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La chispas de la luna

A Víctor le encantaba mirar la Luna, la encontraba tan brillante y bonita que podía pasarse horas observándola desde la ventana de su habitación.

Cada noche, antes de irse a dormir, se colocaba bajo la ventana y con su telescopio observaba sus grandes cráteres resplandecientes. Había veces que creía haber visto a la Luna guiñarle un ojo mientras le sonreía. Pero una noche fría de invierno Víctor vio que la Luna no brillaba como siempre, una parte oscura la había invadido y no dejaba ver todo su resplandor. Víctor no sabía qué le estaba pasando. Así que asustado fue en busca de su abuelo que se encontraba fumando una pipa y descansando en la butaca de cuadros rojos de la habitación de al lado :

 

-¡Abuelo, abuelo! tienes que venir a mi habitación corriendo, ¡a la Luna le pasa algo!

El abuelo sobresaltado casi cae al suelo del susto.

-Víctor, no entres de esa manera que me has dado un susto de muerte. 

-Pero, pero es que.. - balbuceaba el pequeño.

-Tranquilízate y cuéntame despacio qué te pasa.

Una vez calmado, Víctor le contó a su abuelo que la Luna estaba rara esa noche, que no brillaba como siempre y que una zona oscura se había apoderado de ella. El abuelo intuyó y comprendió lo que seguramente le pasaba a la Luna. Así que acompañó a su nieto a la habitación para ver el problema detenidamente. Una vez allí, el abuelo le dijo:

-¿Sabes qué le pasa a la Luna, Víctor? estas noches está haciendo tanto frío que se ha resfriado, por eso tiene esa zona oscura. Pero no te preocupes porque le suele pasar muchas veces, incluso en verano cuando hace más calor. 

-¿Pero no volverá a brillar como siempre? - preguntaba Víctor aún preocupado.

-Pues claro que sí. -Afirmaba el abuelo. - Tan sólo necesita recuperar fuerzas. Piensa que cuando la Luna estornuda pierde una chispa de brilo que la vuelve más débil y esa chispa, que es muy traviesa, cae sobre la Tierra y se escapa para no volver jamás. Si miras al cielo verás cientos de chispas cayendo veloces y desapareciendo a lo lejos. Eso es porque la Luna al estar malita estornuda muchas veces.

-¿Y no se puede hacer nada para ayudar a la Luna a ponerse buena? - seguía Víctor.

El abuelo se quedó pensando por un momento mientras miraba perdido los objetos de la habitación. Al fondo de la misma, al lado de la mesita se encontraba la luz de noche encendida, que curiosamente tenía la forma y el color de la Luna. Entonces al abuelo se le ocurrió una idea:

-Ya se lo que podemos hacer -dijo entusiasmado - podemos enviarle tu luz de noche para que recupere su fuerza y su brillo. Pero para eso, tienes que prometerme que no la pedirás luego cuando ya no esté.

Víctor se lo pensó durante unos minutos y luego volvió a mirar por la ventana. Esta vez creyó ver caer no una chispa sino una lágrima. Se aferró con la dos manos en la ventana y le dijo a su abuelo:

-Me parece bien abuelo, la Luna necesita nuestra ayuda. ¿Qué hay que hacer?

El abuelo, ni corto ni perezoso, se provisionó de material conveniente para crear una mini nave que fuera capaz de transportar la luz de noche y de llegar hasta la Luna. Así que cogió una bolsa de papel, la forró con papel de plata para que no se quemara, le colocó una base en las asas que sujetase una pequeña cesta para poner una vela y la luz de noche. Víctor estaba expectante y asombrado y deseando ver el resultado final.

Una vez terminada la nave, el abuelo le explicó a su nieto que se trataba de una lámpara voladora que gracias al calor de la vela flotaría y flotaría por el cielo hasta llegar a la Luna y así darle su luz de noche.

Víctor saltaba y gritaba de alegría, ¡iba a ayudar a la Luna!

Abrieron la ventana de par en par, Víctor sujetaba la lámpara mientras el abuelo se dispuso a encender la vela y colocaba la luz en la cesta.

La lámpara flotaba en el aire y subía cada vez más alto mientras los ojos de Víctor brillaban profundamente en la oscura noche. Una vez la lámpara se perdió de vista en la immensidad del cielo el abuelo se dispuso a acostar a su nieto.

-Vamos Víctor, nosotros ya hemos hecho nuestro trabajo, ya verás como mañana la Luna estará de nuevo brillando como siempre.

-Espero que si abuelo, no quiero que esté malita ni triste nunca más.

-Recuerda que ya no tienes tu luz de noche...-le dijo el abuelo.

-No te preocupes abuelo, ya no la necesito, ya soy mayor. Ahora quien la necesita es la Luna.

Víctor se fue a dormir con la ilusión de volver a ponerse mañana a la misma hora en la ventana y mirar si se había cumplido su hazaña.

Y así fue, llegó el día siguiente y Víctor subió las escaleras de la entrada corriendo y apartando las cortinas y abriendo la ventana de par en par pudo observar que la Luna no sólo se había curado sino que brillaba muchísimo más. Víctor lloraba de la emoción mientras solía corriendo a abrazar y a contárselo a su abuelo. 

-Ya te dije que se curaría - le dijo el abuelo - has hecho un buen trabajo regalándole la luz de noche a la Luna. Ahora siempre estará contenta.

Víctor comprendió que a veces un simple gesto puede hacer felices a otras personas, animales o cosas.

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