intentando hacerla callar.

-Celia, ¿acaso te has vuelto loca? ¿No te das cuenta del susto que nos has dado?

Celia no dejaba de llorar y relataba entre hipidos lo que le había sucedido esa noche.

-¡Ya está bien! Esto pasa de castaño oscuro. Deja de decir mentiras. Los vampiros solo existen en las películas, las brujas solo viven en los cuentos de hadas y te puedo asegurar que los monstruos peludos no viven en los armarios ni esperan agazapados debajo de las camas para llevarse a los niños. Tienes demasiada imaginación y deberías usarla para algo más constructivo.

Juan, ¿crees que Celia habrá aprendido la lección? – preguntó la madre de Celia a su marido

Estoy seguro cariño, estoy seguro…

Y es que lo que Celia no sabía es que sus padres  y su hermano habían sido los responsables de todo aquello…

Los monstruos no existen niños... ¿o si?

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