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La bruja y el duende

~~Eunígides era una bruja muy malvada que había sido desterrada por el duende Malvavisco a lo más profundo de una cueva. Llevaba siglos confinada, sin embargo no se había mantenido quieta. No. Había realizado toda clase de experimentos para conseguir librarse de ese mal, sin resultados positivos.

Una tarde, una rosada lombriz apareció en el hueco; se había perdido de su camino. La bruja le habló con una dibujada dulzura y consiguió engatusarla para que se le acercara. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la atrapó y, a través de un hechizo, intercambió sus cuerpos.

Con su nuevo aspecto ya no había nada que le impidiera salir. Así que, ahuecando el suelo con lentitud fue abriéndose paso hasta llegar a la superficie. Su venganza ya estaba en camino. Sabía dónde vivía el dichoso duende y hacia allí se dirigió.

Tardó más horas de las que esperaba para encontrar la casa de Malvavisco, el hueco de un árbol muy antiguo. Lo llamó con su voz maliciosa y Malvavisco se asomó con cautela: primero su narizota, después los negros puntos de sus ojos y más tarde sus puntiagudas orejas.

—¿Cómo lo has conseguido? —le preguntó torpemente.

—Es que soy menos estúpida de lo que crees.

—Ya veo. Imagino que habrás llegado a un acuerdo con ese pobre gusano; tú no eres de las que dañan a otros sin fijarse.

Ella rió sonoramente y dijo:

—¡Bah!¿Qué le hace al mundo un gusano menos?

—En fin… ¿A qué has venido?

—A vengarme. Conseguiré que pases por lo que me has hecho pasar a mí todos estos años.

—Está bien, pero antes juguemos una apuesta…

Durante toda la tarde el duende estuvo distrayendo a la bruja con toda serie de juegos y ella se dejó llevar: estaba más que aburrida de estar sola, así que pasar una tarde de juegos con Malvavisco le resultó una buena idea.
 A lo largo del día su cuerpo fue transformándose: perdió su piel de seda y comenzó a transformarse en una hermosa mariposa con unas alas violáceas que se extendían suavemente y le permitían volar. Esta nueva imagen le resultó gratamente atractiva.

Pasaron muchas horas jugando: el sol cayó y cuando volvió a salir, la bruja se acercó a Malvavisco y le dijo:

—Bueno, ya está bien de tonterías. Ha llegado el momento de cumplir con mi misión.

Pero cuando Eunígides intentó acercarse al duende para llevarlo al pozo, sus alas no le respondieron. Volvió a intentarlo, pero NADA.

—Bruja tonta, por casualidad ¿se te habrá olvidado pensar en que las mariposas solo viven un día? Aquella tarde podría haberte matado, no lo hice. Ahora tú misma has terminado mi trabajo. ¡Gracias! Ahora te dejo, iré a liberar al pobre gusano que se quedará con tu cuerpo para siempre.

Y el duende se alejó riendo tranquilamente, mientras la bruja se retorcía y se iba desvaneciendo con la intensa luz del mediodía.

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