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La Fiesta del Monstruo

El siguiente relato va dedicado a mí mismo, para el día de mi cumpleaños.
      _____________________
 
30 de Marzo de 2009 
Querido diario: En dos días sería mi cumpleaños, así que toca mi regalo especial. Estoy muy ansioso, mucho más que otros años, y eso porque estoy convencido de que mi regalo será muy hermoso. Espero no decepcionarme. 
 
31 de Marzo 
Mamá y papá están organizando los últimos detalles de la fiesta. La temática será de “Los Muppets”, que es mi serie favorita de la tele. La torta, que mamá encargó a la señora de aquí a la vuelta, tendrá la cara de la Rana René. Aunque más que una rana, parece un duende, pero se ve que la señora se está haciendo vieja y ve cada vez menos. No importa. Lo importante es que la fiesta será un éxito. Mis compañeritos de sexto grado vendrán y jugaremos en el patio y nos arrojaremos los restos de comida cuando estemos cansados de comer. Claro que yo no como, es decir, no como lo que comen ellos, pero debo obligarme a meterme algunos bocados para disimular. Total, cuando nadie me ve, voy al baño y lo vomito. Lo hago siempre, incluso en las comidas con mamá y papá, y nunca nadie se ha dado cuenta. 
Ya falta poco, faltan horas. Estoy muy ansioso. 
 
(Más tarde) 
Acabo de darme cuenta que mentí en el diario. Fue sin querer, porque más que una mentira, se trató de un olvido. Dije que nunca nadie se dio cuenta de que vomito la comida, pero eso no es cierto. Aquellos granjeros, que me adoptaron en el año ’67 (¿o fue en el ’68?), sí se dieron cuenta. Vieron que vomitaba la comida y casi nunca dormía, y entonces trataron de matarme, porque se percataron de que no soy como los demás. El granjero, creo que se llamaba Víctor, o Vittorio, entró a mi habitación a la noche, con un trozo de cuerda en sus manos, con intenciones que su mirada asustada pero decidida evidenciaba a kilómetros. Pero lo que nunca calculó fue que la noche es mi ámbito natural, porque es cuando me hago más fuerte. Soy como un caimán, creo. Los caimanes se hacen temibles en el agua, pero lentos y torpes en la tierra, y a mí me ocurre lo mismo, sólo que mi agua es la noche, y mi tierra el día. Así que le arrebaté la cuerda de sus manos y lo maté. Y luego maté a la señora, que ni siquiera atinó a defenderse. Y luego a sus seis o siete chicos. 
Puedo pasar mucho tiempo sin comer, años quizás: pero una vez que empiezo, es difícil pararme. 
Esa noche, la noche de la granja, la sangre de los granjeros y sus hijos no me sació, por lo que tuve que entrar al establo y matar a los caballos y ovejas. 
Desde entonces perfeccioné mucho mi estilo. No quiero que vuelva a ocurrir algo similar. Antes tal vez ponía cara de asco cuando masticaba la comida, pero ahora creo que he aprendido a disfrutar ciertas cosas, como por ejemplo el tomate (¿será porque es rojo?). 
Bueno, querido diario, dejo de escribir y voy a descansar un poco, porque mañana será un día movido. 
 
1 de Abril 
(Por la mañana) 
Mi cumpleaños. Por fin. Ya está todo listo para la fiesta. Mis compañeros vendrán a partir de las cuatro de la tarde. Estoy seguro que esta vez he elegido muy bien la escuela, porque todos mis compañeros brillan y parecen repletos de energía. No como aquella vez, hace tres o cuatro años, cuando terminé en una escuela muy pobre y mis compañeros parecían tristes y apagados. Esta vez será diferente: será mi mejor cumpleaños en los últimos cincuenta o sesenta años. Lo sé. 

 

 
(3 de la tarde) 
Creo que he cometido una estupidez. Mis padres están muertos. 
Yo los maté. Los puse en el sótano, donde mamá quedó con el cuerpo doblado sobre la lavadora. Me pareció injusto que acabara así, porque era una buena mamá. Parecía muy feliz cuando me adoptaron a fin de año, y creo que hubiese dado la vida por mí. La ansiedad. Fue eso lo que me traicionó. No sé por qué este año estoy tan ansioso. Estaba jugando con la Play cuando ocurrió. Apenas papá me puso una mano en el hombro, diciéndome: “Hijo, tenemos tu regalo de cump…” yo me volví como un perro rabioso y le destrocé el cuello. Mamá, que estaba detrás de él, con una bicicleta flamante en su mano, dejó caer primero el regalo y luego su mismo cuerpo, donde quedó acuclillado sobre el suelo, como un creyente esperando recibir la bendición del sacerdote. Yo me abalancé sobre ella y le comí los ojos. No sé por qué hice algo así. Creo que porque los tenía muy bonitos, de un color marrón claro muy cálido, y cuando te miraba podías sentir su amor traspasándote y resulta que yo ya no puedo sentir eso, no puedo sentir amor, sólo sed, por lo que continuamente me recordaba que estoy muerto. 
Ahora están ahí, los dos en la oscuridad del sótano, y mis planes se están yendo a pique, porque el cumpleaños todavía no comenzó. ¿Qué haré cuando vengan los primeros compañeros, acompañados de sus padres? Los adultos querrán hablar con mis padres, sospecharán si yo salgo a recibirlos en soledad. 
También están el payaso y el mago, que vendrán a las cuatro y media. 
Tendré que encargarme de ellos, uno por uno. 
No habrá fiesta. Maldición, hoy no habrá fiesta. 
 
(4 y media de la tarde) 
Los primeros invitados. Tal cual lo pensé, la mayoría de los padres querían hablar con los míos, por lo que tuve que invitarlos a la casa y eliminarlos. Ahora, en el sótano, hay seis adultos además de mamá y papá. 
Y mis compañeros. 
Ellos están en el cuarto de juegos. Hasta ahora han venido, por orden alfabético: Carlitos Aranda, que se orinó a principios de año en plena clase. Micaela Beltrán, que desde que me conoció no para de mirarme y enviarme papelitos con corazones. Valentina Bulicj (o Bulich), con esas trenzas que invitan a tirar constantemente de ellas. Álvaro DeLeo y Carina Parvis. Y finalmente, el matón de la clase, al que nadie quiere invitar para las fiestas y que yo tuve que insistir para que viniera. Me encargué de él con gusto y ahora su cabeza reposa en el refrigerador, entre la fuente de ensaladas y los sanguchitos de queso. El resto de su cuerpo está en el cuarto de juegos, como ya he dicho, junto con el resto (los restos) de mis compañeros. 
Ahora debo irme, porque tocan el timbre. Llegan más invitados. 
No la estoy pasando tan mal, después de todo. 
 
(10 de la noche) 
Se acabó. Todo acabó de golpe. Ahora escribo en el diario escondido entre unas rocas del bosque, sin parar de temblar. Sucedió algo realmente espantoso. Ni siquiera yo aún lo entiendo del todo. 
El payaso. Fue él el causante de todo. Llegó un poco retrasado, pero en cuanto le abrí la puerta supe por qué me había sentido tan nervioso los días anteriores. Para ese entonces me había bebido a la mitad de mis compañeros, y mi sed crecía conforme pasaban los minutos. Al igual que aquella vez en la granja, no sabía si podría contenerme. 
Pero resultó que sí, que podía. 
Apenas lo vi, parado en el umbral con un racimo de globos en la mano, supe que no era un hombre, sino algo terrible vestido de payaso. Resulta que, de todos los payasos que había en el mundo para contratar, mis padres contrataron -¿probablemente sin saberlo?-, a una bestia inhumana e inmortal como yo, pero de otro tipo e infinitamente más poderosa. Mis esfínteres se aflojaron de inmediato, pero claro que, como había bebido tanta sangre, mis pantalones celestes se tiñeron de rojo en la parte de adelante. Traté de huir, de esconderme en la oscuridad del sótano, pero el payaso me siguió y me sujetó con una mano que parecía una raíz o una garra. Traté de desasirme de él, de morderlo, pero pese a que soy muy fuerte, ni siquiera le hice daño. Me sentó sobre la lavadora donde estaba mi madre y me dio un globo. “Tómalo”, me dijo. Y yo lo tomé y el globo reventó y de adentro salieron dientes de ajo, muchísimos dientes de ajo que me ahogaron y me dejaron tosiendo, mientras el payaso reía y se burlaba de mí. Luego introdujo la garra en mi vientre y sacó algo gomoso y sangrante, creo yo que era la vejiga, y con ella hizo un globo que flotó hacia el cielorraso. Sabía que no me mataría así, que a menos que me claven una estaca en el corazón y me corten la cabeza, yo no puedo morir, pero creo que el payaso no quería matarme, sólo quería jugar conmigo. Yo temblaba y lloraba, aunque ¿sabes qué, querido diario? También sentía cierto alivio, porque me daba cuenta de que podía sentir miedo, miedo, y eso es algo humano que hacía siglos que no experimentaba, por lo que empecé a llorar más fuerte y mis lágrimas de sangre cayeron sobre el suelo y se evaporaron. Cuando el payaso terminó de jugar conmigo, acercó su rostro blanco al mío y me preguntó: “Cuántos”, y yo enseguida supe que se refería a los invitados que faltaban, y entonces le dije que más o menos quince, y entonces el payaso por fin me soltó y me dijo: “Son míos. Ahora vete”. 
Así que ahora aquí estoy, escondido en el bosque, aún llorando mis lágrimas de sangre y pensando que pudo haber sido peor, porque al menos bebí algunos compañeros, pero lo cierto es que ni yo me creo ese cuento, ahora sólo siento rabia, y dolor, y miedo, y sólo puedo pensar en ese payaso y en lo mucho que me gustaría verlo destrozado; sé que ha continuado la fiesta sin mí, y eso es inconcebible, porque yo era el del cumpleaños, el verdadero agasajado. 
Dolor. Miedo. Pasará mucho tiempo hasta que me recupere. 
Dolor… 
Miedo… 
 
1 de Abril de 2014 
Querido diario: Hoy es mi cumpleaños, toca el regalo especial. Ya estoy completamente recuperado y listo para empezar de nuevo. 
Esta vez no habrá ningún payaso en la fiesta.
 
Autor: Mauro Croche
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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